Ignacio Camacho, ABC, 19/7/12
El frívolo amotinamiento de las autonomías contra el ajuste es un modo de llamar a gritos a la troika de intervención
NADIE sabe a ciencia cierta si España va a ser intervenida pero hay momentos en que ciertamente parece estarlo mereciendo. Con el descalzaperros autonómico, agravado por el amotinamiento contra el déficit y la resistencia a los recortes, estamos llamando a gritos a la troika. Y por si no se enteran en Bruselas, o no se quieren dar por aludidos —al final eso del rescate es un coñazo y, sobre todo, un desembolso de lo más incómodo—, no paramos de dar argumentos: los nueve mil liberados sindicales, el lío de las participaciones preferentes, las subvenciones energéticas, la mora creciente de los bancos, el goteo titubeante de medidas y contramedidas del Gobierno. ¿Pero cómo demonios se va a fiar nadie de un país que es un cachondeo?Ayer, Portugal logró colocar en los mercados letras del Tesoro más baratas que las españolas. Se trata de un país empobrecido por la intervención y su durísimo ajuste, mucho más fuerte que el nuestro pero mejor digerido por la sociedad y las instituciones. Y no tiene autonomías que se nieguen a aceptar la necesidad de rebajar un tren de gasto inviable. Éste es un punto crucial para los mercados de deuda, cuyos intermediarios no logran entender que una nación en quiebra sea incapaz de embridar el déficit de su estructura pseudofederalizada. La rebelión de las comunidades contra el Gobierno —en el caso de Cataluña por pura asfixia financiera mezclada con la mitología soberanista; en los de País Vasco y Andalucía por mera irresponsabilidad de unos gobernantes empeñados en hacer oposición desde las instituciones— retrata un Estado descompuesto cuyas autoridades consideran el poder como un mecano de responsabilidades parceladas. Justo la clase de frivolidad que más desconfianza provoca en el momento crítico de una crisis de escala.
Nos hemos vuelto un país trivial, insensato, dirigido por una nomenclatura inadaptada que no sabe levantar la mirada de sus nanointereses domésticos y sus manejos clientelares. Y si el bloqueo institucional acaba impidiendo la adopción de medidas de saneamiento puede ocurrir dos cosas: una, que Europa se harte de este juego, dé un golpe sobre la mesa y mande a los hombres denegro a cortar por lo sano la hemorragia pasándose por el forro el llanto airado de los taifas territoriales. Y otra, aún peor, que simplemente se canse y desista; que el tamaño del rescate le resulte disuasorio y nos deje caer: el default, la suspensión de pagos, la quiebra completa. Tal vez la pesetización, el caos de una ruptura del euro y una devaluación salvaje e instantánea.
No es un apocalipsis imaginario sino un conjunto de hipótesis verosímiles. Y las estamos haciendo cada vez más probables entre todos a base de una abracadabrante falta de seriedad colectiva. Porque una nación no puede ser una suma de estaditos en manos de una colección de egos ofuscados por la pasión del poder y el sectarismo ideológico.
Ignacio Camacho, ABC, 19/7/12