Ignacio Varela-El Confidencial
La influencia de Iglesias en las decisiones del Gobierno alcanza a decisiones económicas trascendentales que exceden de largo su experiencia de gobierno y su conocimiento de la materia
Si no han escuchado la entrevista de Carlos Alsina con Nadia Calviño del pasado 1 de abril, traten de recuperarla. Más allá de la capacidad técnica —que a ella se le supone—, la vicepresidenta económica dio un curso completo de buena comunicación de crisis. Sobria en la expresión, precisa y veraz en el contenido y empática en el tono. Justamente lo contrario que los impostados alardes de retórica hueca de sus colegas de Gobierno, empezando por las del jefe.
Todavía nadie ha explicado por qué se monta una célula de conducción de una crisis que, además de su coste en vidas humanas, puede llevar el país a la ruina, y de ella se excluye a la máxima responsable de la política económica. El único motivo de semejante dislate es no provocar un ataque de cuernos de al menos otros dos vicepresidentes: la extravagante Carmen Calvo y el muy poderoso Pablo Iglesias. De tal forma que la persona más solvente del Gobierno, y la que teóricamente ocupa la posición más estratégica, parece arrinconada en la gestión de la crisis, con la única encomienda de proporcionar a este Ejecutivo una pátina de credibilidad ante Bruselas.
La influencia decisiva de Iglesias en las decisiones del Gobierno se extiende mucho más allá del modestísimo ámbito competencial de su departamento (inventado a última hora para que no fuera el único vicepresidente sin cartera), y alcanza a decisiones económicas trascendentales que exceden de largo su experiencia de gobierno y su conocimiento de la materia. Si en su día Sánchez temía no poder conciliar el sueño con Iglesias dentro del Gobierno, ahora da la impresión de no poder irse a la cama sin consultar cada paso con su lugarteniente.
Estas dictan que lo que distingue a Iglesias de los otros 22 ministros es que es el único del que no se puede prescindir. El único al que Pedro Sánchez no puede cesar sin comprometer la subsistencia de su Gobierno. El único con autoridad política no delegada, sino propia y original. Aquel cuyas opiniones, por absurdas o peligrosas que parezcan, no deben ser ignoradas o preteridas sin grave peligro para el bien más preciado por Sánchez, que es su propio poder. Iglesias dispone de una autonomía política de la que carece cualquier otro miembro del Ejecutivo. De hecho, es la única persona en España que puede hacer caer el Gobierno de Sánchez en 24 horas.
No lo hará en este momento porque le sobra instinto político para saber que tal cosa en las circunstancias actuales sería un suicidio. No se rompe un Gobierno mientras miles de personas mueren en los hospitales. Además, no puede quejarse de que le hagan poco caso. Su huella es inconfundible en las últimas decisiones del Gobierno. El abandono de la tarea legislativa en España durante más de un lustro ha creado una situación de obsolescencia y vacío normativos que obliga, ante una emergencia existencial como la que sufrimos, a actuar pasando por encima de las leyes o inventándose el marco legal que nadie se ocupó de crear. Es bien sabido que el mundo de la anomia es el territorio predilecto de los políticos populistas.
Lo que distingue a Iglesias de los otros 22 ministros es que es el único al que Sánchez no puede cesar sin comprometer la subsistencia de su Gobierno
Pero el humor social evolucionará a medida que se vislumbre la superación de la amenaza vital del coronavirus y comience a prevalecer en la conciencia colectiva el pánico —antesala del encabronamiento— ante la catástrofe económica. Ya está pasando: en solo un mes, se han destruido tantos empleos como podrían crearse en toda una legislatura económicamente exitosa. Hay expertos que temen que a final de 2020 España puede tener un paro superior al 30%, un déficit público próximo al 20% y un desplome de la economía de entre el 8% y el 10%.
Sería un escenario insoportable para la población, y abocaría a España a pedir el rescate europeo, con todo lo que ello supone. Pero, sobre todo, asumir los efectos dacronianos de la depresión sin fracturarse será imposible para una coalición socialpopulista como esta. Iglesias, que es más prospectivo que Sánchez, adivina que a este se le irá poniendo poco a poco la cara del Zapatero de 2011, y dudo mucho de que esté disponible para acompañarle hasta la última estación del viacrucis. Solo se trata de saber en cuál de ellas Podemos abandonará el oficialismo para pasarse de nuevo al campo de la ira ciudadana.
Al contrario que Sánchez, Iglesias dispone de un plan a largo plazo. En su honor, admitamos que nunca lo ocultó: se trata de acceder al poder político para, desde él, demoler primero y después suplantar las bases políticas y económicas del llamado ‘régimen del 78’. La circunstancia extrema que vivimos le suministra una ventaja táctica —el tener en su mano la estabilidad del Gobierno—, que él aprovecha para avanzar estratégicamente, introduciendo, al calor de la emergencia, elementos de su modelo alternativo con la intención de consolidarlos para el futuro. Pero llegará un momento en que permanecer vinculado a este Gobierno le resultará políticamente más dañino que rentable. Ese será el día del abandono.
Pedro Sánchez no solo eligió la coalición de gobierno más inestable y peligrosa. Además, se ocupó personalmente de volar los puentes con el centro derecha, dinamitando así cualquier posibilidad de construir una mayoría alternativa —o, simplemente, un espacio de consenso razonable entre las dos mitades del arco político— para el caso de que el país realmente lo necesitara, que es lo que hoy sucede.
Según cuentan, hace unos días, Calviño puso su cargo a disposición del presidente ante el poder avasallador del copresidente Iglesias
Posiblemente hoy añore aquella mayoría absoluta de 180 diputados que él y Rivera tuvieron en la mano y reventaron. Y si no se arrepiente ahora, lo hará cuando el oleaje económico haga crujir todas las cuadernas del país. Si no una solución a una crisis que supera a todos, una fórmula como aquella podría haber traído lo que más necesitamos (además de respiradores): un poco de serenidad.
“No es posible que el Estado tenga que hacerse cargo de toda la economía del país y, además, deje de cobrar los impuestos”. Elemental, eso lo entiende un niño. Pero la primera persona del Gobierno que lo ha expresado con esa claridad es Calviño, que, según cuentan, hace unos días puso su cargo a disposición del presidente ante el poder avasallador del copresidente Iglesias. A ella también se le está poniendo cara de Pedro Solbes.