POR LUCÍA MÉNDEZ-El Mundo
Javier Zarzalejos, 57 años, fue reclutado por Aznar como secretario general de la Presidencia del Gobierno en 1996. Han pasado 22 años y continúa al lado del ex presidente, en una Faes que ya no es del PP. Zarzalejos publica un libro en el que relata cómo funciona La Moncloa. Cita al ex jefe de Gabinete de Bush. «Tienes que asegurar que el presidente no tiene hambre, ni está irritado, ni solitario, ni cansado…
Respuesta.–Lo que digo es que no hay un ala oeste como la de la serie. En este caso, se llama edificio de Semillas, es menos icónico, menos sexy y menos televisivo. No te encuentras continuamente con el presidente por los pasillos, ni los asesores resuelven crisis internacionales con un café de Starbucks en la mano. No preparan discursos en los pasillos. Lo que hay en La Moncloa es la política real.
P.– Al relatar cómo funciona el entorno de poder del presidente del Gobierno dice que La Moncloa es un lugar grande y complejo.
R.– Es complejo porque todas las tensiones políticas del país, todas las presiones terminan confluyendo allí. El jefe de Gabinete de Obama, Rahm Emanuel dice que «lo que entra en el despacho del presidente es lo que está entre mal y muy mal. De lo demás se ocupan los ministros».
P.– ¿Puede poner algunos ejemplos de lo que entraba en el despacho del presidente en sus ocho años de estancia en La Moncloa?
R.– Todo lo complicado. Entramos en el Gobierno con una crisis por la deportación de los inmigrantes, el primer atentado terrorista fue pronto. La Moncloa es un sitio multicultural, donde conviven muy diversos intereses y agendas. Están los funcionarios profesionales, los asesores no comprometidos políticamente, el círculo doméstico del presidente… es difícil de administrar porque todo el mundo tiene que encontrar su hueco.
P.– Rubalcaba me dijo una vez que Moncloa era como la corte de un Rey, siendo el Rey el presidente.
R.– No la definiría así. Moncloa es la Presidencia del Gobierno y la residencia de una familia. Las decisiones que se toman tienen mucha densidad y todo el mundo quiere cotizar al alza en la influencia y el acceso al presidente.
P.– Trabajó ocho años al lado del presidente Aznar. ¿Apreció usted el síndrome de La Moncloa?
R.– Sí. En conjunto hay un síndrome, que se manifiesta en diferentes formas. Es un riesgo y siempre un reto para los que estamos alrededor del presidente. Hay que equilibrar la protección para que no se convierta en aislamiento. Pero también afinar la exposición para que no se convierta en sobreexposición. Aznar ha sido de los presidentes que menos tiempo pasaba en La Moncloa. Salía mucho de allí.
P.– Todos los presidentes hasta la fecha han dejado Moncloa con descrédito e impopularidad, cada uno por causas distintas. ¿Se le ocurre alguna explicación verosímil para este fenómeno?
R.– Todo el mundo sabe que la política en España es especialmente intensa, con muchos elementos de crueldad. El debate público es aquí de los más duros de Europa. La forma en la que nos pronunciamos sobre los políticos… no siempre está justificada esta crueldad. Aunque por otro lado, la política no es el territorio de la justicia, quien busque justicia que vaya a los tribunales.
P.– ¿Se fue injusto con Aznar?
R.– Creo que Aznar cuando se va deja un partido muy sólido. A pesar del enorme impacto de la derrota de 2004, el PP tuvo la capacidad de recuperar la mayoría absoluta. El PSOE no consigue una mayoría absoluta desde el 89, mientras que el PP ha tenido dos. El desgaste es uno de los factores que pesaron en la decisión de Aznar de cumplir su promesa y no presentarse a un tercer mandato. Era muy consciente de ese desgaste y por eso mantuvo su palabra. Su reflexión fue: Mi ciclo personal ha acabado, me he vaciado.
P.– ¿Ha escrito el libro para reivindicar la figura de Aznar, muy controvertida en la sociedad española?
R.– ¿Una reivindicación? Sí, en parte. Lo que hay en el libro es una explicación. Han pasado años suficientes para tener perspectiva. Creo que, como dijo María San Gil citando a Clemenceau, Aznar nunca se equivocó en nada esencial en la formulación de un proyecto para España, en su ambición por situar a España en el mundo, ambición que no siempre fue compartida. Y, desde luego, no se equivocó en la creación de un partido de centro–derecha que fuera una de las paredes maestras del sistema político.
P.– No se equivocó en nada esencial, dice. ¿Se equivocó en cosas no esenciales?
R.– Puede ser. Errores se cometen sin duda. Un presidente cuando sale de La Moncloa no es el mismo que cuando entra. Se van acumulando experiencias y se van reordenando las prioridades. Los errores de Aznar pueden ser errores de omisión. A lo mejor dejó de atender cosas.
P.– ¿Qué cosas?
R.– Lo tendría que pensar.
P.– Le ayudo. ¿Quizá debió escuchar más a la sociedad española? Tomó algunas decisiones contrarias a la opinión de la inmensa mayoría.
R.– Siempre se puede escuchar más. Supongo que se refiere al tema de Irak. Pero hay decisiones impopulares que, sin embargo, deben tomarse. Detrás había un planteamiento de política internacional, de situar a España en el mundo. No todo lo impopular es malo políticamente. Y creo que es evidente que el tema de Irak no contagió al resto de su gestión política.
P.– Atribuye en el libro a Aznar las clásicas virtudes del liderazgo político.
R.– Resalto que desplegó una capacidad de liderazgo que pocos le reconocían. Y también que el liderazgo tiene que ver con el cambio, con la capacidad para impulsar cambios. La gestión diaria de la Administración no plantea problemas. España ha estado sin gobierno casi un año. Lo importante, donde se juegan su futuro los países, es en el cambio y ahí es donde afloró el liderazgo de Aznar. Tuvo que afrontar cambios muy profundos. El desafío de ETA. El desafío europeo. La entrada en el euro. Los cambios en el mundo después del 11–S. La consolidación del PP como gran partido del centro–derecha.
P.–Critica usted el hiperliderazgo y la excesiva personalización de la llamada nueva política. No me dirá que Aznar no incurrió en el hiperliderazgo. Eligió a su sucesor a dedo.
R.– Lo que tenía Aznar era un liderazgo muy fuerte. Sin embargo, se preocupó por hacer del PP una gran organización política y no una plataforma de proyección personal. Mandaba mucho, sí. Pero no creo que incurriera en el hiperliderazgo en el sentido actual. Tenía un partido con una gran densidad orgánica, diseñado para funcionar sin él. De hecho, ha funcionado sin él. El suyo no era un liderazgo personalista. La mayor prueba fue su decisión de irse. Quiso objetivar al máximo su propuesta de sucesión.
P.– En los quince años transcurridos desde entonces se ha producido una ruptura total entre Aznar y su sucesor, Rajoy. ¿Cuáles son las razones de este divorcio?
R.– Creo que hay un nuevo círculo de poder en el PP y en el Gobierno que no se identifica con el proyecto de Aznar. Incluso que consideró, después de la derrota de 2008, que ese proyecto ya no era útil para volver a alcanzar el poder. Me parece que a partir de 2008 se pone en cuestión la etapa de Aznar y se considera que el PP que heredaron no podía ganar nunca. La dirección asumió la idea de que España era de centro–izquierda y que había que hacer otras cosas. El planteamiento de Zapatero era muy eficaz en sus consignas. Y el PP creyó que tenía que jugar en el terreno de juego marcado por el zapaterismo. De alguna manera, el PP creyó que, o se adaptaba al paradigma zapaterista, o no ganaría las elecciones.
P.– Y las ganó. Pero ahora Ciudadanos amenaza su hegemonía en el centro–derecha por primera vez en casi 30 años.
R.– Estamos ante una transformación sistémica, por utilizar el lenguaje de los politólogos, que es consecuencia de la fragmentación de los espacios políticos y electorales. Hay un afán de cambio y eso explica la progresión de Ciudadanos. Los significantes vacíos no sólo los ocupan los populismos. Mucha gente no quiere saber nada de lo que hay, y ya está. Los partidos han perdido vocación mayoritaria. La fragmentación puede llevar al centro–derecha muchos años atrás.
P.– ¿A los tiempos de la desaparición de UCD?
R.– En este momento, el PP está pugnando por el 24% del voto, eso nos sitúa antes del año 89. Si Ciudadanos se ha podido implantar en el terreno del PP, algo se habrá hecho mal.
P.– ¿Qué cualidades de liderazgo aprecia en Albert Rivera?
R.–Las que ya ha demostrado. Su capacidad de convertir un partido que era muy poca cosa en un partido que se considera que formará parte del Gobierno de España más pronto que tarde, aunque no se sabe en qué circunstancias. Rivera tiene cualidades idóneas para la forma en la que se entiende la política en este momento.
P.– Pedro Sánchez ha dicho que Rivera se está «aznarizando».
R.– No me parece que éste sea el argumento más inteligente si uno quiere meterse con Rivera.
P.–Hay quien sostiene que es Aznar quien se «riveriza». ¿Apuesta el ex presidente por Albet Rivera tan claramente como se supone?
R.– Aznar no está en eso a estas alturas de su vida. Una idea, sobre todo, le acompaña desde el año 89, y es que el centro–derecha en España tiene que gobernar actualizando un proyecto de mayorías y que se necesita una tarea de modernización en España. La fragmentación del centro–derecha le preocupa y le afecta, por supuesto.
P.– No sólo es el PP, lo que está en crisis es el bipartidismo.
R.–Es verdad que el bipartidismo está en trance de desaparecer. Pero, a diferencia de lo que ocurre en otros países europeos, España tiene opciones de gobierno muy razonables para el futuro. Una vez que Podemos no consiguió el sorpasso del PSOE, lo que tenemos es la progresión de Ciudadanos como fuerza emergente. Lo cual, dicho sea con ironía, no creo que sea una amenaza para la estabilidad del sistema constitucional ni que resulte un futuro socio inasumible.
P.– ¿El sistema político de la Transición resiste bien?
R.–La crisis ha producido la fragmentación y la ruptura de marco. En 2011, el PP se encuentra con que la otra pata del sistema, el PSOE, desaparece y es sustituida por la expansión de los nacionalismos. El periodo de Zapatero fue muy exitoso desde el punto de vista electoral, pero desastroso para el PSOE. El socialismo en España queda laminado desde mayo de 2010, cuando Zapatero incumplió sus compromisos con el electorado. Una pata del sistema quedó averiada y se sentaron las bases del populismo. El hundimiento del PSOE le llevó a competir con Podemos.
P.– ¿Por qué en España no ha surgido un populismo de extrema derecha, como en otros países?
R.– La extrema derecha en España ha sido siempre marginal, se constitucionaliza con Fraga y desaparece como tal. El PP hace una pedagogía importante sobre la Transición. Eso en la izquierda noexistía. El discurso del socialismo posfelipista entra en un revisionismo de la Transición y de la concepción territorial de España, y a eso se apuntan los radicales. El PSOE de Zapatero es quien abre el camino al populismo.
P.– ¿Cómo analiza la rebelión catalana? En el libro cuenta que Pujol ya le dijo a Aznar en 2002 que quería desconectar el nacionalismo catalán del sistema constitucional. ¿Nadie pudo evitar que se llegara tan lejos?
R.– Pujol perdió la mayoría absoluta en Cataluña, mientras el PP la ganaba en España. Pero eso no se tradujo en una estrategia como la de ahora. CiU no quería la reforma del Estatuto hasta el último momento en una conversación con Zapatero. El nacionalismo inició un nuevo ciclo victimista con la excusa de la sentencia del TC sobre el Estatuto. Pero nada se entiende sin la siembra radical del PSC y su tripartito, la asunción de la plurinacionalidad de España, el filtreo con la autodeterminación y el claro revisionismo del llamado por Podemos ‘régimen del 78’ y del pacto constitucional. En buena medida, los socialistas pusieron el viento y los nacionalistas orientaron las velas para aprovecharlo.
P.– Cuenta en su libro detalles sobre el encuentro que mantuvo con los jefes de ETA, siguiendo instrucciones de Aznar. ¿Cómo contempla eso ahora que la banda terrorista se ha disuelto?.
R.– Es imprescindible que se recuerde lo que pasó para no dar el salto de que ETA se ha disuelto y aquí no ha pasado nada. El Estado combatió a ETA durante 50 años y los terroristas se ensañaron con la democracia, no con el Franquismo. Fue duro, difícil y resultó fundamental la constricción de una respuesta social contra ETA. En la tregua, el Gobierno de Aznar mantuvo la iniciativa, se gestionó bien.
Licenciado en Derecho por la Universidad de Deusto. Consejero de Información de España en el Reino Unido de 1992 a 1996. Secretario general de la Presidencia del Gobierno de 1996 a 2004. En 1998, se sentó con los jefes de ETA cara a cara en lo que llama una «misión discreta».