Pedro Chacón-El Correo

  • Reclamar el derecho a decidir sigue siendo útil de cara a la política interna

Si necesitábamos una prueba fehaciente de que, tras la pandemia y la consiguiente crisis económica, hemos vuelto a la normalidad política en Euskadi, la tuvimos la pasada semana en el Parlamento vasco con la enésima declaración sobre el régimen político que deseamos en el futuro. Salió, como estaba previsto, república y derecho a decidir. Es el inicio de un nuevo ciclo de producción identitaria, para el que todavía no hemos alcanzado la velocidad de crucero habitual, pero todo se andará. Es el principal rasgo de nuestra realidad política en los últimos cuarenta años.

La historia reciente nos permite también ver cada vez mejor cómo funciona nuestra superproducción simbólica identitaria. Resulta contraproducente cuando se trata de afrontar una creciente dependencia económica estructural respecto de España (tema pensiones) y del resto de Europa (tema ferrocarril de alta velocidad), pero sigue siendo tremendamente útil para la política interna; por ejemplo, de cara a las próximas elecciones municipales y forales, para las que vamos de cabeza a unos resultados que van a convertir nuestras municipalidades y diputaciones en auténticos bastiones de un régimen nacionalista sin alternativa posible en décadas.

Los dos principios ahora reclamados -república y derecho a decidir- pertenecen por derecho propio a esa superproducción simbólica identitaria, pero compartiendo historia con otras propuestas, incluso contradictorias entre sí. Recordemos que al inicio de la Transición el PNV abogó por el ‘pacto con la Corona’. Pero eso no impidió que en las Juntas Generales de Bizkaia, en los años 80 del siglo pasado, se consiguiera despojar al territorio de Bizkaia de su condición de Señorío histórico. En otra sesión posterior, cuando la izquierda abertzale propuso quitar directamente al Rey de España su título de Señor de Bizkaia, ahí el PNV no remató la jugada y se abstuvo.

¿Fue por su oculta querencia monárquica? De hecho, en las sesiones constitucionales de 1978 el PNV presentó la famosa enmienda número 689 por la que sus representantes en aquella ocasión, Ajuriaguerra, Unzueta y Arzalluz, con la ayuda inestimable de Miguel Herrero de Miñón -que luego sería candidato a la presidencia de Alianza Popular-, consiguieron introducir en la Constitución el reconocimiento de los derechos históricos. De los cinco puntos de aquella enmienda, el único que no salió fue el tercero, que decía: «Se renueva el pacto foral con la Corona, manteniendo el Rey en dichos territorios los títulos y facultades que tradicionalmente hubieran venido ostentando sus antecesores». Se consideró un arcaísmo inconstitucional. Pero sin la monarquía no se entiende nada en la historia de los países vascos, más concretamente sin la monarquía borbónica, que alcanzó el trono español con el apoyo de los territorios vascos, a los que por eso respetó sus fueros.

La apuesta de ahora por la república, en cambio, nos remontaría a lo que escribió Luis Arana Goiri, al que se le recuerda todos los años por estas fechas en el Aberri Eguna por haber transmitido a su hermano Sabino la buena nueva de la patria vasca. Luis dijo que había que aprovechar lo que viniera con la república española, pero sin demasiado entusiasmo. De hecho, cuando se declaró la Guerra Civil no quiso estar ni con unos ni con otros, aquella no era su guerra. Y el Eusko Gudarostea ya sabemos lo que hizo en Santoña: una vez perdida la tierra vasca, lo que quedaba de república española que lo defendieran otros, porque ellos no. El propio Luis Arana volvió a España en 1942, en pleno franquismo, y vivió tan tranquilo en Santurtzi hasta que falleció en 1951.

Y en cuanto al derecho a decidir, ya va siendo hora de que recordemos un básico del nacionalismo vasco. Cuando se pide el derecho a decidir solo hacia afuera, pero se reprime hacia adentro, están traicionando la memoria del fundador y la de su hermano: cada Estado vasco debería ser independiente, lo mismo que el pueblo vasco en su conjunto. Es la histórica demanda nacionalista de confederación, de claro origen fuerista, que luego las izquierdas vascas, desde ANV hasta hoy, han echado por tierra. El PNV también ha desistido de ella, denominando ‘regiones’ a los territorios históricos, en sus sucesivos manifiestos.

Pero recordemos lo que Sabino Arana, en su famoso artículo ‘Unión’, del número 15 de ‘Baserritarra’, dejó escrito: «Como quiera que los estados euskerianos se han regido en la historia independientemente, es claro que cada uno de ellos debe fijar con la misma independencia su doctrina política fundamental». En esto tampoco se le ha hecho caso al fundador. La prueba está en la relevancia política nula que para el nacionalismo vasco tienen los diputados generales. Así, ¿a quién le extraña que Navarra se lo piense tanto?