- Nadie podrá acusarle en el futuro de haber ofrecido una cosa y después hacer otra. Es un gestor eficaz y laborioso sin la menor ambición de dar batalla cultural alguna
El discurso con el que Alberto Núñez Feijóo solicitó retóricamente la autorización de los militantes del PP de Galicia para presentar su candidatura a la presidencia nacional del partido y, en consecuencia, a la presidencia del Gobierno en las próximas elecciones generales, no sorprendió ni por su contenido ni por su cadencia, fue un reflejo fiel de la personalidad y del estilo político del orador. En su pausada y un punto monótona exposición, Feijóo transmitió tranquilidad, sensatez, ponderación y equilibrio. Por supuesto, no entró en ninguno de los graves problemas que hoy padece España, la deuda disparada, un sistema de pensiones insostenible, una educación degradada, la fragmentación de la soberanía con territorios en los que el Estado es prácticamente inexistente, una Administración hipertrofiada, ineficiente y despilfarradora, una partitocracia corrupta, un sistema fiscal voraz, un deterioro institucional preocupante y una irrelevancia internacional humillante. La simple mención de cualquiera de estas lacras hubiera perturbado molestamente un planteamiento conducente a calmar los espíritus, alabar el consenso como método de trabajo, anunciar acuerdos de Estado y reclamar cohesión interna a su formación. Su caluroso elogio del modelo autonómico, precisamente una de las principales causas de muchos de nuestros males, ya dejó claro que no va a saltar a la política nacional con ánimo de emprender reformas estructurales profundas. El todavía presidente de la Xunta gallega pertenece a la misma escuela que Mariano Rajoy, evitar los líos, sortear la confrontación, contemplar serenamente el lento discurrir del tiempo, mantener siempre baja la tensión arterial y procurar minimizar los daños, percibidos siempre como inevitables.
El contraste con la combinación de inane sobreexposición verborreica y tosco despotismo de la fracasada pareja saliente juega sin duda a su favor y ha devuelto el resuello a unas bases abatidas
Es evidente que comparado con la torpe bisoñez del catastrófico dúo que ha dirigido el PP desde 2018, su llegada es un bálsamo para una organización al borde del colapso. El veterano líder céltico no hará ningún disparate y pilotará sus siglas con mano firme y suave a la vez. El contraste con la combinación de inane sobreexposición verborreica y tosco despotismo de la fracasada pareja saliente juega sin duda a su favor y ha devuelto el resuello a unas bases abatidas. Feijóo puede ser definido como un Rajoy trabajador. Ahora bien, si alguien abrigase la esperanza de que el nuevo cabeza de filas del principal grupo de la oposición corregirá con valentía y decisión los defectos que corroen nuestra arquitectura institucional, nuestro sistema productivo y nuestra moral colectiva, debe abandonarla sin demora para no sufrir una dolorosa decepción. A diferencia de su predecesor, que ganó el último Congreso Nacional con el anzuelo de un proyecto de considerable ambición conceptual y entonado vigor ideológico para acabar en una sucesión de irreflexivos bandazos y miserables conspiraciones con total ausencia de criterio, el entronizado jefe supremo del centro-derecha no pretende engañar a nadie ni cubrirse con oropeles impostados, es perfectamente previsible y el serlo le produce una indisimulada satisfacción. Nadie podrá acusarle en el futuro de haber ofrecido una cosa y después hacer otra. Es un gestor eficaz y laborioso sin la menor ambición de dar batalla cultural alguna ni de articular una alternativa desafiante e intelectualmente incisiva al marco mental “progresista”. Es más, un esfuerzo fatigoso y arriesgado en este sentido le parecería una excentricidad inconveniente.
Se limitará prudentemente a presentar una alternancia, nunca una verdadera alternativa, que garantice una gestión ordenada, una cosmovisión sin excesos, una tibia contención de separatistas
Por supuesto, su enfoque para los dos años que le quedan en el poder al pseudodoctor y su séquito de íncubos y súcubos será muy distinto al que impulsarían Isabel Díaz Ayuso o Cayetana Álvarez de Toledo si estuvieran en su lugar, por citar dos ejemplos notorios de compromiso con unas ideas, unos principios y unos valores opuestos sin concesiones al pensamiento políticamente correcto dominante, esa mezcla corrosiva de ideología de género, ecologismo dogmático, colectivismo totalitario, hedonismo banal e identitarismo divisivo. El PP de Feijóo no se aventurará en estos agrestes parajes y se limitará prudentemente a presentar una alternancia, nunca una verdadera alternativa, que garantice una gestión ordenada, una cosmovisión sin excesos, una tibia contención de separatistas, un mantenimiento inercial del tamaño del sector público, una tolerancia paternal de los localismos centrífugos y una presión tributaria un poco menos confiscatoria.
A los españoles nos esperan tiempos de inexorable decadencia en un mundo convulso, inestable y violento en el que un deseable cambio de mayoría en el Congreso no detendrá la irreversible caída de nuestra multisecular Nación en la sima del empobrecimiento material, la tribalización y la debilidad social, pero probablemente a un ritmo más lento y con las desagradables estridencias dodecafónicas que ahora nos torturan sustituidas por el plácido, adormecedor y melódico tañido de las gaitas.