El populismo y el nacionalismo ponen en peligro la democracia

EDITORIAL EL MUNDO – 22/01/17

· Movidos por el malestar que ha generado la crisis económica y el desencanto con una clase política incapaz de hacerle frente, muchos son los que están empeñados en olvidar las lecciones del pasado aferrándose ciegamente a las esperanzadoras soluciones que proponen los populismos tanto de derechas como de izquierdas. Las democracias occidentales han visto resurgir en su interior ideas que todos creíamos ya superadas como el racismo y la xenofobia o planteamientos proteccionistas contrarios a la colaboración entre naciones y al libre mercado.

Una vez más, la Historia nos demuestra que ningún logro puede darse por conquistado para siempre, sino que mantener en pie los valores en los que se sustenta el Estado de Derecho requiere de un esfuerzo y una disciplina continuos. La victoria de Donald Trump en EEUU y las declaradas intenciones de Theresa May de acelerar la desconexión de Gran Bretaña del resto de Europa son dos manifestaciones de una tendencia suicida que amenaza con destruir la estabilidad y el progreso logrados en Occidente, especialmente tras el final de la II Guerra Mundial.

Por eso hay que ver como un fenómeno alarmante el auge del nacionalismo en el continente, simbolizado por el encuentro de ayer en Coblenza de cuatro de sus principales líderes europeos, la alemana Frauke Petry, la francesa Marine Le Pen, el holandés Geert Wilders y el italiano Matteo Salvini. No hay que olvidar que aquellos cinco años de conflicto en los que murieron millones de personas en todo el mundo fueron provocados por ideologías salvíficas y excluyentes, y por la sacralización de palabras como pueblo, patria o nación, en cuyo nombre todo estaba permitido, incluso convertir la vida humana en mercancía carente de valor. Es lo que puede ocurrir cuando el concepto de ciudadano, entendido como un individuo sujeto a derechos y deberes dentro de un Estado libre, queda subsumido en el de un pueblo que reclama derechos históricos y se repliega sobre sí mismo porque siente amenazada su estabilidad por inmigrantes y refugiados que llaman a sus fronteras huyendo de la guerra y el hambre.

La apocalíptica sentencia de la ultraderechista Le Pen augurando el «nacimiento de una nueva era» y haciendo un llamamiento a los «pueblos de la Europa continental» para que despierten de su letargo como ha ocurrido en EEUU y Gran Bretaña no deben ser consideradas ocurrencias excéntricas sino una amenaza más que real. Según todas las encuestas, el Frente Popular podría disputar la segunda vuelta en las próximas presidenciales francesas, ya que su discurso eurófobo y de crítica a la clase política, a la que culpa de la crisis económica y del deterioro del Estado del Bienestar, está calando entre una población que se siente víctima de la globalización.

Lo preocupante es que, como ha ocurrido en las últimas elecciones estadounidenses, detrás del auge del nacionalismo están las clases medias de las democracias occidentales, que se sienten estafadas y esperan que el populismo les restaure parte del poder adquisitivo perdido. Pero eso no será posible con las medidas proteccionistas que proponen estos movimientos. La globalización es un fenómeno imparable y de nada servirá volver a levantar fronteras con nuevos aranceles o medidas amenazadoras para las empresas que no se sometan a los criterios del nuevo proteccionismo.

La economía de libre mercado y la democracia instaurada sobre el respeto a los derechos humanos son las que han posibilitado el mayor progreso económico, social y político que haya conocido la humanidad hasta nuestros días. Significaría un retroceso de incalculables consecuencias poner en cuestión estos modelos esperando lograr beneficios particulares rompiendo organizaciones de cooperación interestatal, como son la UE o los espacios creados por tratados internacionales de libre comercio, para volver al aislacionismo y el reforzamiento de las identidades nacionales.

Europa se enfrenta en los próximos meses a uno de los mayores retos de su historia. En marzo habrá elecciones en Holanda, en abril se celebrarán las presidenciales francesas y en septiembre se abrirán las urnas en Alemania. En todas ellas, los líderes de la extrema derecha que ayer se reunieron en Coblenza para iniciar simbólicamente el inicio de un largo año electoral en Europa tienen posibilidades de llegar al poder. Los ciudadanos de la UE deben recordar las lecciones del pasado y ser conscientes de que no existen soluciones fáciles a problemas complejos. El populismo y el nacionalismo no son la solución, sino la antesala del desastre.

EDITORIAL EL MUNDO – 22/01/17