ABC 03/02/13
· Se ceba ahora con los familiares de sus víctimas, a los que mira orgulloso por haber destrozado sus vidas, pero detrás de su soberbia oculta un ego débil.
«Amoral, ausencia absoluta de remordimiento, percepción distorsionadora de la realidad que le arrastra al fanatismo, se crece con el sufrimiento de sus víctimas, obsesión por los atentados con renombre, bajo nivel cultural…». Estos son algunos de los elementos que conformarían el perfil inhumano del pistolero de ETA Javier García Gaztelu, «Txapote», según las opiniones recabadas por ABC entre expertos en psicología y criminología, agentes antiterroristas y víctimas, en base a su comportamiento. Muy diferente dependiendo de si asiste a un juicio con cámaras de por medio o cuando su vida transcurre fuera de ellas, entre la cárcel, el furgón o el calabozo de la Audiencia Nacional.
La altanería que exhibe «Txapote» en cuantas vistas públicas comparece recuerda a la arrogancia mostrada por otro asesino en serie, Iñaki de Juana Chaos. No patea el cristal blindado del habitáculo, como hizo Juan Carlos Iglesias Chouzas, «Gadafi»; tampoco apunta al tribunal con la mano simulando una pistola, como Iñaki Bilbao. Pero la mirada desafiante de Gaztelu, sus ojos enrojecidos por el odio, su media sonrisa, llevan metralla e irritan más si cabe a las víctimas.
El asesino de Alfonso Morcillo, Gregorio Ordóñez, Fernando Múgica, José Ignacio Iruretagoyena y Miguel Ángel Blanco, entre otros muchos, fue detenido el 23 de febrero de 2001 cuando almorzaba en la terraza de un bar con vistas al mar, de la localidad vascofrancesa de Anglet. Horas antes, y por orden suya, el «comando Donosti» había asesinado en San Sebastián a dos obreros, en su intento frustrado de acabar con la vida de un concejal socialista. Impasible tras la matanza que ya conocía, apuraba el bocadillo cuando media docena de agentes se le echaron encima. «Su primera reacción fue de miedo, incluso de pánico, hasta el punto de hacerse pis y lo otro en los pantalones», recuerda un agente.
Autojustificación
La veintena de ocasiones en las que ha comparecido en juicios, bien como acusado, bien como testigo, o la crueldad derrochada en sus crímenes permiten describir el perfil de este asesino en serie. «Desde el atentado —declaraba en el juicio la viuda del concejal del PP José Ignacio Iruretagoyena— he pasado ocho veces por el quirófano. Hace tres años me detectaron un cáncer de mama que los oncólogos relacionaron con el sufrimiento». «Txapote» asistió impasible a este dramático relato. Incluso hizo un gesto de desdén, cuando la viuda añadió que acababa de explicar a su hijo mayor, trece años después, cómo había muerto su padre, mientras que el menor aún lo desconocía.
«Lo normal es que el relato de una víctima le suscite al causante un sentimiento de culpa y por lo menos tenga compasión con esa persona que sufre. Más si lo expresa con sollozos», comenta a ABC el catedrático de Psicología Clínica de la Universidad del País Vasco, Enrique Echeburúa. «La indiferencia o frialdad –añade en referencia a la actitud de «Txapote– denota falta de sensibilidad, o contención para que no se le vea como débil, es decir, una forma de autoafirmarse en su propio rol».
Especial crueldad derrochó Gaztelu durante el juicio por el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco. «Miraba mucho a mi madre, y lo hacía para mostrar su satisfacción por el mal que había hecho a su hijo —recuerda ahora Mari Mar Blanco, hermana del edil de Ermua—. Este terrorista se venía arriba cuando veía a mi madre destrozada. Se sentía, ante ella, orgulloso de lo que había hecho». «Le miré las manos, esas manos que fueron capaces de sujetar a mi hermano y de obligarle a arrodillarse para después dispararle en la cabeza», añade. Pero el etarra mantenía esa sonrisa. Es desafiante con el tribunal que le juzga, y cruel con los familiares de las víctimas, como si quisiera rematarlas. «Asesinos, miradme a la cara, que conmigo no habéis podido. Vais a pagar lo que habéis hecho, os vais a pudrir en la cárcel». Mari Mar Blanco recuerda nítidamente lo que espetó entonces a «Txapote» y a su novia, Irantzu Gallastegi, implicada también en el crimen. «Aparte de una crueldad moral –explica Echeburua–, hay una actitud defensiva que adopta para reforzarse ante los miembros de su grupo».
Cuando las Fuerzas de Seguridad comprobaron que detrás del secuestro estaba «Txapote», no dudaron de que, si la búsqueda fracasaba, sería asesinado. «De haber estado en manos de otros etarras, quizá habría habido alguna posibilidad, aunque mínima, de que lo hubieran soltado por la fuerte presión social», se comenta entre los agentes antiterroristas.
Falta absoluta de escrúpulos
Enrique Echeburúa considera que asesinar a una persona después de haber convivido con ella 48 horas, como hizo Gaztelu con Miguel Ángel Blanco, supone alcanzar el máximo nivel de crueldad. «Demuestra un fanatismo muy marcado y realimentado por la pertenencia a un grupo terrorista». Es frecuente que quien ha mantenido cautiva a una víctima se haya resistido a «ejecutarla» en caso de recibir la orden, y hayan tenido que ser otros miembros que no tuvieran relación con el rehén los encargados de acabar con su vida. Pero «Txapote» no tuvo ningún reparo en dispararle después de haberlo visto sufrir hasta el límite durante dos días.
El factor «herriko taberna»
«La percepción distorsionada de la realidad» mostrada por Gaztelu «está muy asociada con el fanatismo». Y aquí tiene mucho que ver el entorno familiar en el que creció el terrorista: tiene un hermano también etarra; su cuadrilla de amigos de Galdácano la componían «borrokalaris; la «herriko taberna» del municipio era el centro de las reuniones y, como plus, inició una relación con otra sanguinaria, recuerdan agentes antiterroristas.
En «Txapote» se percibe una «adhesión exaltada a un objetivo» —la liberación del pueblo vasco— cuando quiere justificar un asesinato, diagnostica un experto en criminología. «Viene a decir —corrobora Echeburúa— que no estoy matando a una víctima, sino a un enemigo, un uniformado, alguien que oprime a Euskadi…». Esto es lo que permite que sujetos como este asesinen y después puedan dormir tranquilos. Es como si pertenecieran a la secta más fanática.
Caty Romero, viuda del sargento de la Policía Municipal Alfonso Morcillo, está convencida de que Gaztelu ha buscado siempre el «atentado de renombre para darse notoriedad». «Reúne lo peor de lo peor». «Probablemente disfruta mucho con la repercusión de sus asesinatos», corrobora Echeburúa..
Su maldad no ha sido obstáculo para que Txapote» pidiera su traslado a una prisión de España a fin de estar más cerca de su novia terrorista, con la que compartió historial criminal. Lo hizo al amparo del Convenio Europeo de Traslado de Personas Condenadas, que habilita al reo a reclamar el cumplimiento en su país de la condena impuesta en otro, con el objetivo de «favorecer la reinserción social». En 2007 fue entregado definitivamente a España y dos años después pudo reagruparse con su novia en la cárcel de Teixeiro. Ahora cohabitan en Puerto III, y tienen dos hijos. Entre rejas, no es altivo porque no hay cámaras.
Hablan las víctimas
«Disfruta del mal que ha causado»
Mari Mar Blanco. Hermana de Miguel Ángel Blanco
«Esa mirada que tiene, de afirma odio, Mari da miedo», Mar Blanco. «Él está muy satisfecho de todo el mal que ha causado a los demás. Goza por haber hecho sufrir a mucha gente, y eso es por el lavado de cerebro que le han realizado en su propio entorno». «Este terrorista siente auténtico odio hacia todo aquel que no coincida con sus ideas totalitarias. Diría que le han sacado que tenía toda en la el sangre cuerpo y le han inyectado odio». La hermana del concejal de Ermua asesinado tiene un doble sentimiento cada vez que ha visto a «Txapote» en un juicio. «Se sufre porque remueves todo lo que hemos sufrido. Pero también hay satisfacción por verle en la jaula de cristal. Espero que se pudra en la cárcel».
«Nunca dejaría de asesinar »
Caty Romero Viuda de Alfonso Morcillo
«Es renunciarían de los que nunca no a lo que llaman lucha armada, como ocurrió con algunos terroristas que siguieron matando cuando ETA pm se disolvió», asegura rotunda la viuda del sargento de la Policía Municipal de San Sebastián, asesinado el 15 de diciembre de 1994 en un barrio de Lasarte, cerca de donde aparecería después el cuerpo Miguel agonizante Ángel Blanco. de «En caso de escisión, seguiría matando, porque es lo único que sabe hacer. Es altivo, soberbio, prepotente, con mucha chulería. Está muy satisfecho de todo el mal que ha hecho –añade Caty Romero–. No tiene remordimiento alguno. Yo he estado muy cerca de él en varios juicios, y se le nota. Huele a odio».
«Se crece junto a su novia»
Consuelo Ordóñez, Hermana de Gregorio Ordoñez
Consuelo Ordóñez ha asistido a varios de los juicios celebrados contra García Gaztelu, por los asesinatos, no solo de su hermano, sino también de Alfonso Morcillo, Fernando Múgica o Miguel Ángel Blanco. «No recuerdo que a mí me mirara a la cara, porque es un cobarde. Quizá, alguna vez, unos segundos, como mucho, de reojo, para ver qué pasaba entre el público. Pero de mantener la mirada, nada». Varias veces ha acudido con la «z…» de su novia. Entonces él se envalentona con el tribunal para alardear ante ella». «De todas formas, para mí es un asesino despreciable sin más. Cuando he ido a los juicios no me pongo a analizarle. ¿Para qué? Me preocupan las víctimas, no ese miserable».
ABC 03/02/13