Nacho Cardero-El Confidencial
Los empresarios se han aproximado a la vicepresidenta por la misma razón que el Instituto liberal de Ayn Rand se vuelve keynesiano: por una mera cuestión de supervivencia
La derrota de Calviño es la derrota de todos. Lo es de la vicepresidenta, que exhibía el mejor currículo de los que habían dispuesto sobre el tapete; lo es de Angela Merkel y de grandes potencias como Francia e Italia, que apoyaron la candidatura de la española y perdieron como jamás antes en ninguna batalla diplomática; lo es de España, a la que hubiera venido como miel sobre hojuelas la presidencia del Eurogrupo para arrogarse un papel protagonista en el fondo de recuperación; lo es para el Gobierno, con su presidente a la cabeza, que infló las expectativas y negoció mal, y lo es para los grandes empresarios de nuestro país, desde Ana Botín a Pablo Isla, que pusieron todos los huevos en la cesta de Calviño en aras de la estabilidad económica y vieron como un irlandés les adelantaba en línea de meta.
Los empresarios se han aproximado a la vicepresidenta por la misma razón que el Instituto liberal de Ayn Rand se vuelve keynesiano: por una mera cuestión de supervivencia, porque no quieren que la política económica que se imponga finalmente sea la de Unidas Podemos, no quieren que se derogue la reforma laboral, ni que suban los impuestos indiscriminadamente. Apostaron por Calviño, básicamente, para frenar a Pablo Iglesias.
Los empresarios se han movilizado como espartanos para impulsar el ‘plan Calviño’. Empezando por el presidente de la patronal, Antonio Garamendi, siguiendo por la presidenta de Banco Santander, Ana Botín, y terminando por el primer ejecutivo de Inditex, Pablo Isla, quien abandona los predios de Arteixo para dejarse ver como nunca en la capital del reino. Ahí está su activa participación en las macro-jornadas de la CEOE.
Pensaban que empoderando a la vicepresidenta y llevándola en volandas se garantizaban la ortodoxia bruselense en la política patria frente a las posturas maximalistas de la formación morada, pues resultaba una quimera pensar que, ostentando la presidencia del Eurogrupo, España pudiera dejarse llevar por la tentación de erigirse en el verso suelto de la UE.
“La inusitada actividad de Garamendi y la CEOE respondía a ese triple objetivo”, explican desde una gran consultora. “No les gusta Podemos, no les gusta que endurezcan la política fiscal en vez de rebajarla, ni les gusta que los fondos que van a venir de Europa estén gestionados por políticos sin experiencia y no por ejecutivos de grandes compañías, como sucede en el caso de Italia. Se agarraron a Calviño como clavo ardiendo”.
La derrota de España es también la derrota de los empresarios. Ahora bien, se equivocan aquellos análisis realizados a vuelapluma que apuntan a que el varapalo a Calviño supone una victoria para Pablo Iglesias. No lo es. Por varias razones.
Primero, por la condicionalidad que va a trazar el nuevo presidente del Eurogrupo, el irlandés Paschal Donohoe, para recibir ayudas europeas, que va a ser más estricta que las que presuntamente podría haber planteado Calviño y dejan menos margen de gasto a Unidas Podemos. Segundo, por el PNV, que se ha convertido en un socio clave para la mayoría exigua del Gobierno en el Congreso y, a día de hoy, no se muestra partidario de las medidas fiscales desgranadas por Iglesias. Tres, agencias de calificación como Standard and Poor’s y Moody’s ya han amenazado con rebajar el rating de España si, en la situación actual, el Ejecutivo tira para adelante con la derogación de la reforma laboral.
Son varias las almas económicas que conviven en el ecléctico Gobierno de coalición. Como mínimo tres y las tres adolecen de descoordinación por el hecho de sustentarse en teorías económicas dispares y perseguir objetivos temporales distintos.
La que más marida con los intereses de los empresarios es la gubernamental que representa Calviño, por su ortodoxia y por focalizarse en la búsqueda de soluciones para los asuntos de mayor urgencia. La segunda se encuentra en la Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia de País a Largo Plazo, dirigida por Diego Rubio desde La Moncloa. La tercera alma es la que representa Yolanda Díaz, el baluarte económico de Unidas Podemos en el Ejecutivo. Todos ellas funcionan como reinos de taifas.
Esa es otra baza que ha jugado en contra de Calviño: son tantas las voces que se escuchan en Bruselas desde España, que uno ya no sabe con cuál quedarse.