IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Calviño estaba poco cómoda en la política de trincheras y perdía demasiadas batallas internas con la extrema izquierda

Si te gusta la política y te interesa el poder (viene a ser lo mismo), entre la vicepresidencia económica de tu país y la dirección del Banco Europeo de Inversiones te quedarías sin duda con el puesto en el Gobierno. Si te mola la influencia, el ‘lobby’, el dinero, tienes experiencia en Bruselas, estás hasta las narices de que tu jefe te obligue a hacer y decir cosas en las que no crees y encima te pisa el terreno y te gana todos los pulsos una colega que no te llega en conocimientos a la altura de los tacones, entonces te largas al banco (que te cuadruplica el sueldo) a la primera oportunidad que tengas. Al fin y al cabo, para Nadia Calviño la eurocracia fue siempre el primer objetivo de su carrera. Y en el Gabinete de Sánchez su peso político iba menguando en proporción inversa a la velocidad con que el presidente asume los postulados populistas que en teoría debía frenar la competencia técnica de la vicepresidenta. No era cuestión de que le pasara algo parecido a lo de aquel Román Escolano, que dejó un alto cargo comunitario (275.000 euros al año) para entrar en el Ejecutivo de Rajoy y a los tres meses, moción de censura mediante, estaba fuera.

Otra cuestión es si ese salto es bueno para España. En principio sí lo es: maneja altos volúmenes en préstamos de inversión y viene bien a los sectores industriales y financieros que se implican de verdad en la competitividad internacional. Calviño no es Magdalena Álvarez, cuya estancia de segundo rango en el BEI dejó poca huella más allá de su propia cuenta corriente; sabe moverse y tiene contactos en ese mundillo donde se toman decisiones de poca visibilidad pero notable importancia. Sin embargo, será muy difícil encontrar a alguien con su agenda y su crédito para sustituirla en un ministerio que requiere amplia capacidad de desenvolverse en los pasillos europeos. Quizás a Sánchez haya dejado de importarle eso porque sus intereses a cuidar de esta legislatura están más cerca que lejos. Cataluña, el clientelismo subvencional, la demagogia fiscal y otros asuntillos domésticos.

Si además podía hacerle una envolvente a Ayuso –cambiando el apoyo francés a esta operación por el suyo a la candidatura de París como sede de la agencia contra el blanqueo de capitales en detrimento de Madrid–, miel sobre hojuelas. Una pieza más en las entretelas bruselesas, por si alguna vez necesita ‘sherpas’ para explorar aspiraciones propias, y de paso una puñaladita de pícaro a su némesis madrileña. Calviño había dejado de servirle: su ortodoxia ponía demasiadas pegas a las ocurrencias ideológicas de los aliados de ultraizquierda y se le notaba poco cómoda en la propaganda guerrera. La identidad del sucesor dará indicios. El sanchismo es un estilo que quema prestigios y reduce relevantes trayectorias profesionales a cenizas de sectarismo. Y éste va a ser un mandato de enfrentamiento paroxístico.