Demasiado perturbado el panorama político para que descubran la utilidad del ‘plan B’ del PSE los nacionalistas moderados, si es que los hay. Tiempo ha habido para que hubieran aparecido. El éxito del ‘plan B’, si quiere incidir en el nacionalismo moderado, va residir, triste paradoja, en que no parezca que es socialista.
El pasado domingo vino Zapatero a ungir a Patxi López como candidato a lehendakari. No sé a qué se debe que todos los partidos presenten sus candidatos a lehendakaris cuando lo único que elige el pueblo con sus papeletas es una lista de diputados. Estas no son unas elecciones presidenciales, que no las hay en España, y el que elige al lehendakari es el Parlamento vasco.
Pero bien, todos hacen lo mismo, todos los partidos juegan a presidencialismos, cuando no lo es, a la búsqueda de personalizar las campañas y no perder ventaja respecto a aquel primer partido que en su día decidiera que no eran elecciones al Parlamento sino para elegir lehendakari. Así que supeditados a las campañas de imagen volvimos hace ya tiempo al caudillismo cuando nos pasamos cuarenta años deseando que el Caudillo desapareciese.
Se arman los socialistas con tiempo para dar la batalla, eufóricos tras su victoria en las generales, con guión de combate en la equis de Patxi transformada en una ikurriña, dando sabor autóctono a la lid electoral. Mientras, don Erre Que Erre, Ibarretxe, se pasea por un pueblo de Cataluña en víspera de su diada manifestando obviedades como que Euskadi no estará nunca en España si no es por voluntad propia. Que yo sepa desde hace tiempo los vascos, famosos muchos de ellos en el servicio de la Conquista de América, y anteriormente en la Reconquista, y después en el pensamiento ilustrado de los caballeritos, y más tarde como liberales y carlistas muy españoles, españoles avant la leerte, como los primeros directores de la Guardia Civil, y hasta el consorte de una de las actuales princesas, no creo que estuvieran en España a disgusto, aunque a la mayoría no nos haya gustado su historia, sobre todo la de su pasado siglo. Y en todo caso, fueron los vascos los que votaron por mayoría el Estatuto.
El lehendakari con sus obviedades no va a ser capaz de sacar adelante su plan, y no tiene el plan de reserva, el plan B, el reclamado por Joseba Arregui, y ni lo va a tener porque ese plan de quererlo ya se lo han quitado los socialistas, el de la reforma del Estatuto. Otra cosa es que el plan B se convierta en una baza electoral para López, que sea capaz de seducir a muchos nacionalistas. El reto socialista reside precisamente en que muchos nacionalistas pasen el rubicón electoral y vean como suyo un plan que tiene el inconveniente para ellos de ser enarbolado por los socialistas. Cuestión, en esta tierra tan sectaria, nada desdeñable, porque el gran inconveniente del plan B para el nacionalismo moderado es que es socialista.
El nacionalismo seguirá adelante con el soberanismo aglutinando el electorado alrededor del PNV, contando con la ventaja de que Batasuna no podrá presentarse a las elecciones, a la búsqueda de la mayoría absoluta que imponga de una forma drástica y nada democrática, aunque tenga mayoría absoluta, su plan secesionista. Zapatero y Jordi Sevilla, mientras, tienen la ardua tarea de conformar un Senado territorial, pero a su vez nacional, en una carrera contra el tiempo y la cada vez mayor agresividad del nacionalismo catalán. Nacionalismo que parece no tener freno y «vasquizarse» con gestos a los que estamos en Euskadi acostumbrados como el de negarse a izar en la casi totalidad de los ayuntamientos la bandera española. Demasiado perturbado el panorama político para descubrir a través de la reflexión la utilidad del plan B por parte de los nacionalistas moderados, si es que al final los hay. Tiempo ha habido para que hubieran aparecido.
Por el contrario, los socialistas van a padecer todo tipo de acusaciones para eliminar credibilidad a su propuesta estatutaria. Ya está Madrazo acusándoles de todos los males de la Naval de Sestao. Ibarretxe , Imaz y la portavoz del Gobierno quejándose de que no ve ningún tipo de cambio sustancial respecto a la anterior situación regida por el PP. Llamando la atención lo mucho que han cambiando los comportamientos con el tiempo, porque si Aznar tuvo casi tres años de entendimiento con el PNV cuando llegó al poder, los socialistas no han tenido ni tres meses, y la agresividad abertzale la han padecido desde los primeros días de su Gobierno. El éxito del plan B, si quiere incidir en el nacionalismo moderado, va residir, triste paradoja, en que no parezca que es socialista.
Eduardo Uriarte Romero, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 15/9/2004