El PP lleva razón al preocuparse

El Mundo-Editorial 

AL PARTIDO Popular de Mariano Rajoy a menudo se le conoce mejor por lo que no dice. El portavoz Martínez Maíllo compareció al término del almuerzo mantenido entre la dirección y los líderes territoriales y negó toda preocupación por las encuestas en el seno del partido. Por decirlo finamente, Maíllo hace economías con la verdad. El mero hecho de convocar una reunión de esas características ya constituye una reveladora novedad en el estilo de mando de Rajoy, que no se prodiga en labores de consulta orgánica. Lo cierto es que hace tiempo que cunde una comprensible preocupación entre los barones del PP por el alza de Ciudadanos, que atribuyen a la parálisis política del Gobierno. La época en que el partido carecía de competidor en el espacio del centro derecha ha pasado, y en el horizonte asoma un año electoral que puede sorprenderles sin una estrategia definida, más allá de la inercia favorable de la economía.

La presencia de Cristóbal Montoro en el cónclave fue aprovechada por algunos de los dirigentes autonómicos de mayor peso político para protestar contra la quita sugerida por el ministro de Hacienda. No comparten el irresponsable mensaje que tal medida enviaría: las comunidades que han cumplido trabajosamente con el déficit que les impusieron recibirían del Gobierno el mismo trato que aquellas que gestionaron mal o directamente despilfarraron sus recursos. Ante tan patente injusticia, Montoro siempre matiza que no se trata propiamente de una quita sino de una «reestructuración», pero el eufemismo tecnicista no convence ni a los suyos. Quienes por lo demás pusieron encima de la mesa asuntos tan graves como la financiación autonómica, el problema del agua o el desafío demográfico. Exigen al Ejecutivo la reactivación de una ambiciosa agenda que presente batalla en todos los frentes. No sólo existe Cataluña, se quejan los barones, exigidos por retos propios que no pueden competir con el ubicuo foco del procés.

Moncloa se escuda una y otra vez en su minoría parlamentaria, en los buenos datos macroeconómicos o en la crisis abierta aún en Cataluña para renunciar a un liderazgo activo. Y esa actitud, según denuncian algunos de los propios dirigentes del PP –otros enmudecen ante el jefe, aunque lo piensen–, es la que está dando alas a Albert Rivera. El estado de alarma es real, por mucho que se niegue. Sienten que van a remolque, mientras explotan la iniciativa política quienes no ocupan ministerios ni empuñan el BOE. Fuera del PP, la impresión es exactamente la misma. Y de ahí la unanimidad de las encuestas a las que Maíllo trata de poner sordina.

Rajoy quiso tranquilizar a los suyos y les prometió un despliegue de iniciativa política. Ojalá ese compromiso se haga realidad. Veríamos un magnífico ejemplo de la utilidad de la competición democrática. Veríamos cómo de la rivalidad partidista acaban beneficiándose todos los ciudadanos.