- El PNV ha criado a sus propios cuervos, hoy encarnados en EH Bildu, y los verá hacerse con el poder autonómico tras su «no» a Alberto Núñez Feijóo.
El PNV está a punto de desaprovechar la última oportunidad que le podría permitir esquivar el destino al que está abocado desde que EH Bildu le ganó las dos últimas elecciones, las municipales y las generales, y antes de que también le gane en las próximas autonómicas.
La única posibilidad que tendría el PNV de evitar el vaticinio sería votar a favor de la investidura de Alberto Núñez Feijóo, algo que desactivaría automáticamente la influencia de Pedro Sánchez y, con ella, la de EH Bildu.
Pero como el «no» ya está decidido, lo que nos queda por delante será contemplar la fatalidad anunciada. El PNV, después de criar a sus cuervos, verá cómo estos cumplen su cometido en sus propias carnes.
El Gobierno vasco dependerá de la política de alianzas que permitan los resultados electorales. Pero, con Sánchez de por medio, demos por seguro que la lógica política desaparecerá del terreno de juego y la política vasca empezará, por fin (en este caso para bien), a parecerse un poco más a la española.
Iñigo Urkullu, en el reciente Alderdi Eguna (el «día del partido»), se volvió a quejar del malestar social que genera su acción de gobierno en sectores clave como la sanidad, la educación o la ertzaintza. Como si quienes protestan lo hicieran por afición y no por una causa real.
«Lamentablemente, asistimos a mensajes adanistas, catastrofistas, apocalípticos, que dicen que todo es un desastre. Es la crítica por la crítica, por intereses políticos, la huelga por la huelga», dijo. Y remató con un «¡ya está bien de generar malestar en la sociedad que a nadie beneficia!».
«Urkullu siempre ha ido por delante en el PNV, abriendo camino y apoyado firmemente en su cuadrilla de sostenedores, encabezada por Ortuzar»
Y es que para saber hasta qué punto llega el estado de nerviosismo en el que vive actualmente el PNV, lo que hay que hacer es escuchar a quien verdaderamente manda en esa casa, que no es otro que Urkullu. Urkullu va por su tercer mandato como lehendakari y está dispuesto a un cuarto, habiendo sido previamente presidente del partido.
Aunque todavía haya despistados que piensan que el PNV es una bicefalia, con dos mandatarios, uno para el partido y lo orgánico, y otro para el gobierno y lo institucional, lo cierto es que basta fijarse en cómo llegaron uno y otro, Urkullu y Ortuzar, a los cargos que actualmente ocupan para comprender quién manda realmente ahí.
Urkullu fue presidente de la Ejecutiva del partido en Vizcaya (el Bizkai Buru Batzar) y dejó el cargo para ser presidente del partido en 2008. ¿Quién lo sustituyó? Andoni Ortuzar.
Después, Urkullu se presentó a lehendakari en 2012, para lo que tuvo que dejar su cargo como presidente del partido. ¿Quién lo sustituyó nuevamente? Sí, el mismo, Andoni Ortuzar, al que eligieron por el procedimiento de urgencia, desde la propia Ejecutiva del partido y sin pasar por las asambleas.
Siempre Urkullu por delante, abriendo camino y apoyado firmemente en su cuadrilla de sostenedores, encabezada por Ortuzar.
Urkullu es la historia del PNV de los últimos 25 años por lo menos, aunque estaba en la Ejecutiva de Vizcaya ya en 1984, asistiendo a la escisión del partido y el surgimiento de EA. Alcanzó la presidencia del partido en 2008, donde estuvo hasta su nombramiento como lehendakari en 2012, y durante la cual construyó todo el ideario político que conocemos hoy. El de la nación foral, el concierto político, la bilateralidad y la convención constitucional.
«En la producción ideológica de Urkullu es clara la mano de su amigo Daniel Innerarity, que con el tiempo ha visto dispararse su carrera académica»
Algo que en principio debería ser función del partido, la orientación ideológica, fue asumida por Urkullu desde su puesto de lehendakari y sin importarle implicar a otros miembros de su gobierno que no son de su partido. En su producción ideológica es clara la mano de su amigo Daniel Innerarity, que con el tiempo ha visto dispararse su carrera académica, en forma de institutos de investigación dentro de la Universidad del País Vasco, con ramificaciones en el exterior, incontables contratos de asesoría en los distintos niveles de la Administración vasca y multitud de premios.
Pero antes de esa etapa de fundamentación ideológica, Urkullu experimentó otra no menos importante como presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento vasco, en la que estuvo entre 1999 y 2007, durante los gobiernos de Juan José Ibarretxe.
Fue entonces cuando adquirió el talante hierático e impenetrable que le conocemos hoy, manteniendo a su partido férreamente situado en un punto intermedio entre las víctimas de ETA y sus verdugos, que en el fondo no era más que una forma de apoyar el radicalismo aberzale, salvando las apariencias.
Recordemos que tras el pacto de Estella-Lizarra, al que llegó un nacionalismo a la defensiva tras la reacción social por el asesinato de Miguel Ángel Blanco, el primer gobierno de Ibarretxe se consiguió gracias a los votos de la izquierda aberzale, que apoyó la investidura del lehendakari, así como la conformación de las comisiones del Parlamento vasco, que fueron todas para el nacionalismo, incluida la presidida por Urkullu.
En aquella primera Comisión de Derechos Humanos, uno de sus miembros fue José Antonio Urrutikoetxea Bengoetxea, alias Josu Ternera, y a quien Urkullu consideraba uno más de su comisión, en plenitud de derechos.
Las víctimas de ETA no pudieron soportar verse consideradas entonces como unas víctimas más del conflicto junto con las provocadas por la violencia policial u otras organizaciones criminales. Tampoco tener que asistir a las sesiones junto a quien fue uno de sus más sanguinarios verdugos. Urkullu, no obstante, consideró que Ternera era «un electo a todos los efectos» y pidió que no se «prejuzgara» su designación. Ante los que protestaban por ese nombramiento, añadió: «Confío en que no lo hayan hecho pensando en poner al PNV en una situación difícil».
Iñigo Urkullu, que tras los mandatos de Ibarretxe ha pasado a ser considerado un lehendakari moderado, mantuvo a raya por aquella época las protestas de las víctimas del terrorismo de ETA y tuvo reparos en equiparar a ETA con el Ejército español con el argumento de que ambas son instituciones armadas que no pueden tutelar la actividad política.
El malestar actual de Urkullu, que se incrementará sin duda a partir de su no a Feijóo, tiene que ver con su sensación de que el tiempo del PNV, con él al frente, se acaba y de que está próximo el inicio de un nuevo ciclo en el que los herederos de Ternera (el cuervo a quien él puso alfombra roja en el Parlamento vasco para escarnio de sus víctimas) estarán en disposición de hacerse con el poder autonómico.
*** Pedro Chacón es profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV-EHU.