Miquel Escudero-Catalunya Press 

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Acusan a Cs de denigrar las instituciones, de mentir, acosar e insultar, de repartir odio y provocar crispación. Es justo al revés

Cs
Resultado en Barcelona de las Elecciones catalanas de 2017.

 

En una época en que se hace forzoso asentir, cuando no fingir, que nos preocupa la desaparición de especies animales o de antiguas lenguas humanas, resuena en las redes sociales un coro de grillos celebrando con saña y júbilo malsano la desaparición de Cs de las instituciones políticas. Despiden odio a espuertas y desde el anonimato, por supuesto, amenazan y desean dolor y sufrimiento a quienes tienen enfrente. Estos tipos evidencian ser tontos y primitivos, pues son incapaces de argumentar con algún rigor o decencia y jamás toleran una discrepancia. De forma esnob y bobalicona, ahora se les llama ‘haters’ (odiadores). Son piezas útiles para el sistema de acoso e intimidación totalitario, un juego sucio de ruido exaltado y despectivo. Es cierto que no valen un higo por sí solos, pero qué hacer con ellos. Lo mejor es dejarlos estar y no entrar al trapo. De hecho, no estoy en esas redes y me despreocupo de la porquería que puedan lanzar, sus insultos, maledicencias y estupideces; me las traen al pairo. ¿Por qué los menciono, entonces? Porque repercuten en no poca gente.

Mi artículo La marca de Cs, ampliamente reproducido, ha sido ocasión para fijarme en algunos comentarios demonizadores y falsos sobre Ciutadans. Por ejemplo, tales individuos o ‘bots’ acusan a Cs de denigrar las instituciones, de mentir, acosar e insultar, de repartir odio y provocar crispación. Es justo al revés. Hacen lo que en psicología se denomina una proyección (desplazan hacia otras personas sus propios comportamientos y sus actitudes); un juego al que no se puede jugar, claro, porque no tiene salida y está viciado. Otro tópico que se suelta, y se cuela entre los desprevenidos y entre los iniciados en esa clase de adiestramientos, es ser ‘el huevo de la serpiente’ (tal cual). Ni habrán visto la película de Ingmar Bergman, con dicho título, ni tampoco habrán leído el libro del periodista Eugeni Xammar que refería cómo hacia 1922 se gestaba en mentes alemanas la irrupción de la brutalidad nazi. Nos quedamos así, en un vertido de toxicidad y fraseología.

Otra de las expresiones usadas en esos comentarios era: ‘Una españolada en un país equivocado’. Otra bobada que sólo busca entontecer al personal, fanatizarlo y dejarlo impedido para el debate democrático. Por esto, como digo, conviene detectar este mecanismo y desactivarlo con un conocimiento que no sea simple opinión. Y tomar conciencia de los supuestos ocultos en que se basan tales frases. Es cierto que hubo una España oficial de charanga y pandereta que podría llamarse Españeta, que siempre pervive aún en forma de sombra y suplantando una España culta, liberal y ejemplar. Pero igualmente afloran una Euskadieta y una Catalunyeta que, de forma grotesca, pretenden una narcisista supremacía sobre el resto de hispanos. Asimismo, las diferencias que afirman con el resto del conjunto español las niegan en su propia comunidad. Aquí está la cuestión en la que, de forma asombrosa, no se quiere reparar. Ciutadans, partido surgido en Cataluña y de obediencia catalana, ha representado la conciencia de unos medidos y sistemáticos atropellos que extranjerizan, marginan y proscriben a quienes no acatan el nacionalismo como exigencia de pedigree catalán. La denuncia de estas radicales irregularidades ha implicado arrojar a las tinieblas a quienes las combatieran en voz alta.

Hay, pues, una lucha desigual que sería a la sordina si no fuera por unos rebeldes con los que se identificó más de un millón de catalanes, dándoles su apoyo en las urnas en un momento de órdago. Inés Arrimadas encabezó aquella candidatura y ganó, tanto en escaños como en votos, algo que se nos había hecho creer que era inimaginable. También fue posible proceder a una gran auditoría sobre las instituciones públicas que destinaban el dinero de todos con un intolerable interés sectario.

Hace cinco años, al acabar un acto de campaña electoral de Cs, un grupo de zoquetes y fanáticos decidió salvar la tierra y, disfrazados, desinfectaron con lejía el suelo que había pisado Inés. Una performance que se repitió más de una vez. –‘Ved lo que hacemos con éstos que no se someten a nuestro dogma y que atacan la convivencia de nuestro oasis’. Como siempre, el establishment calló y miró para otro lado. Hay una división del trabajo. Y así se pudren las posibilidades de lo mejor en una comunidad humana. A aquella dirigente (líder de la oposición que renunció a sus privilegios como tal) se la acosó de forma continua e impune, también en su domicilio y de madrugada, haciéndole la vida imposible. Y todo esto, que apenas se divulgó y no caló en una condena pública, ha de constar para estimar el valor de un partido odiado hasta ese punto. Sus sedes fueron atacadas de forma habitual y sin castigo, porque  representaban el peor enemigo posible para los separatistas. Eran y son otra cosa que los nacionalistas españoles de Vox o la derecha pepera que fundó Fraga e Iribarne.