El PNV no es por casualidad un partido hegemónico en Euskadi al que nadie tose desde hace más de 40 años. Tiene una más que probada capacidad de gestión pese a los patinazos de la pandemia, un equipo de finos analistas y estrategas que sabe mover sus fichas, un relato bien construido y una maquinaria engrasada con mimo que extiende sus tentáculos e influencia por todo lo que se mueve en el País Vasco. Por si eso fuera poco, donde no llegan sus virtudes lo hacen las carencias de las demás fuerzas políticas. Todo ello explica, siquiera en parte, una insólita resistencia al desgaste que conlleva el poder. Incluso, en las circunstancias más adversas.
Ya fuera por autosuficiencia, falta de reflejos o un error de cálculo, resulta insólito el gol por la escuadra que le ha marcado EH Bildu al adelantársele con un pacto presupuestario con Pedro Sánchez que ha dejado sin valor los votos jeltzales. Un nuevo paso en la ‘operación Ariel’, el blanqueamiento de la izquierda abertzale en el que la colaboración del Gobierno central suscita resquemores en Sabin Etxea. La respuesta del nacionalismo, al que el PSOE necesita cuidar para el resto de la legislatura, ha sido el acuerdo para el acceso soterrado del tren de alta velocidad a Bilbao y Vitoria. Un ejemplo de libro de una forma de actuar que le ha proporcionado extraordinarios resultados desde la Transición.
El Gobierno vasco gestionará las obras de los accesos a ambas capitales, lo que no garantiza que acaben antes de lo previsto, pero sí que tendrán la máxima prioridad y no estarán sujetas a vaivenes en los planes del Ministerio de Transportes. Una buena noticia si evita retrasos adicionales en una infraestructura en la que Euskadi se ha visto relegada de forma injustificable. Pero la decisión tiene más recorrido del que aparenta a primera vista y consecuencias políticas colaterales.
El partido de Andoni Ortuzar podrá rentabilizar en su propio beneficio la mayor inversión del Estado en esta comunidad en varias décadas, a la par que arremete contra el ‘olvido’ de la Administración central hacia ella y se presenta una vez más como el valedor exclusivo de los intereses de los vascos. No solo al favorecer la llegada del TAV, sino al sustituir en una materia de su competencia a Madrid para enmendar su supuesta falta de pericia o de sensibilidad hacia nuestra tierra. Una vez más, el PNV, al rescate: apartaos, inútiles antivascos, que aquí estoy yo para demostrar cómo se hacen las cosas. Una jugosa baza arrancada a Sánchez que exhibe como un triunfo. El hecho de que el PSE controle Transportes en el Gobierno de Urkullu no impide que los nacionalistas, con el lehendakari a la cabeza, puedan colgarse como una medalla cualquier avance en esa materia, aunque el gasto corra a cuenta del ministerio correspondiente.
Visto lo visto -parecido a lo que sucede desde hace años y años-, a nadie podrá extrañar la exultante fortaleza electoral del PNV hasta en los territorios tradicionalmente menos proclives a sus siglas. La Margen Izquierda del Nervión y Vitoria son dos buenos ejemplos de ello. Lo dicho: casi nada es casual.