Ignacio Camacho-ABC
- García Ortiz debería sentarse en el banquillo con la toga puesta para culminar el desafío a la institución que representa
Por favor, don Álvaro, no se vaya. No se le ocurra caer a última hora en un arrebato de responsabilidad institucional, o en un gesto de dignidad impostada. Ni siquiera, y ya sé que es improbable, aunque se lo ordene el mismo que le ordenó que aguantara, cuando acaso usted, que al fin y al cabo es fiscal y sabe bien lo que eso significa, estaba dispuesto a marcharse a su casa. O al menos a dejar siquiera provisionalmente ese cargo cuya disciplina jerárquica tomó demasiado al pie de la letra –para su desgracia– el día en que decidió involucrarse en una disputa partidaria. Este es el momento en que ya va a quedar mal haga lo que haga, así que mejor no intente rectificar los estragos que causa a la justicia su pertinacia. Las cosas que se empiezan se acaban.
Usted interpretó con literalidad eso de que la Fiscalía (Procuraduría, la llaman en Hispanoamérica) es un ministerio. O se olvidó de la diferencia entre Estado y Gobierno, como le ha pasado a algunos de sus antecesores en el puesto, aunque todos ellos han intentado mantener un cierto margen de autonomía siquiera aparente para evitar que en la Moncloa los tomasen por el pito del sereno. Los ha habido, como Eduardo Torres-Dulce o su predecesora y amiga Lola Delgado, que incluso dimitieron; el primero porque, fíjese, el Ejecutivo quería imponerle líneas de actuación con las que no estaba de acuerdo. Y a ninguno ha tenido que procesarlo el Supremo, como a Su Excelencia, por presunta revelación de secretos.
Pero llegados a estas alturas del asunto, y dado su empeño de resistencia, vale la pena que lleve hasta el final la apuesta. Para que los ciudadanos sepan hasta qué punto desprecia el sanchismo a las instituciones que representa. Y para que sus compañeros de carrera, que por amplia mayoría le han pedido –o exigido– la renuncia, no den en pensar ni por un instante que su criterio se respeta. Ya no se entendería una tardía reivindicación de independencia. El presidente, su jefe, lo quiere ahí, firme como el pino junto a la ribera, que cantaba Joan Baez en aquellos remotos recitales de protesta. Su suerte penal para él es lo de menos; por si no se acuerda, ‘ganar el relato’ es lo único que le interesa.
Eso sí, cuando llegue a la vista oral no olvide , por favor, sentarse en el banquillo con el simbólico ropón puesto y bien abrochado. Los ciudadanos ‘justiciables’ –qué feo palabro– merecemos ese espectáculo, y de paso el subordinado que ejerza la ¿acusación? tendrá muy presente a quién debe el encargo. Quedará un poco raro, cierto es, pero ya estamos todos bastante acostumbrados a este tiempo de anomalías, irregularidades y trastornos cotidianos. Un detalle más no tendrá importancia en medio del escándalo. Y por algo decía su ilustre colega don Cándido que a veces toca mancharse las togas de barro. No pensaba en el suelo de las Salesas pero tampoco la realidad es siempre como la imaginamos.