Roberto R. Aramayo-El Correo

  • Conviene recordar las lecciones de la historia ahora que Trump quiere imponer a Ucrania el fin de la guerra con las condiciones dictadas por el invasor

Neville Chamberlain, a la sazón primer ministro británico, regresó pletórico de Múnich después de firmar un presunto acuerdo de paz que a su juicio conjuraba la guerra en Europa. Se habían reunido Alemania, Francia, Gran Bretaña e Italia para hablar de una región checoslovaca conocida como los Sudetes. Con el pretexto de que su población era germanoparlante, Alemania se anexionó ese territorio en una mesa de negociación a la que no se invitó al país concernido. La paz requería sacrificios y el pueblo checo debía sufrir las consecuencias como convidado de piedra. Era septiembre de 1938 y seis meses después Hitler violó el pacto e invadió Bohemia y Moldavia, haciéndose así con el conjunto del Estado checo.

En lugar de aplacar a la bestia, se le dieron alas para desplegar su voracidad territorial. Seis meses antes del encuentro con Chamberlain, el ejército nazi había invadido Austria con un argumento similar, en lo que se conoce como «anexión», al no encontrar resistencia alguna. También se hizo la vista gorda. Los pactos eran papel mojado para Hitler, según demostró el sorprendente acuerdo de no agresión suscrito con Stalin, el pacto Rinbentropp-Mólotov, firmado nueve días antes de invadir Polonia desde ambos flancos. Lo hizo trizas con su Operación Barbarroja para invadir la propia Unión Soviética desde la Polonia conjuntamente conquistada.

La Guerra Civil española, detonada por el traidor golpista Francisco Franco, fue considerada un conflicto interno por las democracias europeas, que decidieron mantener una exquisita neutralidad. Poco les importó que Alemania bombardeara una población civil como Gernika con la tristemente célebre Legión Cóndor, un episodio que inmortalizó Picasso con su pintura homónima para la Exposición Internacional de París en 1937. Mussolini, por su parte, mandó a Franco un contingente nada despreciable de tropas italianas, mientras que la República solo recibió a las Brigadas Internacionales y tenía que comprar las armas a la Unión Soviética. Luego, paradójicamente, republicanos españoles exiliados contribuirían a la liberación de París en 1944.

¿Habría entrado Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial sin el ataque japonés a Pearl Harbour? Presa de su megalomanía, Hitler se anticipó a declararle la guerra para gran alivio de Churchill, quien temía dos conflictos paralelos en Europa y el Pacífico. Conviene tomar nota de las lecciones que nos brinda la historia para no cometer los mismos errores.

Plantear una paz en Ucrania sin contar con este país en la mesa de negociación es un expediente similar al pacto de Múnich donde Checoslovaquia no estaba presente. Trump ha decidido retirar su apoyo logístico a Ucrania y quiere imponer la paz con las condiciones dictadas por el país invasor. Despreciando a la Unión Europea, se propone levantar cualquiera sanción dictada contra la Rusia de Putin.

Están en juego dos visiones del mundo totalmente antagónicas, como sucedió durante la Guerra Fría. Solo que ahora ha cambiado el reparto de papeles. Ya no se confrontan el capitalismo y el comunismo. Ahora se trata de concebir al Estado como un lucrativo negocio particular o como una esfera pública que debe gestionar cosas elementales para la convivencia, como un sistema educativo, sanitario y asistencial que ayude a los colectivos más desfavorecidos, gracias al concurso tributario de quienes más tienen.

El modelo socialdemócrata y democristiano se confronta con un salvaje anarcocapitalismo especulativo que socava la libre competencia, el alma de la doctrina liberal clásica. No se trata de producir mejor para vender más e incentivar un consumo sostenible que no rompa la cadena. Lo que cuenta es jugar con ventaja y sacar una colosal e inmerecida rentabilidad. Te inventas viejas deudas para saldarlas con aranceles absurdos e injustificados que pones a los países vecinos y aliados, al margen de los tratados comerciales previos.

Pones una serie de condiciones que la otra parte satisface, pero el cuerpo te pide aplicar los castigos igualmente para obtener un doble triunfo y demostrar a tus compatriotas que América suscita respeto, aunque algunos estén solicitando pasaportes de otra nacionalidad porque no comparten esa deriva geoestratégica contra Canadá, Europa y México, al tiempo que se fraguan alianzas con belicistas tan cuestionados internacionalmente como Putin, Kim Jong-un o Netanyahu, solo porque cuentan con un arsenal nuclear.

¿Cuál es en definitiva el precio de la paz? ¿Conviene ceder a las amenazas y los chantajes que cancelan con carácter previo cualquier tipo de negociación, tal como hizo Chamberlain? En ‘Hacia la paz perpetua’, Kant escribe lo siguiente: «Un tratado de paz debe aniquilar el conjunto de las causas que pudieran propiciar una nueva guerra, aunque tales causas ni siquiera sean conocidas todavía por los artífices del tratado y pudieran quedar luego desveladas por un minucioso escrutinio de los documentos archivados».