JUAN CARLOS GIRAUTA-ABC
- Es lo fulminante de su final como político lo que nos despierta compasión (poca, pero ahí está, entreverada con la vergüenza ajena)
Contra un arrecife insuperable, contra una roca que no perdona, contra esa Ayuso que ya es leyenda chocan una y otra vez, porque no aprenden, los más temerarios navegantes. Déjales. Se ponen estupendos, a esta me la meriendo, no veis que todo es humo, a mí no me aguanta un debate, pensó Pablemos, a quien hay que comprar por lo que vale y vender por lo que cree valer. Sabemos que lanzarse al toro bravo porque en su espejismo ven una vaquilla no es locura que afecte solo al sanchismo. Mira Teo. Trató de imponer no sé qué pamplinas de jerarquía de partido a quien ostentaba poder institucional y levantaba algo casi imposible a estas alturas del PP: entusiasmo. Allá donde fuera la aplaudían. No sé por qué hablo en pasado. ¿Y Casado? Se dijo «yo la puse» y «aquí presido yo». En vez de explotar esa mina de oro en su favor, se dejó llevar por todos los demonios.
Lo de Bolaños ha sido estragador. Hasta se había ganado el hombre un cierto prestigio que lo acercaba, pese a su entorno vil y a sus trampas, a la figura del valido imprescindible, del estratega discreto que procura comodines al tahúr que nos gobierna. Cuidado con Bolaños. Eso lo lleva Bolaños, ojo. ¿Cómo se pasa de ahí a darnos pena? Persistiendo en el error más común de estos años: infravalorar a la líder de acero a base de creerse las caricaturas con que se engañan y consuelan. Y ahí que se lanza el tipo, de frente. ¡Apartad, dejadme solo, le reviento su Dos de Mayo con las elecciones encima, y ya! Habría en el equipo de Sánchez quien se lo creyera, habría quien no pensara nada (tipología abundante), habría quien susurrara «no sabes dónde te metes, pero tú métete, métete». Acaso una Margarita Robles, que miró de soslayo a su compañero en el momento justo en que pasaba de Sun Tzu a Payaso Auguste. Reaccionó como si en la puerta de un local exclusivo viera de pasada, medio segundo, cómo interceptan a un desconocido ostentoso que intentaba colarse por la cara mientras a ti te franquean el paso.
Ese ridículo fatal —sumado a la constancia general de que el interceptado había sido el responsable de organizar una contramanifestación para calentar el acto a la vez desde fuera y desde dentro— eterniza la caída de Bolaños. Un error del que no se recuperará. Es lo fulminante de su final como político, y aun como personaje público serio, lo que nos despierta compasión (poca, pero ahí está, entreverada con la vergüenza ajena). Al primer ministro de Exteriores del felipismo, Fernando Morán, que valía cien veces más que Bolaños, lo pulverizaron los chistes. Fue bastante raro, entonces no había redes, solo el azar quiso que la España burlona se cebara con él. No levantó cabeza. Bolaños no ha durado ni un día en la era de los memes, ya lo han pintado colándose en todas las fiestas y ceremonias imaginables. Es cruel, pero a quién se le ocurre mandar ‘avante toda’ frente al rocoso encalladero de Ayuso.