EL MUNDO 02/09/14
ARCADI ESPADA
Constataba el domingo Francesc de Carreras en el diario El País la decadencia de la ola secesionista. No puedo discutir eso. Solo hacer votos por la rápida curación del enfermo. Otra cosa distinta es lo que el articulista escribía en el último párrafo, cuando, una vez constatado el fracaso de la secesión, instaba «al intervencionismo en la regeneración de España». Y concluía: «Este es el catalanismo que tiene porvenir.» Yo comprendo los buenos sentimientos del articulista. Y hasta le disculpo el uso del piloto automático que se activa en cuanto se ponen las palabras catalanismo y España una al lado de la otra. Pero la primera obligación de lo que él llama catalanismo (que no es más que nacionalismo catalán) es ponerse, y cuanto antes, a la regeneración de Cataluña. Nunca he sabido hasta qué punto la vieja ambición cambonista de la regeneración de España tenía bases sólidas, no solamente basadas en el aire perdonavidas que el catalanismo ha adoptado en tantos momentos de su historia y en el acomplejamiento rústico de las élites del poblachón manchego al que dieron el nombre de Madrid. Pero, en fin, están los datos evidentes: la industrialización, la emergencia de una burguesía flexible y viajada, la circulación de la ideas de vanguardia. Pero todo eso, en su caso, pertenece a un pasado remotísimo. La posibilidad de que las élites políticas catalanas carcomidas por la corrupción, sometidas, en grado diverso, pero sometidas, a un delirante proyecto político que busca la destrucción del Estado y cuya decadencia intelectual, la suya específica y la de sus materiales orgánicos, ha sido correlativa al triunfo de un populismo que ya no permite distinguir entre la política, el deporte y la televisión, todo uno y lo mismo; que esas élites tuvieran hoy la tentación de ir dando lecciones al resto de España, ofreciéndole modelos de conducta y de gestión, ésa es en fin una posibilidad humorística. Hace tiempo escribí que décadas de autonomía no habían establecido un hecho diferencial catalán auténtico y no puramente mítico; que Cataluña era igual al resto de España, en especial en sus agujeros negros. Hoy empiezo a tener dudas. La gran estafa pujolista y todo lo que lleva dentro me hacen pensar en la evidencia de un categórico hecho diferencial ceñido a la impostura. Por lo tanto, emérito Carreras, habrá que instar al catalanismo, en efecto. A que no contribuya a la degeneración final de España.