Isabel San Sebastián-ABC
- Feijóo afronta una gigantesca tarea: recuperar la comunicación con su electorado y construir una alternativa
No es casual que los populares vayan a celebrar su congreso extraordinario en Sevilla. Allí se produjo la refundación de 1990, gracias a la cual las fuerzas del centro-derecha lograron reagruparse para expulsar del poder al PSOE, y allí regresan ahora los hijos de esas siglas maltrechas, en busca de redención ante la catástrofe sufrida. Un daño tan profundo, que según la media de las últimas encuestas se halla en un empate técnico con Vox, cuya habilidad para traducir la indignación social imperante en intención de voto supera holgadamente la capacidad de los azules para comprender y encauzar ese enfado, aun disponiendo de más fórmulas para resolver los problemas. De ahí la necesidad de entenderse.
Sevilla sigue siendo Sevilla, pero Casado no es Fraga. Don Manuel se quitó de enmedio voluntariamente al comprobar que su figura constituía un obstáculo para el magno proyecto político que había concebido, y a Pablo tuvieron que echarlo a empujones de la silla que se negaba a desalojar. Uno tenía en la cabeza al Estado y, por encima de éste, a España. El otro le había tomado gusto a la jefatura de la oposición, labor de escasa responsabilidad y magnífica retribución. Fraga erró en su primera intentona, asumió la equivocación y la enmendó encumbrando a Aznar, con el respaldo mayoritario del partido que lideraba. Casado ganó por los pelos la segunda vuelta de unas primarias, pactando con la perdedora Cospedal, se parapetó tras su escudero, García Egea, encomendándole suplir con fuerza su falta de autoridad, y ni siquiera una vez derrotado por el escándalo de su traición a Ayuso tuvo la elegancia de marcharse. Hubo de ser Feijóo quien acudiera al rescate de los suyos, respondiendo al clamor de voces que le rogaban desempeñar el papel de redentor.
Bien es verdad que en política la lealtad es un lujo escaso. ¿Cuántos de los que van a despellejarse las manos ovacionando al gallego hacían lo propio con su predecesor cinco minutos antes de defenestrarlo? ¿El setenta por ciento? ¿Más? Muchos de ellos intentarán redimir la pena de destierro adulando al nuevo líder, aunque dudo mucho que Feijóo preste oído a sus lisonjas. Algunos, como Teodoro, son irrecuperables, y otros antaño amigo/as han perdido su confianza. La loa no sirve con él, a diferencia de lo efectiva que resultaba con Aznar, quien llegó a la cumbre más joven y más sensible al olor del incienso. El hombre llamado a dirigir a partir de ahora la hueste popular viene curado de espantos, con la vanidad colmada y una tarea gigantesca por delante: recuperar la comunicación con su propio electorado y construir una alternativa mediante el fomento del diálogo. Para ello necesitará elaborar un proyecto susceptible de ser compartido, dotarse de un nuevo equipo reflejo de esos propósitos y encomendarse al Apóstol que guió su camino en Galicia.