EL MUNDO 19/06/14
ARCADI ESPADA
Cada vez que oigo a un socialista hablar de su alma republicana me estremezco como un cadete en flor de cuchillo. Puedo entender que alguien tenga alma monárquica, porque alma y monarquía pertenecen al mismo género de las cosas: no en vano se habla de monarquía divina tanto por dios como por la pijería. Pero la invocación republicana exige que los socialistas abdiquen del alma y pasen al cuerpo. A lo que les pide el cuerpo, concretamente. Si el cuerpo les pide república, adelante y que lo exhiban en abierto. Pero este ritornello, tan típicamente socialdemócrata, está ya cerca de ser intragable. Entre otras cosas no se comprende que sean tan cuidadosos para proteger su alma del impacto medievalizante de los derechos históricos, por lo que respecta a la monarquía, y no tomen las mismas medidas profilácticas respecto a los derechos históricos y el nacionalismo. Esos derechos y singularidades que defienden con tanta pasión, hasta el punto de querer incorporarlos en la Constitución tan regeneradora, federal y moderna que prometen.
Por lo demás, en la política, cabalmente considerada, no existe ninguna diferencia entre el pragmatismo y las convicciones. No hay más convicciones que el ejercicio del día a día y es un auténtico insulto a la inteligencia civil decir que el socialista que vota a favor de la continuación monárquica tiene un almario donde deposita su fuego de verdad, y todos los demás, los que votan ordinaria y silenciosamente por esa continuidad, pero no incurren en la obscenidad de demostrar sus purísimas entrañas, son meros desalmados.
La defensa de la monarquía está al nivel científico y ético, por así decirlo, de la defensa de la homeopatía o de cualquier agüilla presuntamente curativa. Pero esta afirmación ofrece el mismo nivel de verdad de los múltiples estudios científicos que demuestran la eficacia de los placebos. Cualquier científico sabe que el placebo es un falso medicamento; como cualquiera sabe, también, que en determinadas circunstancias y pacientes funciona de una manera indiscutible y eficaz. Así pues, lo pertinente es observar con suave resignación realista y hasta con irónica elegancia los renovados fastos monárquicos españoles, despreciar estas pantomimas éticas socialdemócratas y, sin ignorar cuál es la sustancia del placebo, verificar con la habitual sorpresa que a veces te da la vida su poder de convicción y su eficacia.