EL PAÍS 03/07/13
CARMELO JORDÁ
Lo peor del concierto independentista de este fin de semana no eran las consignas, ni el odio bobo, ni la autosatisfacción de unos oprimidos de tres al cuarto que disfrutan mucho de ser los buenos de una película en la que hay que inventarse los malos.
No, lo peor, sin duda, fue el nivel artístico del evento, por otra parte muy acorde con el nivel político de la protesta: Peret, un Llach venido de entre los muertos, un Paco Ibáñez que ya hace mucho que no mora entre los vivos –artísticamente hablando, claro– y el mejor de todos, Ramoncín o, a partir de ahora, Ramonet –pronúnciese Remunet–.
Pero lo sustancial del asunto es que, aun con ese plantel de muertos vivientes sobre el escenario, se llenó el mayor estadio de España y el camp era un clam, tal y como dice el himno del Barça, excepto cuando cantaba Ramonet, que ya podría el tío haber aprendido catalán para tan señalada ocasión.
Sí, ya sabemos que están espoleados por los medios oficiales y los oficiosos, que están lubricados con el dinero oficial, que están de-formados por no menos de tres décadas de des-educación en la mentira y el odio… pero ahí estaban, y eran 90.000, para ver a Peret y Dyango.
A mí sí me parece una demostración de fuerza, por cutre y patético que pueda ser el acto, que lo era, pero nos habla de una sociedad en la que hay, al menos, una minoría importante capaz de movilizarse con cualquier motivo, con cualquier consigna.
Desde Madrid, una ciudad de carácter eminentemente pragmático, se tiende a minusvalorar la fuerza del independentismo catalán analizando la cuestión en unos términos –lógica, historia, economía…– que no tienen nada que ver con el sentimentalismo rancio con el que está moldeado hoy en día el pensamiento de ERC o CiU.
Ni desde Madrid ni desde el resto de España somos capaces de entender lo gratificante que puede ser sentirse superior, pero a la vez oprimido, pero a la vez orgulloso, pero a la vez opresor… Pensar que no se tiene culpa de nada y que el futuro, una vez liberados de las cadenas que nos atan a la miseria, está en las estrellas, porque somos los mejores.
Nos conformamos pensando que en alguna parte se esconde una mayoría silenciosa, racional y alejada de veleidades independentistas, un poco suya quizás, pero que piensa que «la pela es la pela» y que nunca dará el salto mortal.
Puede que exista, puede que no, pero mientras esa presunta mayoría sigue callada el camp era un clam tan fuerte que hasta Ramonet se nos ha vuelto independentista, con lo bien que hemos tratado a este chico en Madrit.