- Sepa Vuesa Merced que lo que les narraré es cierto, pues me huelgo de mentir como de hacer pacto con franceses y son mis ojos fielatos de lo que digo a continuación
Pues señor, sabréis que entré a servir a su Excelencia el Conde de Godó como mozo de cuadras, que aun no habiéndolas en aquella casa es menester que el noble catalán porfíe en presumir de buenos alazanes aunque los equinos no pasen de borricos mohínos. Decía el Conde que más vale la apariencia que el honor y que en esta sociedad de truchimanes, maxmordones, mamacallos y otras cosas que me guardaré de decir ante Vuesa Merced, el genio no paga la fonda ni la honra otorga dispensas. Ví como por aquellas salas pasaban a diario multitud de gentilhombres pidiendo consejo a mi amo, unos esperando encomienda para mejor medrar, otros lamentándose de las crujías en la que les había dejado la política de alcaldes de la villa, inquisidores de intenciones y oficiosos del impuesto, y los más eran quienes, pretendiendo gobernar lo poco que había, guardábanse sus caudales a prudente distancia de esta tierra, no fuera caso que a los corregidores vernáculos les diera por emprender otra aventura por habérseles sorbido el seso a fuer de leer las novelas de caballería que publicaba el Conde, mi amo.
Y decían bien aquellos nobles con título otorgado por el oro, aquella sociedad de melindres y afeites que ocultaba debajo la ruindad del fullero que se da al naipe con la carta en la manga del jubón y la vizcaína escondida a la espalda. Oros que huyen por miedo no vuelven con lisonjas, decíales mi amo, y así salían todos descorazonados al ver que el medro que se habían procurado engañando con asonadas y quebrantos al Valido del Rey, que Dios guarde, no eran ya suficientes para obligar a quien llevó su oro a tierras respetuosas en las que la Santa Hermandad hace cumplir la ley y los corchetes acuden prestos ante el robo.
Los caminos están llenos de bandoleros que se ocultan tras banderas para así mejor saquear las arcas ajenas y que, al fin y a la postre, si las autoridades son las primeras que se acobardan no ha de moverse un ochavo hacia aquí
Pero hete aquí que vino un día un principal, uno de los mercaderes que más y mejor negocio hacen entre la corte y esta mi Barcelona, y llamábase Don Isidro Fainé, y mantenía buena inteligencia con el señor Conde, pero no hubo manera ni argucia que le convenciera para que retornase sus cofres, teniendo que contentarse mi amo solo con buenas palabras y volviendo Don Isidro a la isla de Palma de Mallorca, que ahí por lo menos ve venir al pirata a distancia y puede poner a salvo sus posesiones y llamar a somatén.
Para no cansar a Vuesa Merced, diré que ningún doblón de los que marchó desde aquel malhadado uno de octubre ha retornado ni retornará, que los caminos están llenos de bandoleros que se ocultan tras banderas para así mejor saquear las arcas ajenas y que, al fin y a la postre, si las autoridades son las primeras que se acobardan no ha de moverse un ochavo hacia aquí.
Otro de mis amos, a quien serví con grande honra por ser caballero de hidalguía probada, Don Arturo Pérez Reverte, hombre de letras y sable a la vez, me dijo un día a propósito del mal gobierno de Validos y Virreyes que era «Firmar el acta de defunción de aquella infeliz España a la que habían llevado al desastre, gastando el oro y la plata de América en festejos vanos, en enriquecer a funcionarios, clérigos, nobles y validos corruptos, y en llenar con tumbas de hombres valientes los campos de batalla». Y así estamos, ¡oh tierra extraña que los siglos jamás vieron!, donde el burgués es un pícaro mientras el pícaro querría ser burgués pero no le dejan.
Quedo de Vuesa Merced humilde vasallo que sus ilustres manos besan. ¡Y que Dios deshechice al Rey Carlos II!