ESTEBAN HERNÁNDEZ-EL CONFIDENCIAL
- La sensación de que hay un problema llamado Donald Trump y que todo comenzará a arreglarse con su marcha está demasiado extendida. De fondo, hay mucho más
Lo malo es que ya no habría normalidad a la que regresar. Nada volverá a ser lo mismo. Los actores cuentan, pero las estructuras más, y los pasos adelante que se han dado, y más durante la pandemia, tienen difícil reversión. Los cambios son profundos y se enmarcan en una línea de continuidad de la derecha, esa que se inicia con Reagan y que recorren Bush, Bush Jr. y Trump. Cada uno de estos líderes emprendió virajes sustanciales, a menudo revolucionarios, que no admitieron una vuelta atrás. Los gobiernos de Clinton y Obama modificaron lo recibido, pero no lo alteraron (y a menudo impulsaron en la misma dirección). El resultado fue que, al término de sus mandatos, llegó una nueva ola de una derecha más atrevida y potente. Sin ir más lejos, ocho años de Obama llevaron a Trump al poder.
En qué se diferencian
En ese sentido, hay quienes señalan que no cambiaría nada con la llegada de Biden a la Casa Blanca. El giro hacia el Pacífico de Obama, la posterior desglobalización, la guerra contra China, el regreso al proteccionismo y el ‘Estados Unidos primero’ estarán igual de presentes en la Administración Biden. Pero no es cierto, ya que distintos actores introducen también modificaciones en la estructura. Y Trump y Biden tienen diferentes visiones sobre los mismos procesos.
Justo antes de las elecciones, Trump hizo efectiva la salida del Acuerdo de París y Biden ha señalado que, en cuanto sea presidente, EEUU volverá a él
Los vemos como los representantes de dos ideologías diferentes, una apoyada en el nacionalismo, la religión y la unidad racial, y otra orientada hacia el progreso tecnológico, el cuidado del planeta y la diversidad. Son dos mundos claramente identificables con perspectivas y posiciones muy diferentes. Y, sin embargo, ambas ideologías encuentran una semejanza en sus vacíos, en sus ausencias: en particular, a la hora de gestionar los límites al poder que marca toda idea de organización de lo común, y en la manera en que reparten sus recursos.
Un elemento central
Esto se entiende mucho mejor situado en uno de los aspectos centrales de la pelea entre Trump y Biden, el cambio climático. No es un asunto retórico, ni meramente ideológico, tiene implicaciones muy importantes para la economía mundial. Muy poco antes de las elecciones, Trump hizo efectiva la salida de su país del Acuerdo de París, y Biden ya ha señalado que en cuanto sea presidente EEUU volverá a él. Es un elemento más del choque entre dos sectores, el petrolífero y el de los fondos que instigan la reducción de las emisiones de carbono. El triunfo de los republicanos daría un alivio al primero y el de los demócratas empujaría a los segundos.
Estos planes vendrán vehiculados por los criterios ASG, tendrán a Alemania y Francia como socios europeos y la UE los impulsará
El plan de los fondos que abogan por la sostenibilidad consiste en impulsar las inversiones publico-privadas en infraestructuras, en especial en las ciudades, en crear nuevos activos y en establecer nuevos ámbitos de generación de riqueza para los inversores, que son necesarios, máxime cuando quieren empezar a ponerse límites a las tecnológicas. La influencia de Google y Facebook, por ejemplo, preocupa.
Todos estos planes vendrán vehiculados por los criterios ASG (ESG en inglés), que incluyen factores ambientales, sociales y de gobierno corporativo, que serán más importantes que nunca. El mismo fondo europeo de recuperación exige esos criterios como parte importante de la adjudicación de sus recursos. Este giro, además, tiene a Francia y Alemania como principales impulsores en Europa y, de producirse, implicará una relación más estrecha de EEUU con la UE, alejada de la tensión actual, y una atracción atlantista más fuerte.
La oposición
El triunfo de Biden supondrá un impulso a estos planes, pero también contará con oposición. En particular, porque los demócratas han perdido el Senado, lo que significa que no podrán desarrollar esta reorientación sin ayuda de los republicanos, particularmente hostiles a ella; dicho de otro modo, tendrán que pactar con el sector petrolífero los cambios que quieran desarrollar (al menos en EEUU), lo que limita mucho su alcance.
Quedará por solucionar el problema del deterioro del nivel de vida, que continuará produciéndose en un país con un malestar profundo ya instalado
En segundo lugar, esta nueva importancia de los fondos ligados a la sostenibilidad no significará una prosperidad general, sino el desplazamiento de los beneficios de un sector hacia otro. Lo ecológico, como lo digital, las dos grandes tendencias de la época, no es intensivo en creación de empleo, y ahora se necesita mucho empleo. De modo que quedará por solucionar el problema del deterioro del nivel de vida, que continuará produciéndose, en un país con el malestar instalado. Es una situación complicada de gestionar para su presidente.
Los aspirantes
Además, los dos bloques, el republicano y el demócrata, no solo se opondrán entre sí, sino que encontrarán hostilidades internas. El senador Josh Hawley, que encabeza con Marco Rubio el nacionalismo económico en la derecha, y que promueve medidas de impulso salarial y de generación de empleo, ya ha avisado de que “el futuro es claro: debemos ser el partido de la clase trabajadora, no el de Wall Street”. Sabedores de que su fuerza electoral pasa por vincular la tradición y la religión con el bienestar material, está tratando de impulsar una corriente en su formación que le permita concurrir con éxito dentro de cuatro años.
Cualquier candidato medio apañado habría vencido con rapidez a un contrincante como Trump, que ha gestionado muy mal la pandemia
Al mismo tiempo, en el seno demócrata, Alexandria Ocasio-Cortez encabeza una nueva generación de políticos claramente orientados hacia la clase, con propuestas muy diferentes a los dirigentes actuales. Sanders renunció porque le insistían en que el mejor candidato posible era Biden, y algunos de sus probables socios, como Warren, apoyaron insistentemente a Biden, a pesar de sus diferencias. El resultado no ha sido bueno: cualquier candidato medio apañado habría vencido con rapidez a un contrincante como Trump, que ha gestionado muy mal la pandemia, que ha escondido su incapacidad para afrontar la crisis bajo una capa de ocurrencias y de gestos autoritarios, y que además perdió parte de su electorado porque no fue capaz de conseguir que las empresas volvieran a fabricar a EEUU. Lo más cerca que llegaron las fábricas relocalizadas fue a México (esta trampa, por cierto, en la que también cae Alemania, ubicando las fábricas en su territorio, pero al lado de la frontera polaca, para que los trabajadores sean polacos y así reducir salarios). Tanto Hawley como Ocasio-Cortez supondrán polos de resistencia en sus propios partidos, con la fuerza que les dará contar con apoyo social y con la ambición de llegar a liderarlo, lo que añadirá todavía más tensión.
De modo que ya no hay normalidad a la que regresar. El país más importante e influyente del mundo está tomando una nueva dirección, pero su base interna es cada vez más quebradiza, con enfrentamientos profundos, territoriales, de clase y entre sus mismas élites. Ni Trump ni Biden ofrecen solución a estos problemas. El primero aumentaría las brechas y el segundo, con su plan económico, el auge de los fondos, la implantación de los criterios ASG y el impulso hacia lo verde, pondría un parche vistoso pero inefectivo. Quizá sea hora de entender que la normalidad institucional depende del bienestar económico generalizado en lugar de seguir empujando hacia el enfrentamiento.