IGNACIO CAMACHO-ABC
- Los populares han pasado con apuros el primer examen. Pero en las europeas necesitarán una victoria incontestable
No tiene el Partido Popular muchos motivos para sentirse satisfecho de sus resultados en el País Vasco. Ha crecido en casi cuarenta mil votos y dos puntos y medio, pero sin otro rédito que un diputado más que los que consiguió hace cuatro años en coalición con Ciudadanos. Y ni siquiera ha logrado absorber a Vox en Álava, el antiguo feudo constitucionalista hoy plenamente conquistado, y de qué manera, por el nacionalismo identitario. La derecha asustada por el crecimiento batasuno se ha ido con el PNV por puro sentido pragmático, de tal modo que el PP se queda con sus siete escaños reducido a un papel testimonial en el ámbito parlamentario. El arqueo no es para presumir ni justifica el impostado alborozo de su candidato. Cero margen de entusiasmo.
Y ahora vienen las elecciones catalanas. Allí el incremento será mayor en términos cuantitativos, aunque partiendo de tan abajo convendría atemperar el optimismo. Los sectores moderados que en Euskadi se han acogido bajo el paraguas peneuvista por miedo a Bildu pueden ir a buscar en Cataluña al PSC ignorando adrede su criptonacionalismo, y los más radicales tienen en Vox una propuesta con más brío discursivo. Es muy probable que aun triplicando su facturación, los populares sigan siendo una fuerza marginal, inoperante en un territorio donde el ‘procès’ ha dejado un sistema político prácticamente destruido. Como alternativa no funcionan y como refugio frente a la pujanza soberanista no encuentran su sitio.
Del balance de estas dos convocatorias en ‘campo ajeno’ y cuesta arriba depende en buena medida el de la tercera. La política electoral tiene mucho que ver con la temperatura previa y Feijóo necesita un clima de movilización que gire a su favor el viento de las europeas, donde sus aspiraciones y la eficacia de su liderazgo van a ser puestos de nuevo a prueba. El triunfo está descontado, pero necesita sacarle al PSOE un mínimo de tres puntos de diferencia. Por debajo de esa distancia tendrá problemas y su confianza correrá riesgo de entrar, si no en quiebra, sí en esa nube de duda con que el centro-derecha tiende a atormentarse cuando sus expectativas quedan mal resueltas.
Porque en junio no le bastará con ganar: sus votantes esperan y exigen una victoria contundente, categórica, incontestable. Una goleada que evidencie el desgaste de Sánchez y le pase la cuenta de la amnistía, de los escándalos de corrupción y de la ruptura de los consensos constitucionales. Y además creen que es fácil porque las burbujas de opinión pública provocan percepciones colectivas desdibujadas cuando no falaces. Pero el principal partido de la oposición va a llegar a esa cita lastrado por su escaso impacto en los comicios vascos y catalanes, fruto de la ausencia de claridad en la estrategia, el proyecto y el mensaje. Le quedan menos de dos meses para entrenar la forma de no volver a fallar los penaltis.