- Para Podemos, Ortega y Roig no son ciudadanos como cualquier otro, sino chivos expiatorios que utilizan para desviar la atención de su impotencia
La ministra de Derechos Sociales y secretaria general de Podemos, Ione Belarra, ha llamado la semana pasada a Juan Roig, presidente de Mercadona, «capitalista despiadado» e «indecente». Estos insultos se unen a una larga lista de improperios que distintos responsables de Podemos han ido lanzando contra empresas y empresarios desde su fundación como partido político. En ese sentido, puede afirmarse que los insultos forman parte de su identidad y no sorprenden, aunque produzcan vergüenza ajena. Aparte de que ofende quien puede, no quien quiere.
Sin embargo, que Ione Belarra haya querido ahora elevar el tono y recuperar lo que ha sido una tradición en su formación política responde a razones puramente estratégicas, como casi todo en política: por un lado, la necesidad de llamar la atención de los medios de información hacia su organización, venida a menos desde la retirada del ínclito Pablo Iglesias, quien dejó el gobierno para «luchar contra el fascismo y la extrema derecha» desde un escaño de la Asamblea de Madrid en el que ni siquiera llegó a sentarse, a pesar de que prometió que allí seguiría; por otro lado, y unido a lo anterior, diferenciarse del PSOE cuanto puedan ahora que se acercan las próximas elecciones municipales y autonómicas, sabedores de que no han sabido sacar partido de su presencia en el Gobierno de España sino más bien todo lo contrario, al no haber sido capaces de capitalizar las medidas sociales que se han ido poniendo en marcha y de las que muy probablemente se beneficiará el PSOE. Podemos se quedará con su fallida ley del «solo sí es sí», su negativa a ayudar militarmente a Ucrania ante la invasión criminal de Putin… y sus insultos a los empresarios y a las grandes empresas. En política, el pez grande se come al chico.
Lo que demuestran las declaraciones de Ione Belarra, además de su populismo congénito, es su fracaso y su impotencia política
Pero más allá de las luchas intestinas, de las estrategias y de las razones electorales en las que basan sus decisiones o sus declaraciones los partidos políticos, un gobierno no está para insultar a sus ciudadanos sino para resolver o ayudar a resolver los problemas reales de la gente. Se supone que para eso se incorporó Podemos al gobierno: en lugar de para insultar, para incorporar sus propuestas y sus políticas. Pero lo que demuestran las declaraciones de Ione Belarra, además de su populismo congénito, es su fracaso y su impotencia política.
Si Ione Belarra o Podemos consideran que los empresarios o las empresas pagan pocos impuestos en España o gozan de excesivos beneficios fiscales, lo que deberán hacer será modificar las leyes para que paguen lo que según ellos les corresponde, que para eso tienen con sus socios mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados. Y si consideran que Juan Roig o el empresario que sea está defraudando a la Hacienda Pública o cometiendo ilegalidades, lo que deberán hacer será activar los instrumentos de inspección que sean necesarios para reducir el fraude laboral o fiscal en España. O, si conocen las supuestas actuaciones fraudulentas, denunciarlas ante la Justicia. Porque si las conocen y no las denuncian será corresponsables de los delitos cometidos, o sea, cómplices necesarios de quien supuestamente comete ilegalidades. Lo demás es demagogia y populismo barato, tan habituales en el universo Podemos.
En mi opinión, no se trata tanto de insistir en que Juan Roig o Amancio Ortega son empresarios de éxito que crean puestos de trabajo y riqueza para millones de familias dentro y fuera de España, aunque esto sea cierto. Porque, aunque no fueran empresarios de éxito o no crearan ni puestos de trabajo ni riqueza, igualmente serían ciudadanos españoles tan respetables como cualquier otro. Pero para Podemos no son ciudadanos como cualquier otro, sino chivos expiatorios que utilizan para desviar la atención de su impotencia. Y no hay mayor fraude ni mayor fracaso que permanecer en un gobierno sabiéndose incapaz de resolver los problemas que uno supuestamente denuncia. Si no se es capaz o no se es competente, lo mejor es dimitir y pasar a la oposición, desde donde seguramente uno puede insultar o montar escraches más fácilmente.