José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Baño de realidad para la izquierda en España. El pasado sábado, tanto el PSOE como Unidas Podemos pudieron medir la mediana cantidad y calidad determinante de su poder municipal. El naufragio electoral de los morados el 26-M, junto con las combinaciones ganadoras de las tres derechas, ha arrojado un resultado agridulce para el socialismo español. No tiene alcaldías en las grandes capitales de España salvo en Sevilla. Se le ha escapado Madrid, y en Barcelona, la hábil gestión del PSC con la inteligente actitud de Manuel Valls le ha granjeado una impagable presencia en la capital de Cataluña, además de hasta 10 municipios en el área metropolitana de la Ciudad Condal.
En términos de control del poder territorial, además, el PSOE no lo tendrá sobre Madrid, Andalucía, Cataluña, País Vasco (aunque con una precaria coalición con el PNV), Galicia y, previsiblemente, tampoco sobre Castilla y León y Murcia. En la Comunidad Valenciana, los socialistas comparten también el poder. Por lo tanto, y aunque ganaron las municipales y las autonómicas, UP cayó demasiado y PP, Cs y Vox —sobre todo los populares— optimizaron sus pactos. Si a esta circunstancia se une el hecho de que en las generales la victoria de Sánchez fue muy amplia respecto al PP (123 escaños frente a 66), lo cierto es que está lejos de alcanzar la mayoría absoluta incluso con los 42 escaños de Pablo Iglesias (suman 165 diputados).
La cortedad del poder de Sánchez conduce a una muy difícil urdimbre de pactos para su investidura. Si, como parece, Rivera no quiere asemejarse a Valls, el presidente en funciones tendría que apoyarse en quien no quisiera hacerlo aunque a ello le anime el presidente de Ciudadanos en un recital de auténtica irresponsabilidad. Comparar la intervención del ex primer ministro francés el sábado pasado en el Ayuntamiento de Barcelona con los alegatos del líder de Cs provoca una sensación de perplejidad. Porque Valls se hace entender en su decisión, difícil, de apoyar a Colau, y Rivera no logra persuadir de sus supuestas buenas razones para no facilitar la investidura de Sánchez. Quizás ahí radica la razón última que explica la ruptura entre ambos anunciada ayer.
Quizá, tras el verano ‘dulce’ del pasado año, en plenitud del ‘Gobierno bonito’, un octubre electoral hubiese dado mejores frutos a los socialistas
Según una encuesta de Metroscopia, la mayoría (por encima del 60%) de los electores del PP y de Ciudadanos se muestra favorable a que los dirigentes de ambos partidos faciliten la reelección de Sánchez para que no tenga que depender ni de Unidas Podemos ni, sobre todo, de los independentistas y ‘abertzales’ radicales. Si los partidos de la derecha no varían su posición —un tanto cerril—, la posibilidad de unas segundas elecciones resulta cada día más verosímil. El secretario general del PSOE ha ofrecido ya alguna señal para posibilitar el acercamiento con populares y naranjas facilitando la alcaldía de Pamplona al candidato de Navarra Suma y evitado a Maragall en la alcaldía de Barcelona.
ERC (y Bildu) no es fiable. Los republicanos no pierden una oportunidad para confundirse. Se confundieron con la negativa —probablemente inconstitucional— a hacer senador autonómico a Miquel Iceta, se confundieron al rechazar la presidencia de Batet en el Congreso y se han vuelto a confundir al manejar de forma pésima las negociaciones para lograr la alcaldía de la capital de Cataluña. Y ¿qué decir del fiasco, tan lógico por otra parte, de la elección de Oriol Junqueras como eurodiputado, que no podrá serlo, con casi seguridad, al menos hasta que no se dicte una sentencia por el Supremo que eventualmente le absuelva de los graves cargos que pesan sobre él?
Antes de que Sánchez tenga que quedar hipotecado por populistas e independentistas (vascos y catalanes), y cuando se termine de comprobar que el ‘no es no’ de Rivera y de Casado es verdaderamente definitivo, quizás estuviesen indicadas otras elecciones en otoño que podrían reagrupar el voto en los dos grandes partidos y terminar de acreditar lo que se viene ya percibiendo: que los ‘nuevos’ son, en realidad, viejos y están poseídos por las peores mañas atribuidas a los que se denominan ‘dinásticos y bipartidistas’. A ellos volverá el electorado aún más si los que irrumpieron en 2014 no demuestran sus habilidades innovadoras y regeneradoras.