Alejo Vidal-Quadras-Vozpópuli

Lo que tendrán por delante será una ardua y difícil labor de reconstrucción de una casa en ruinas

El pasado martes impartí una conferencia invitado por el Aula Política del Instituto de Estudios de la Democracia del CEU y transcribo aquí algunos párrafos de la misma con el deseo -no sé si realista- de que los lean en la planta séptima de Génova 13 y adapten su lenguaje corporal y verbal, su discurso, sus mensajes, su actividad parlamentaria, su estrategia de comunicación y sus relaciones con su obligado socio de cara a configurar la única alternativa posible al horror que nos aflige, a la cruda realidad que nos envuelve. Reconozco de paso que soy inasequible al desaliento.

“La Nación no es un concepto discutido y discutible, como afirmó el que hoy medra como lacayo de un narcodictador, es una realidad tangible e indispensable para ser en su seno ciudadanos libres y responsables. Puede verse como un proyecto de acción común, un hacer cosas juntos en beneficio de todos, como un contrato que fija el marco de derechos y libertades de sus integrantes, como una identidad étnica, lingüística, cultural o histórica destilada por los siglos o como una comunidad de valores, un sustrato moral que nos dignifica y nos ennoblece. Todos estos elementos, en diferente proporción según los casos, definen la Nación y su contorno territorial y espiritual. Sin Nación nos empequeñecemos, nos diluimos y somos políticamente huérfanos y el Estado, que es su cuerpo, privado de la Nación, que es su alma, se desmorona”.

“Hace medio siglo se construyó un nuevo Estado apoyado en la existencia previa de la Nación. Sin embargo, el orden constitucional que lo articuló contenía una inconsistencia de difícil superación. En su frontispicio se declaraba solemnemente la unidad y la indivisibilidad de la Nación como patria común, pero en el resto del texto se introducían los mecanismos para desmontarla. Esta antinomia ha permitido a una clase política muy por debajo del nivel de España como Nación de enorme envergadura rebajarlo a su insignificante altura personal, intelectual y ética. Por eso nos encontramos hoy en el fondo de un hoyo del que nos costará mucho salir”.

Para nuestra desgracia aquel espíritu se ha desvanecido y el Gobierno de la Nación la niega y se dedica, según ha declarado explícitamente, a levantar un muro infranqueable que divida a España en dos bandos irreconciliables

“La Constitución de 1978 fue el producto de un compromiso entre fuerzas políticas y sociales de distinto color ideológico e intereses diferentes con la aspiración de que por fin en nuestra agitada historia desde la victoria sobre la invasión napoleónica los españoles dispusiésemos de una Ley de leyes que no fuera de parte, sino un lugar de encuentro en el que el pluralismo político se manifestase sin trabas, pero sujeto a unos pocos e inamovibles postulados aceptados por todos. Por desgracia, a la luz de la experiencia y del denigrante espectáculo que contemplamos hoy entre consternados y alarmados, tampoco en esta ocasión ha sido posible tan loable objetivo. Aquel compromiso tan alabado e invocado está roto. Lo han vulnerado un partido socialista que ha perdido su condición de nacional, una extrema izquierda de vocación totalitaria y adherida a la destructiva tesis de cuanto peor, mejor, y unos nacionalismos centrífugos que han utilizado los medios materiales, institucionales, educativos, simbólicos y de creación de opinión que la Norma Fundamental puso a su disposición para traicionarla. El famoso consenso constitucional ya no existe, la proclamada libertad sin ira es ahora un intento de imposición totalitaria y el célebre cuadro de Juan Genovés del abrazo fraternal depositado en el Congreso de los Diputados ya no refleja una voluntad sincera de convivencia, sino un deseo nostálgico de un acervo moral y patriótico perdido”.

“Hemos de ser conscientes de que España se halla, transcurrido medio siglo desde el acontecimiento funerario que cerró una etapa histórica para dar paso a otra muy distinta, en una encrucijada decisiva. Una comunidad política no puede existir si no existe un acuerdo ampliamente mayoritario sobre un conjunto de principios y valores básicos que la sostengan y la Constitución de 1978 fue la expresión normativa de esos principios y de esos valores. Al volatilizarse este gran pacto civil porque cierta izquierda se ha empecinado de manera deliberada y aviesa en escarbar en las tumbas del pasado para reavivar los rencores que las cavaron, nos hemos quedado sin suelo bajo nuestros pies y estamos sumidos en la confusión, la angustia y el desconcierto, La Transición marcó una senda amasada de voluntad de reconciliación, de proyección hacia el futuro y de deseo de superación de un pasado trágico seguido de un largo período de penitencia. Los españoles nos lanzamos con entusiasmo a la tarea de construcción de una estructura política, jurídica, económica y ética que nos alzara hasta el grupo de cabeza de las naciones más avanzadas, influyentes y respetadas. Para nuestra desgracia aquel espíritu se ha desvanecido y el Gobierno de la Nación la niega y se dedica, según ha declarado explícitamente, a levantar un muro infranqueable que divida a España en dos bandos irreconciliables en la peor de las dinámicas amigo-enemigo, laminando las nobles esperanzas despertadas en la Transición y devolviéndonos a tiempos pretéritos de oscuridad, enfrentamiento e intransigencia”.

Depende de nosotros, de todos y cada uno de los españoles y de la capacidad de la sociedad civil para vertebrarse y activarse de forma organizada con el fin de obligar a una clase política concentrada en sí misma y atenta primordialmente a sus intereses a corto plazo a elevar su mirada por encima de lo inmediato

“Mi conclusión al hacer balance hoy de los últimos cincuenta años es que el edificio puesto en pie entre 1975 y 1978 ha experimentado un serio deterioro a manos de los encargados de amueblarlo, decorarlo y mantenerlo. Muchas de sus habitaciones están en un estado lamentable y su fachada exhibe extensas y hondas grietas. Lo que han de entender los dirigentes de las fuerzas políticas que previsiblemente articularán una nueva mayoría a partir de las próximas elecciones generales -que ojalá se adelanten para que el daño no sea irreversible- es que lo que les espera no es una normal y cómoda alternancia en una democracia rodada y sólida, ojalá fuera así. Lo que tendrán por delante será una ardua y difícil labor de reconstrucción de una casa en ruinas que deberá ser precedida de una operación de desescombro de un espacio que ha sufrido numerosos derrumbes”.

“A menudo me preguntan interlocutores espontáneos que me saludan en la vía pública o me mandan mensajes en las redes si creo que a estas alturas del proceso de debilitamiento de la conciencia nacional, del Estado de Derecho y de la consistencia de España como Nación de ciudadanos libres e iguales, todavía es posible revertir esta marcha descendente y volver a la época esperanzada, vibrante e ilusionada de la Transición y mi respuesta es siempre la misma: depende de nosotros, de todos y cada uno de los españoles y de la capacidad de la sociedad civil para vertebrarse y activarse de forma organizada con el fin de obligar a una clase política concentrada en sí misma y atenta primordialmente a sus intereses a corto plazo a elevar su mirada por encima de lo inmediato y del bailoteo de las encuestas, corregir sus muchos errores que nos han traído hasta la dramática situación actual y cumplir por fin con su deber”.