El PNV sigue siendo el perejil político de todas las salsas. Mejor dicho, de casi todas. Controla con suficiencia las grandes instituciones vascas, gracias a su entente con los socialistas. Y es aliado imprescindible para el Gobierno de Pedro Sánchez. En tiempos de pandemia y crisis semejante cuota de poder implica la asunción de mayores riesgos. Claro que el contraste con los despropósitos y el fango que destila la política española ayuda. Sin contar con los réditos que los jeltzales siguen obteniendo en Madrid.
Sólo hay una salsa que los peneuvistas rehúsan: Cataluña. Urkullu y Ortuzar mediaron en su momento para que no explotara el polvorín catalán. En vano. El entonces president Puigdemont no aguantó y de aquellos polvos hemos devenido en los actuales lodos. Tras la inhabilitación del president Torra, los catalanes ya saben que serán llamados a las urnas en febrero. Otra legislatura de monocultivo del mensaje independentista ha dejado una Cataluña muy tocada en lo económico y aún más en lo social.
La pugna electoral volverá a dirimirse en el eje soberanistas-constitucionalistas. El objetivo ‘indepe’ será, de nuevo, lograr el apoyo de más del 50% de quienes emitan su voto, toda vez que ninguna encuesta cuestiona que retendrán la mayoría en el Parlament. Ello pese a la fragmentación de la oferta soberanista. De las tres opciones que se ofrecían al electorado -la antigua Convergencia, ERC y la CUP- se pasará a cinco, salvo alianzas de última hora. El espacio convergente, desmantelado deprisa y corriendo por la sucesión de escándalos de corrupción, ha dado paso a tres siglas. El PDeCAT de David Bonvehí, primer heredero directo de CDC. Y dos escisiones: Junts per Cataluña, la sigla de Puigdemont, Torra y gran parte de la antigua familia pujolista. Y el PNC de Marta Pascal, con un discurso político calcado al del PNV.
Tanto Bonvehí como Pascal estarían algo más que encantados si el PNV les mostrara su apoyo. No lo habrá. Con buen criterio, los jeltzales no están por entrometerse en el avispero catalán. A lo más que parecen dispuestos es a recibir, mostrar su aprecio y compartir foto con ambos, como han hecho esta semana con la visita que ha girado a Sabin Etxea el líder del PDeCAT.
Si estos livianos guiños de un PNV que muchos catalanes quisieran para su tierra -otros ven la moderación jeltzale como síntoma de debilidad cuando no de traición- no alteran a última hora los pronósticos: el triunfo el 14 de febrero parece sólo al alcance de ERC y JxCAT. La victoria de Puigdemont sería otro paso más en la confrontación. El PSOE y Podemos creen que el triunfo de ERC -que no está claro nada claro con quien gobernaría- rebajaría suflé.
La desunión suele traducirse en pérdida de escaños. Es muy posible que así sea. Pero el soberanismo sigue absolutamente activado, lo que no ocurre con el constitucionalismo. Si PSC y, en menor medida Cs y PP, no logran movilizar a su electorado, el independentismo podría rebasar esta vez la barrera del 50% de los votos. Gasolina para el conflicto. Esa es la verdadera batalla que parece se librará el 14-F.