JAVIER ELZO / Sociólogo, EL CORREO 30/06/13
· El objetivo es un acuerdo sobre mínimos éticos, comenzando por los hechos. Y avanzar, más lentamente, en su interpretación.
Asistí en Donosti, siguiendo la convocatoria de Gipuzkoa Forum, a los diálogos en torno al Plan de Paz y Convivencia del Gobierno vasco que lo presentó, sucintamente, Jonan Fernández, y animaron con sus intervenciones y dando paso a las de los asistentes al acto los periodistas Jaime Otamedi y Lourdes Pérez. Toda mi vida adulta ha estado salpicada de actos similares, en particular, pero no exclusivamente, en los de Gesto por la Paz. Durante muchos años nuestro objetivo primero era acabar con ETA y que Euskadi viviera sin la losa de ETA. En gran parte se ha conseguido. Ahora corresponde trabajar –¿cómo decirlo para que de entrada no se me etiquete?– para aumentar la quebrantada convivencia social vasca. Me temo que el camino será largo. Muy largo. Pero hay que intentarlo aunque el final lo veo incierto. Se lo debemos a las nuevas generaciones.
Según mis notas de las palabras de Jonan Fernández, los dos objetivos centrales del plan consisten en alcanzar (durante la presente legislatura) un acuerdo de mínimos entre las cuatro grandes familias políticas vascas (no de dos, o de tres) y la no exclusión de ningún tipo de vulneración de derechos humanos lo que no supone, en absoluto, una equiparación de víctimas. Mi acuerdo con el planteamiento es total, aunque no veo cómo se pueda lograr durante los tres años y medio futuros.
Soy tan rotundo cuando veo la reacción que ha suscitado el ‘Informe-base de vulneraciones de derechos humanos en el caso vasco (1960-2013)’, presentado el pasado 14 de junio por el lehendakari Urkullu. De entrada, muchos se olvidan de que es un informe-base. En adelante las críticas llueven de (casi) todas las partes y colores políticos. Señalo tres.
Algunas víctimas del terrorismo de ETA y algunos medios de comunicación ponen el acento en que no se puede condenar a las víctimas a una fría y anónima estadística. ¿Es que en todos los documentos deben aparecer, con nombres y apellidos, todas las víctimas de los últimos cincuenta y más años? Porque, desde hace muchos años, no es así. Como poco, desde que se formó la Oficina de Atención a las Víctimas del Terrorismo, precisamente desde la Lehendakaritza y cuya primera responsable fue Maixabel Lasa, nombrada por Ibarretxe y confirmada después por López.
Otros critican que el informe diluye el terrorismo de ETA entre las violencias habidas en Euskadi. Pero no es cierto. El Informe diferencia y cuantifica nítidamente que en su mayoría (837) son asesinatos perpetrados por ETA, 94 los llevados a cabo por la violencia de las Fuerzas de Seguridad del Estado (FSE) y 73 asesinatos de grupos parapoliciales y de extrema derecha.
En fin, no faltan personas que echan en falta alguna interpretación de lo sucedido, máxime viniendo del Gobierno vasco. Así desde la izquierda abertzale se critica que no se hable para nada de las causas de lo que denominan el ‘conflicto vasco’, pues entienden que así se comprendería y legitimaría, a sus ojos claro está, las ‘acciones de ETA’. Pero desde otras posturas se arguye, precisamente, que es tal ausencia de interpretación la que puede dar pábulo a la legitimación del terrorismo etarra.
Todos nosotros tenemos una interpretación de lo sucedido. Muchos lo hemos expresado públicamente. También el Gobierno vasco actual, y el anterior y el anterior. Todos. También cada de uno de los cuatro firmantes del informe-base. Y todos sabemos que todas esas interpretaciones no se corresponden con la interpretación que lleva dando durante toda su existencia la izquierda abertzale. Pero el objetivo del actual Gobierno es llegar a unos mínimos éticos con las cuatro familias políticas vascas, lo que supone comenzar por los hechos, los fríos, aunque sangrantes, hechos y avanzar, lentamente, con las interpretaciones. Lo que exigirá, condición ‘sine qua non’ que, al menos de vez en cuando, nos escuchemos. Escuchemos al que piensa de forma distinta a nosotros. En dos ocasiones lo intenté y, parcialmente conseguí, durante mi paso por el Forum Deusto. Están publicadas aquellas conversaciones bajo el título de ‘Los puentes de Deusto’. Hoy, casi sin ETA, soy más pesimista que entonces.
Los autores del informe-base (Manuela Carmona, Jon Mirena Landa, Ramón Múgica y Juan María Uriarte) son personas competentes, de talante moderado y con opciones políticas diversas, personas habituadas al diálogo social y lejos de posiciones extremas del abanico político vasco. Si el texto firmado por estas personas ha recibido una acogida tan crítica en la mayoría de los editoriales y artículos publicados en los medios de comunicación de ámbito vasco, me temo que en Euskadi se va a reproducir, durante decenios, respecto de ETA y las violencias que en su entorno se han generado, lo que ha sucedido con la rebelión franquista y la Guerra Civil que, setenta años después, sigue suscitando tantas controversias interpretativas. En la ciudadanía y, aunque en menor medida, también en la historiografía. Y la responsabilidad de que esto sea así será nuestra.
El historiador Anthony Beevor escribió en 2006 que «los españoles tienen muchas y grandes virtudes, especialmente la generosidad, la imaginación, el sentido del humor, el valor, el orgullo y la determinación. Pero no suelen distinguirse por intentar comprender el punto de vista del adversario. Es un vicio infravalorado. La tragedia de la Guerra Civil es sin duda el recordatorio más fuerte del peligro de despreciarlo». Ya sé que lo que hemos vivido en Euskadi con ETA estos últimos sesenta años no es una guerra civil. Pero «el vicio infravalorado» que Beevor atribuye a los españoles creo que es perfectamente válido para los vascos de 2013. Lo que, pensando en las nuevas generaciones, me apena y aterra.
JAVIER ELZO / Sociólogo, EL CORREO 30/06/13