Vicente Vallés-El Confidencial
- Se trata de un proceso de implosión que recuerda al de la UCD, descrito con sarcasmo por Pío Cabanillas como «¡al suelo, que vienen los nuestros!»
«¡¡El PP o el caos!!». Premonitorio. Pablo Casado, a voz en grito, cerraba así el último acto de la campaña en Castilla y León para unas elecciones extemporáneas, adelantadas con el único objetivo de obtener la victoria incontestable que auguraban los sondeos realizados dos meses atrás. Pero no. Castilla y León no iba a ser la meta volante que le permitiera solidificar su liderazgo en el PP, cuestionado desde el mismo día en que lo estrenó.
Dos semanas antes, en el inicio de la campaña, Aznar había planteado dudas suplementarias sobre la solidez del presidente de su partido cuando se soltó su abundante cabellera para lanzarse en plancha: “Muchas veces oigo decir: hay que ganar para que no-sé-quién llegue al palacio de no-sé-cuántos… Oiga, la pregunta es: ¿y para hacer qué?”. Solo le faltó personalizar la pregunta: “¿y para hacer qué, Pablo?”. Hace 20 años, Felipe González hizo lo mismo con Zapatero, recién llegado a la secretaría general del PSOE, cuando intentaba, igual que ahora Casado, que se le reconociera como líder del partido: “Está por demostrar —dijo González— que hay un nuevo proyecto con contenido de ideas”.
Una semana después de las elecciones en Castilla y León, el dilema no es «el PP o el caos». Estamos en «el PP y el caos», valga la redundancia
La vida de un líder de la oposición es siempre fatigosa, porque otros dirigentes que aparecen por debajo en el organigrama del partido sí tienen poder institucional ganado en las urnas, cosa que el jefe no ha conseguido todavía. Y el poder —la ‘auctoritas’— lo conceden los ciudadanos con sus votos, no los congresos de los partidos ni las primarias. Hoy, una semana después de las elecciones en Castilla y León, el dilema no es “el PP o el caos”. Estamos en “el PP y el caos”, valga la redundancia. Se trata de un proceso de implosión que recuerda al de la UCD, descrito con sarcasmo por Pío Cabanillas como “¡al suelo, que vienen los nuestros!”. Los restos electorales de aquel naufragio se repartieron entre el PSOE de Felipe González y la Alianza Popular de Manuel Fraga. Ahora, un ‘balconing’ desde la planta noble de Génova derivaría en el crecimiento exponencial de Vox alimentado por el sector más conservador del PP, y una fuga hacia la abstención de los votantes populares centristas que, precisamente por ser centristas, ni bajo tortura votarían a Santiago Abascal o a Pedro Sánchez. Y, como resultado, Sánchez seguiría disfrutando de la flor que brota grácilmente de su anatomía menos expuesta, porque no tendría rival. Como ahora.
El presidente disfruta de la diosa Fortuna. Pero, sobre todo, de la incompetencia de sus rivales. Hace un par de semanas, tenía perdida la votación de la reforma laboral, pero a un diputado popular se le traspapeló el voto en el momento preciso (el mismo diputado que estos días exige a compañeros de partido que muestren en las redes sociales su adhesión inquebrantable a Casado). Sánchez pudo sufrir una catastrófica derrota que habría hecho temblar la legislatura, pero ganó. Días después, en Castilla y León el PSOE se dejó siete escaños, y su socio de coalición se jibarizó hasta la mitad de lo que era, quedando con un solitario e irrelevante procurador. La suma de los partidos que gobiernan perdió ocho escaños, frente a la subida de PP y Vox. Sin embargo, nadie habla ya del desplome de PSOE y Podemos en cuatro de las cinco elecciones que se han celebrado desde que se conformó la coalición. Y no por la habilidad de Moncloa, sino por la muy entrenada capacidad de los inquilinos de Génova y de la Puerta del Sol para escupir mirando al cielo. ¿Dónde quedó el pretendido cambio de ciclo político? A Sánchez le basta con aplicar el criterio lógico de no molestarse en matar a quien está empeñado en suicidarse. Y Casado se siente acosado y rodeado como el Séptimo de Caballería en Little Bighorn. A veces, ve enemigos. Mientras sobrevuela el fantasma de Hernández Mancha.
Ahora puede ganar uno, puede ganar el otro, o pueden perder los dos
Ayuso desplegó su tendencia a la temeridad para adelantar elecciones y consiguió ridiculizar al PSOE, forzar una crisis de Gobierno y sacar de la política al coaligado de Sánchez. Ahora, con ese mismo atrevimiento (atacar para evitar un ataque), se ha lanzado a por Casado, pero no es sensato apostar una y otra vez todo tu capital a un solo número y pretender que vas a ganar siempre. Si Ayuso tenía el sueño de ocupar el despacho de Casado, un envite tan arriesgado como ese puede, bien al contrario, apartarla de la carrera, porque lo normal es que el partido busque a un presidente que cohesione, no que divida. Y que, además, no tenga a un familiar bajo sospecha. Porque hay actuaciones que, incluso siendo legales (si es que lo es), no son éticas.
El viernes se reunieron. Quizá haya sido demasiado tarde. Ahora puede ganar uno, puede ganar el otro, o pueden perder los dos. Alberto, calienta, que sales.