EDITORIAL-El Español

La celebración del Aberri Eguna de este Domingo de Resurrección, como viene siendo tradición en los últimos años de este agitado ciclo electoral, ha servido más como una plataforma para hacer precampaña que como una celebración del Día de la Patria Vasca.

La cercanía de las elecciones autonómicas del próximo 21 de abril ha recrudecido las diatribas del PNV contra EH Bildu, que pasa a convertirse en su mayor rival cuando hay comicios autonómicos a la vista. Y más últimamente, que los jeltzales se sienten por primera vez apremiados por la cercanía de los abertzales en los sondeos.

En el Aberri Eguna del año pasado, Andoni Ortuzar ya comenzó a explorar esta línea de confrontación con los de Arnaldo Otegi, al acusarles de «transformismo político» y bromeando con que ante las citas electorales «meten en el armario el palestino, el forro polar y el flequillo cortado a motosierra», aunque «por dentro siguen siendo los mismos».

En su estilo socarrón acostumbrado, el presidente del PNV ha ridiculizado la insincera estrategia de Otegi de exhibir un perfil más moderado, amable y transversal calificándola de un travestismo de «yogur light», y acusándole de tener una «agenda oculta».

Resulta sorprendente que Ortuzar se haya lanzado sólo ahora a retratar a Bildu como un lobo con piel de cordero. Porque el PNV ha sido una de las principales fuerzas de blanqueamiento y homologación moral y política de sus ahora rivales en el espectro nacionalista. Alertar en estas elecciones de que viene el lobo difícilmente podrá resultar efectivo, como demuestra el notable apoyo popular que se ha granjeado la coalición abertzale, especialmente entre los más jóvenes.

Es también irónico que Ortuzar se haya servido de la metáfora del yogur light y haya cargado contra Bildu por querer confeccionarlo con «la leche que ha ordeñado el PNV».

El mismo PNV que, por boca de Xabier Arzalluz, se ufanaba grotescamente de «recoger para repartir» las «nueces» gracias a que otros «sacuden el árbol», en alusión a ETA, lamenta ahora que sean los legatarios de la banda los que pretendan aprovecharse de los logros económicos de Iñigo Urkullu.

Pasar del árbol y las nueces a la leche y el yogur, y que fuera hoy Bildu quien se beneficiase de las sucesivas prebendas arrancada por el PNV al Gobierno de Pedro Sánchez, supondría completar el ciclo con una cruel ironía.

Los abertzales están en disposición de poder darle la vuelta a la tortilla. El PNV ha conseguido muñir un País Vasco próspero a fuer de caciquil y gris. El afán independentista es en consecuencia marginal, al no haber una conciencia de necesitar una secesión. Como prueban los datos del Sociómetro del Gobierno vasco del 14 de febrero, sólo un 23% se declara separatista en una sociedad que ya ha logrado casi todas las competencia estatales posibles.

De ahí que, como ha explicitado este domingo Otegi, Bildu haya decidido competir «trazando el camino de la independencia», para excitar y explotar el sentimiento rupturista que ha palidecido entre el electorado de los jeltzales.

El saliente lehendakari Urkullu ha querido sembrar en su auditorio la inquietud ante la «inestabilidad» y «conflictividad permanente» que alientan las «exigencias imposibles» de Bildu.

Y no le falta razón al alertar sobre la amenaza que supondría que los abertzales se hicieran con el Gobierno vasco, condición necesaria, según ha reconocido Otegi, para culminar el proyecto independentista.

El problema es que el progresivo vaciamiento del Estado en el País Vasco libera dinámicas que pueden acabar provocando que la vaporosa y frágil frontera entre el nacionalismo pactista y el independentismo rupturista se decante en favor de este. Y entonces ya será tarde (e incoherente) lamentarse, como Ortuzar, de que Euskadi haya dejado de ser «una nación europea pujante y reconocida» para convertirse en «un barrio desconocido de las afueras de no sé qué sitio».