Iñaki Unzueta-El Correo

  • La praxis política de Pedro Sánchez fractura la sociedad, los buenos argumentos son sustituidos por la docilidad con unos y la agresividad con otros

«El patriotismo es apoyar a tu país todo el tiempo y a tu gobierno cuando se lo merece» (Mark Twain)

Helmuth Plessner en su antropología filosófica hace hincapié en la naturaleza dual del ser humano, en el sentido de que toda persona puede decir que «’es’ un cuerpo» y que «’tiene’ un cuerpo». A esa distancia de sí mismo, a esa no coincidencia del ser humano consigo mismo, le llamamos conciencia. De igual manera, cuando el ser humano emprende el ejercicio espiritual de subirse a su propia espalda, entra en la esfera de la autoconciencia. Cuando la doble naturaleza se encuentra en equilibrio, cuando el cuerpo-cosa y el cuerpo-habitado se encuentran nivelados, el ser humano responde a las exigencias externas de un modo racional utilizando ese plexo de acciones, habla, gestos y ademanes que es monopolio de los humanos. Ahora bien, cuando el ser-cuerpo y el tener-cuerpo se desequilibran, surge la desorganización, en lugar de la persona que domina las situaciones y responde racionalmente a las exigencias, el cuerpo se autonomiza y cae presa de un automatismo incontrolable. En estas circunstancias, la capacidad expresiva se resiente y aparecen respuestas fallidas en el control del cuerpo y del habla.

Curiosamente, la risa es un síntoma de la incapacidad para articular respuestas mediante expresiones normales. La risa exterioriza el desequilibrio entre ‘ser’ un cuerpo y ‘tener’ un cuerpo. Es un síntoma de desorientación, de desorganización, de paralización ante una situación límite. Como dice Plessner, «se produce una verdadera fractura en el equilibrio psico-físico del hombre. Pierde el control sobre sí mismo y se muestra incapaz de expresarse de la manera habitual porque tiene que hacer frente a unas emergencias y emociones que lo sacan fuera de sí (…). Y la respuesta a los interrogantes que le plantea el entorno se deja en manos del cuerpo mediante expresiones descontroladas».

Tras esta breve introducción quiero ahora remitirme al pasado pleno de investidura para analizar el episodio de risa histriónica y estentórea del candidato a la presidencia Pedro Sánchez en su respuesta a Alberto Núñez Feijóo. Este alegaba que Sánchez se iba a convertir en presidente con los votos de Bildu y de los independentistas catalanes, con una agenda que contenía: amnistía, condonación de la deuda, negociación bilateral, interferencias en el Poder Judicial, internacionalización del conflicto y, en definitiva, el trato desigual entre españoles y la corrupción que todo ello suponía. Y Sánchez respondía a Núñez Feijóo diciéndole que era «el primer español que renunciaba a la presidencia del Gobierno, pudiendo serlo» y lo acompañaba con una sonora y prolongada carcajada.

Núñez Feijóo le señalaba a Sánchez el cúmulo de contradicciones que hacían posible su presidencia y el escenario al que abocaba a todos los españoles. En realidad, Sánchez no solo se reía de Feijóo, sino que también se burlaba de él, no entendía su ingenuidad, los prejuicios y las cautelas políticas y morales que este decía que había que guardar en el camino a la presidencia. Sánchez se reía-burlaba porque no tenía una respuesta racional que ofrecer a la interpelación de Feijóo y a través de la risa era su cuerpo desorganizado el que respondía. Sánchez encontraba chocante e inexplicable la actitud de Feijóo de colocar barreras políticas y morales en el acceso a la presidencia. Ese no-servir-para-nada de Feijóo le incomodaba, la risa era provocada porque consideraba cómica y estúpida la actitud responsable de Feijóo. La situación no era amenazadora porque ya contaba con todos los votos para la investidura, pero tampoco tenía una respuesta moral y racional de calidad al emplazamiento de Núñez Feijóo. En esa tesitura, Sánchez ya no dominaba la situación, dejaba de ser dueño de sí mismo, su cuerpo se desorganizaba y daba paso al menosprecio, la burla y a las erupciones desbocadas en forma de carcajada.

La psicología del personaje encaja a la perfección con su trayectoria y modos de acción política. Sus acciones son siempre orientadas al éxito, al mantenimiento del poder y al logro de objetivos políticos. Las acciones orientadas al acuerdo sobran. El ‘modus operandi’ es el siguiente: uno, listas cerradas para conformar un grupo parlamentario dócil y obediente; dos, compraventa de las voluntades necesarias para articular una mayoría; tres, negocios bilaterales con cada uno de los grupos para alcanzar pactos secretos; cuatro, construcción de un oponente al que imputar males históricos y errores; cinco, colonización de instituciones, debilitamiento del Parlamento y neutralización de controles.

Se trata de una praxis política que no persigue el bien común y fractura la sociedad, excluye la deliberación y los buenos argumentos, que son sustituidos por la docilidad con unos y la agresividad con otros. En definitiva, estamos ante un personaje sumamente ambicioso y rodeado de asesores serviles, pero también muy consciente de su fragilidad y de sus muchas carencias. Todo lo cual nos coloca en un escenario inestable y lleno de trampas y peligros.