Luis Ventoso-El Debate
  • El buen Sánchez asaltó el poder del ganchete con él, pero pensaba que era un progresista ejemplar, un buen socialista y un comprometido feminista

Pobre Pedro, le ha pasado a lo que, a tantas personas que nacen con el don de una bendita inocencia, una bonhomía indestructible, que los lleva a hacer suya aquella máxima de Rousseau que sostenía que «el hombre es bueno por naturaleza».

Don Pedro, un santo varón ajeno a toda forma de malicia, ha ofrecido sus primeras declaraciones sobre el ingreso de Ábalos y Koldo en las hospederías gratuitas del Estado bajo amenaza de larguísimas estancias. En las entrevistas, concedidas a medios catalanes, ha aclarado que en realidad apenas sabía quién era Ábalos: «En lo personal era un desconocido para mí».

Algunos analistas fachosféricos, luciferinos y maledicentes, se apresurarán a señalar que con estas declaraciones el presidente hace gala de una faz granítica. Me parece una apreciación muy injusta. Don Pedro es así, un ingenuo de buen corazón. Confía en la gente y piensa que todos los que le rodean albergan una conciencia tan pura como la suya.

Cuando Sabiniano les puso a su esposa y a él un piso en un barrio madrileño, fino y caro, Pedro, en su cándida buena fe, pensaba que el dinero del regalo provenía de un limpio negocio de hostelería; acaso un poco noctívago, pero solo para dar bocatas a altas horas a taxistas, barrenderos y serenos. Ni en sus peores pesadillas se podía imaginar nuestro Pedro, feminista, progresista y ecologista, que aquel probo hombre de empresa que tenía por suegro era un lince de la lujuria de pago más sórdida.

Evoquemos los tiempos heroicos. La banda del Peugeot recorría laboriosamente todas las Españas para luchar en las primarias del PSOE (previa ayuda pecuniaria inicial del honesto Sabiniano). Pero Pedro jamás notó nada fuera de lugar cuando caía la noche y hacía parada y fonda junto Ábalos, Koldo y Cerdán, hoy cuerda de presos. Pedro se imaginaba que don José Luis, el Olof Palme de Torrente, se retiraba presto a su humilde celda para leer a Noam Chomsky, Norberto Bobbio o Paul Krugman. ¿Cómo imaginar un solo rasgo de lascivia y espíritu parrandero en aquel comedido caballero, que tenía a gala recordar que «soy feminista porque soy socialista?»

Lo mismo operaba con don Santos y con don Koldo, el noble y bonachón militante navarro, cuya diligencia y capacidad de servicio elogió en su libro de memorias (escrito por una negra a la que pagó con cargos públicos). Y es que Koldo venía con las mejores referencias. Incluso había ejercido de matón en la puerta de un puticlub. ¿Qué podía fallar? ¿Quién podría dudar de su preparación y moralidad?

La banda del Peugeot llevaba una vida ascética. Tras la jornada de encuentros con la militancia, al caer la noche cenaban frugalmente, con verduras y gaseosa, y se retiraban temprano a sus humildes aposentos, para meditar en solitario sobre cómo ayudar a Pedro a construir una España más igualitaria y plural, más «progresista».

Conviviendo con la banda del caso PSOE, Pedro jamás percibió un solo comentario machista sobre tías buenas y meretrices, ni frase alguna referida al pitufeo recaudatorio o las trampillas de Cerdán. Durante los viajes hablaban de la reforma del Senado, de la emergencia climática y su efecto sobre los glaciares, o de la necesidad de empoderar a las mujeres y crear nuevos sexos y modelos de familia en la nación de naciones.

Los aliados del hoy presidente eran gente de alto nivel académico y profundas inquietudes intelectuales. Koldo había sido cortador de troncos, portero de casa de lenocinio y escolta, y carecía de estudios. Cerdán poseía un título de FP como técnico de frío. Ábalos, ya toda una eminencia, era maestro de escuela. Las charlas en el coche con el doctor cum laude en Económicas versaban sobre densas cuestiones geopolíticas y macroeconómicas. «Pedro, ¿qué opinas de la teoría de la Destrucción Creativa de Schumpeter?», preguntaba con avidez Koldo, y enseguida intervenía Ábalos refiriéndose a los logros previos de Alfred Marshall, o deleitando al pasaje del Peugeot con alguna ocurrente cita de Keynes, que se ganaba el asentimiento satisfecho del número uno, el del plagio cum laude. Allí había categoría.

Hubo un momento, bastante temprano, en que hasta los gacetilleros de clase media como yo sabíamos que la vida privada de Ábalos era una verbena clasificada X. Pero Pedro, por supuesto, no dio pábulo a semejantes difamaciones. Ahora sabemos que él «no conocía en lo personal» a don José Luis, a pesar de que incluso había pernoctado varias veces en su casa.

Tampoco le llamó la atención que cambiase una docena de veces su versión sobre la visita de Delcy a Barajas. O que el maletero y asesor Koldo se dedicase a pagar con fajos de billetes en los hoteles de lujo a los que acudía el ministro, a veces con sus pilinguis empotradas en la comitiva oficial. O que don José Luis colocase a su mujer de entonces, que a duras penas había logrado ser enchufada como policía municipal en Valencia, como asesora de Seguridad del delegado del Gobierno en Madrid (que fue también ministro y hoy preside el CSD, porque aquí en el PSOE nadie se queda sin un chollazo).

Don Pedro no se podía imaginar nada de eso. Como jamás pensó que su hermano podía estar viviendo escondido en la Moncloa mientras fingía tributar en Portugal (el palacio es muy grande y es fácil despistarse sobre sus inquilinos). Tampoco reparó en el detalle de que su mujer estaba haciendo cosas muy raras, de altos vuelos y más bien ilegales. Don Pedro estaba en su limbo, desviviéndose por el bienestar de todos nosotros, mientras estos desagradecidos montaban un cenagal bajo sus augustos pies.

Don Pedro está limpio y es más sano que una manzana. Unos desaprensivos se aprovecharon de su bondad. Pelillos a la mar. Aquí lo importante es «parar a la derecha y la ultraderecha».