ABC 21/04/14
· El nacionalismo, sea vasco o catalán, representa en estos tiempos de crisis una opción chantajista y depredadora del Estado
En el «Aberri Eguna», o Día de la Patria, que se celebró ayer en Bilbao, el Partido Nacionalista Vasco se puso en la estela del nacionalismo catalán para sumarse a la campaña por el derecho a decidir y por la soberanía. No obstante, el presidente vasco, Iñigo Urkullu, evitó el tono, que no el fondo, unilateralista del nacionalismo catalán, y haciendo gala de su apariencia moderada trufó su discurso con apelaciones al diálogo, el pacto y la ratificación. Utilizó Urkullu un lenguaje tributario del fracaso del «plan Ibarretxe» y de las expectativas abiertas por el aventurerismo separatista en Cataluña. Viendo la que le está cayendo a Artur Mas desde Bruselas, Madrid e incluso, de manera incipiente, la propia Cataluña, Urkullu sabe que, por ahora, le toca amagar y no dar, entre otras razones porque el País Vasco sí tiene muy claro el balance de pérdidas en caso de que declare su independencia. Por lo pronto, el País Vasco independiente tendría que modificar su estructura política, en la que se solapa la administración autonómica con la administración foral de los tres Territorios Históricos. El País Vasco vive fiscalmente muy bien en España –esa España que da la cara ante Bruselas por los privilegios económicos vascos–, pero como posible Estado de la UE se vería obligado a implantar una organización política y fiscal propia del siglo XXI. En Bruselas, Urkullu haría el ridículo repitiendo la frase de que «los vascos estábamos aquí antes del nacimiento de los estados». A estas alturas de la Historia, las legitimidades políticas no se miden por remisiones al neolítico, sino por criterios más modernos de pluralidad, libertad y democracia.
En términos más concretos y como hoy informa ABC, la independencia, según estudios de expertos, costaría al País Vasco una reducción de su PIB de entre el 10 y 20 por ciento, y un empobrecimiento para cada familia vasca de unos 15.000 euros al año. Replicar estas previsiones con el argumento de que la Administración vasca mantendría sus ingresos es puro voluntarismo, pues no hay duda alguna de que las principales empresas y bancos con sede en el País Vasco lo abandonarían, a lo que habría que sumar su salida de la UE.
El nacionalismo, sea vasco o catalán, representa en estos tiempos de crisis una opción chantajista y depredadora del Estado. Cuanto más necesaria es la unidad para hacer frente a la adversidad, más arrecian con su discurso de ruptura y deslealtad, aunque Urkullu, otro falso moderado, se llene la boca de pactismo, pero siempre que sea para lograr lo que quiere el nacionalismo, o de bilateralidad, pero siempre que sea para imponer objetivos unilaterales. Todos, nacionalistas catalanes y vascos, deben saber que nada depende de Rajoy ni de Rubalcaba, sino de un orden constitucional al que están forzando a utilizar sus más contundentes recursos para poner fin a tanto juego sucio del nacionalismo.