La encuesta que publica durante estos días EL ESPAÑOL confirma que si el PP no está ya en la Moncloa es porque no le da la gana.
Según el sondeo, los españoles creen que España es hoy menos libre, menos segura, menos rica, menos democrática y más desigual que en 2000, cuando José María Aznar era presidente del Gobierno.
La encuesta de EL ESPAÑOL confirma también los resultados que arrojan una y otra vez todos los sondeos que se hacen en nuestro país.
Las instituciones más valoradas por los españoles son la Corona, la Guardia Civil, la Policía Nacional y el Ejército.
Las menos valoradas, los partidos políticos, los sindicatos y el Parlamento.
Un dato más de la encuesta. El líder político de los últimos veinticinco años más valorado por los españoles es Isabel Díaz Ayuso.
Luego, Juan Manuel Moreno, Emiliano García-Page, José María Aznar y Alberto Núñez Feijóo.
Ni José Luis Rodríguez Zapatero, ni Mariano Rajoy, ni Pedro Sánchez.
Hagan una prueba. Envíen los resultados de esta encuesta a un conocido de otro país. Francés, alemán, argentino, estadounidense o malayo. La nacionalidad es indiferente.
Luego, le piden a ese amigo que haga un retrato robot del español medio.
Les dirá «el español medio es más de derechas que Atila el rey de los hunos».
Pero el mantra en los medios es que España es socialista y que la derecha sólo gana las elecciones cuando el centro, que en España suele querer decir la izquierda, se abstiene o decide votar a los populares.
Yo niego la mayor. Y me niego a mí mismo cuando en el pasado, intoxicado por la corriente dominante, he defendido la mayor.
España no es socialista. En España gana el PSOE cuando el PP no defiende un proyecto netamente de derechas, que es algo muy diferente.
Y cuando ese proyecto no existe, cuando el PP se dedica a defender políticas «sensatas, serias y fiables», sin concretar demasiado más allá de esa vaguedad conceptual, los españoles hacen lo que haría cualquiera frente a un agradaor sin convicciones ni espina dorsal.
Votar al PSOE.
Lo cual, por otro lado, es perfectamente racional. A falta de una idea de país, uno se aferra a la segunda mejor opción posible. Las ayudas, las subvenciones, las oposiciones a Correos, papá Estado y el resentimiento contra la derecha, los jueces, los empresarios y los periodistas.
Cuando uno no tiene país y su patria es «la sanidad pública» se entretiene además castigando a «los ricos», que es cualquiera que gane diez euros más que él. Por eso existen Podemos, Sumar, los nacionalistas y el odio a Madrid.
«Cuando el diablo no tiene nada que hacer con el rabo mata moscas».
Pregunten ustedes a un español al azar qué piensa de la inmigración ilegal. De la creciente presión fiscal. De la lenta asfixia del sector primario. De esa España campeona de paro de la UE. De los privilegios concedidos una y otra vez a los nacionalistas vascos. De la negativa de PP y PSOE a reformar la ley electoral para impedir el permanente chantaje de fuerzas políticas cantonales. De los indultos y la amnistía. Del hecho de que los jueces del CGPJ continúen siendo seleccionados por los dos partidos mayoritarios en vez de por los propios jueces.
Muy probablemente ese español escogido al azar defienda posiciones a la derecha de la derecha.
Y ahora pregúntenle a ese español a qué partido vota. No será raro que responda «al PSOE». Yo tengo docenas de casos a mi alrededor.
¿Cuál es la explicación a ese abismo entre ideas y voto? ¿Entre lo que dicen los españoles con la boca y lo que hacen luego frente a las urnas?
La explicación está en la resistencia de la derecha española a aceptar la evidencia de que en España, el partido que medra gracias al voto prestado del otro no es el PP, sino el PSOE.
El español de hoy es de derechas, como la mayoría de los ciudadanos de las democracias liberales occidentales de 2025, pero cree que es de izquierdas porque la derecha española no se ha propuesto todavía seriamente sacarle de su error.
Hace unos días hablé con un político del PP. Me preguntó cómo veía la situación. Le dije que no entendía cómo el PP no hace trinchera de temas como, por ejemplo, el de la okupación. Un asunto que tiene el consenso de una inmensa mayoría de los españoles y que le quitaría una bandera con una enorme capacidad de arrastre a Vox.
«Desalojo inmediato».
Ni cuarenta y ocho horas, ni veinticuatro, ni doce, ni una.
«Desalojo inmediato».
Esas dos palabras le darían al PP cientos de miles de votos. De Vox y del PSOE. La okupación es un tema en el que el PP lo tiene todo a ganar y nada a perder. Nada.
Porque cuando el PP dice «vamos a desalojar a los okupas en cuarenta y ocho horas», lo que oye el español medio es «voy a construir doscientas mil viviendas». O sea, blablablá.
El PP gobierna en diez comunidades. Y en todas ellas los okupas viven igual de tranquilos que en las del PSOE. ¿Por qué van a creer entonces los españoles las promesas del PP?
El PP no entiende que entre las palabras «desalojaremos a los okupas en 48 horas» y «desalojo inmediato» no hay 48 horas de diferencia, sino un mundo.
Son mensajes radicalmente diferentes.
Hay menos distancia entre las 48 horas del PP y los dos años que tarda el PSOE en desalojar a un okupa que entre las 48 horas y el desalojo inmediato.
«Desalojo inmediato» es seguridad jurídica. «48 horas» es arbitrariedad predemocrática frente a un delito flagrante. «Dos años», con todos los gastos pagados por la víctima del delito, es indefensión aprendida. El camino más rápido a un Estado delincuencial.
«Yo tampoco entiendo por qué no insistimos más en este tipo de asuntos», me respondió ese político del PP.
La conclusión que extrae el español medio de ese temor a significarse es que en el PP prefieren que gane las elecciones el PSOE a ganarlas ellos con un programa de derechas. Y ya no digo de derecha melonista, sino de derecha aznarista.
Obviamente, eso no es cierto. Pero es lo que se oye por ahí.
«Algo estaremos haciendo bien, vamos primeros en las encuestas», me contestan a veces en el PP.
Sí, como en 2023. Y dependiendo de Vox para llegar a la mayoría absoluta.
El PP parece a ratos ese Barça de Guardiola que rechazaba meter gol si el jugador no entraba en la portería con el balón en los pies. Entre Guardiola y Mourinho, el PP tiene tendencia a optar por Juanma Lillo.
Pero el sondeo de EL ESPAÑOL es irrefutable. La política más valorada de los últimos veinticinco años por los españoles es Ayuso. Por delante incluso de José María Aznar.
Cuando me preguntan cuál es la principal virtud de Ayuso, yo nunca digo «la valentía», «la dureza» o «la chulería», esas cualidades que tanto gustan a la derecha de Varón Dandy, restaurante de babero y langostinos servidos con pala, la capa de Ramón García y «cojones como bolas de demolición».
Entiéndanme. Yo valoro la valentía, la dureza e incluso la chulería, en su justa dosis. Pero siempre respondo que la principal virtud de Ayuso es «la claridad». Que es la capacidad de transmitir de forma recta, clara y en español ideas de sentido común con las que la inmensa mayoría de los españoles estamos de acuerdo.
Nada de «la semana fantástica de la corrupción» y demás ocurrencias.
Ideas y proyecto.
La encuesta de EL ESPAÑOL debería hacer que algunos perdieran el miedo a los editoriales de la SER, que se diluyen en el éter a los dos minutos de emitirse.