LIBERTAD DIGITAL 05/06/16
PABLO PLANAS
· Un grupo de vándalos lanza pintura y huevos podridos contra el domicilio que exhibe una enseña proscrita en Cataluña
A. P. es un ciudadano residente en Vich (uno de los feudos del separatismo), que se siente catalán y, además, español, hasta el punto de que ante la proliferación de esteladas en su ciudad decidió expresar libremente sus sentimientos con una bandera española en el balcón de su domicilio. Una auténtica extravagancia en una localidad gobernada por Convergencia con el apoyo del PSC. Ni Ciudadanos ni el PP tienen representación en el municipio, cuyo consistorio abandera el procés y forma parte de todos las asociaciones, plataformas, grupos, entidades e iniciativas partidarias de romper con el resto de España.
Hasta ahora, A. P. vivía tranquilo, sin problemas. Algunos vecinos le expresaban su apoyo en voz baja y le daban ánimos. Algunos otros, independentistas, elogiaban en privado su coraje cívico, su determinación y hasta la valentía que supone salirse del redil en una ciudad pequeña, donde todo el mundo se conoce y en la que la estelada preside el ayuntamiento, la totalidad de los espacios públicos y centenares de domicilios.
El proceso separatista va a la baja en la misma medida en que envejecen los colores de la enseña que desde hace cuatro años representa el «derecho a decidir» y la retórica nacionalista.
Sin embargo, no cede la presión contra los «disidentes». Todo lo contrario. En la madrugada entre el jueves y el viernes, un grupo de vándalos decidió tomar la vivienda de A. P. como diana de su violencia. En la mañana del viernes, este ciudadano se encontró una desagradable sorpresa. Las persianas manchadas de pintura y el suelo del balcón lleno de huevos podridos. Una muestra del carácter «cívico, pacífico y festivo» del movimiento nacionalista, un señalamiento en toda regla contra quien creía que tenía derecho a colgar en su balcón una bandera diferente a todas las demás, una rojigualda.
A. P. mantiene la enseña y se congratula con la solidaridad de algunos vecinos. Otros ni le hablan ni le miran, en lo que consideran una muestra «pacífica» de rechazo a la «locura» de plantar la bandera constitucional en su fachada. Es el día a día en la Cataluña interior, el precio por pensar diferente y mostrar ese «defecto» con una solitaria bandera de España.