ABC 30/12/15
IGNACIO CAMACHO
· Con el aliento de la conspiración en la nuca, Sánchez contempla el poder como el único burladero en que parapetarse
Aun partido con vocación de gobierno es muy difícil pedirle que no gobierne cuando puede hacerlo. El PSOE no es sólo un partido de gobierno sino de Estado, una fuerza estructural, dinástica: en lo que llevamos de democracia ha ocupado el poder dos años de cada tres. Por eso su posición en el complejo tablero político actual es dramática: por primera vez su principal posibilidad de dirigir la nación está contraindicada con sus intereses estratégicos.
Esto acaso lo podría comprender Pedro Sánchez si no sintiese en su nuca el aliento de la conspiración. Sin embargo sus malos resultados y las intrigas de Susana Díaz para derribarlo convierten la Presidencia del Gobierno en el único burladero donde puede parapetarse. Si la política estuviese deshabitada de ambición, Sánchez admitiría su fracaso y el partido asumiría su rol de oposición organizándose en torno a un nuevo liderazgo, o pactaría con el PP y C’s un programa de reformas con el que construir un nuevo marco. Pero eso sería en un mundo perfecto. En el real prevalece el instinto de conservación y la llamada impaciente de la supervivencia.
En esta crisis de intereses superpuestos los socialistas se las apañan para encontrar un problema para cada solución, que es el modo más eficaz de enredarse en la vorágine autodestructiva. La discusión sobre los pactos con Podemos esconde una lucha mortal por el mando interno. La mayoría de los barones ya se ha aliado con Pablo Iglesias en sus predios; lo que quieren ahora es evitar que Sánchez se perpetúe a través del Gobierno. A Susana se le empieza a pasar el arroz; siempre le falta decisión, audacia para el golpe definitivo. Sufre de vacilación en el manejo de los tiempos y al final le pueden los titubeos. El secretario general es más correoso de lo que parece; se tiene fe a sí mismo y no está dispuesto a permitir que la generosidad de miras le estropee sus objetivos. Este no es un debate de ideas ni de proyectos; se trata de crudo interés, de feroz pragmatismo maquiavélico.