- Israel es un país pequeño en territorio y población y no puede permitirse el lujo de mantener una guerra en dos frentes, que puede prolongarse en el tiempo hasta el punto de agotar sus energías. Tan cierto es esto como que tampoco puede aceptar el chantaje de Irán a través de sus proxis
Las cancillerías occidentales viven con indisimulado vértigo la evolución de los acontecimientos entre Israel y Líbano. Cuando todavía no se entrevé el fin de la guerra de Gaza todo apunta a una inminente invasión israelí de su vecino del norte. No parece que haya un solo actor regional o global interesado en un conflicto que puede extenderse por la región con resultados tan inciertos como peligrosos para la seguridad mundial. Sin embargo, las circunstancias parecen empeñadas en empujar en esa dirección.
Líbano fue un invento francés. Tras un período de innegable progreso se precipitó en una serie de guerras civiles por culpa de los palestinos y de los iraníes. Hizbolá, el Partido de Dios, fue creado por Irán para reconducir la línea política de los chiíes libaneses en sintonía con la revolución de Jomeini. Hizbolá fagocitó Líbano, convirtiéndolo en un Estado fallido. Sus milicias están mejor dotadas que las Fuerzas Armadas del Estado y, sobre todo, responden a una estrategia tan firme como coherente. Hizbolá es un instrumento del régimen político iraní en su lucha en favor del islamismo, de poner fin a la influencia occidental en la región y de acabar con los corruptos regímenes árabes, empezando por sus monarquías. Israel es, para cualquier islamista, una colonia occidental en el corazón del islam, por lo que debe ser destruida.
La brutal acción terrorista de Hamás sobre Israel ejecutada hace casi un año supuso una inequívoca provocación para que Israel volviera a penetrar en Gaza, dando por sentado que su milicia estaba preparada para resistir durante un tiempo prolongado, socavando así tanto el respaldo occidental como el de los gobiernos árabes al Estado judío. La calle árabe rechazaría la política de sus dirigentes por empatía con el pueblo palestino, lo que facilitaría el avance de las posiciones islamistas en el entorno suní. Hizbolá debía dar cobertura a Hamás, manteniendo un conflicto de baja intensidad que distrajera un importante contingente de tropas israelíes e hiciera imposible la vida cotidiana a los miles de habitantes del norte del país. Más de cien mil israelíes han tenido que dejar sus viviendas y labores para establecerse en zonas más seguras. Una situación imposible de mantener indefinidamente. Miles de cohetes de Hizbolá han sido lanzados sobre territorio israelí durante el último año, un «casus belli» innegable.
Israel está descabezando Hizbolá mediante acciones precisas o a través de los estallidos de distintos sistemas de comunicación a disposición de los cuadros de la milicia. Varios de los máximos dirigentes han sido ejecutados y más de tres mil mandos están heridos. Mientras escribo estas líneas la aviación israelí está atacando cientos de posiciones de la milicia chií. Estos objetivos son el resultado de un trabajo realizado por la inteligencia militar durante mucho tiempo ¿Estamos en la antesala de una invasión? Dejando a un lado lo obvio, Israel tiene todo el derecho de atacar a quien cuestiona su seguridad y su propia existencia, la cuestión es si le interesa, si la preservación de esa seguridad aconseja tal acción.
Hemos leído referencias a que la detonación de ‘buscas’ y ‘walkie-talkies’ no respondió a una finalidad estratégica, sino meramente táctica. La inteligencia israelí detectó sospechas entre los cuadros chiíes y optó por rentabilizar una costosa y arriesgada operación detonando los ingenios. De ser cierta esta información podríamos descartar la voluntad de invadir. En la misma línea nos encontramos con una segunda interpretación que apunta a que este conjunto de acciones de precisión y contundencia extraordinarias va dirigido a disuadir a Irán y a Hizbolá, poniendo así fin a la tensión militar en la frontera y permitiendo la vuelta de los ciudadanos a sus domicilios y empresas. Por último, nos encontramos con la versión más propiamente militar. Descabezar la estructura de mando y control, generando caos y desconcierto en sus filas, es el paso previo a la invasión. Podemos considerar combinaciones, resultado de la propia evolución de los acontecimientos. No siempre se puede seguir una estrategia previamente discutida, aprobada y asumida. Demasiado a menudo se improvisa en el caos de la tensión militar.
La invasión del Líbano para dañar seriamente las capacidades de Hizbolá, en paralelo con lo que estamos viendo en Gaza, es inevitable. Va a ocurrir, pero no sé cuándo y no tiene por qué ser ahora. Israel no puede ni debe tolerar esa lluvia de misiles, ni tener a más de cien mil ciudadanos fuera de sus casas. Un portavoz de la Administración norteamericana demandó hace dos días contención al Gobierno israelí, con el oportuno argumento de que había otros medios para garantizar la vuelta de los desplazados. Sorprendentemente no se le ocurrió explicar cuáles eran.
Israel es un país pequeño en territorio y población y no puede permitirse el lujo de mantener una guerra en dos frentes, que puede prolongarse en el tiempo hasta el punto de agotar sus energías. Tan cierto es esto como que tampoco puede aceptar el chantaje de Irán a través de sus proxis. La solución pasa por entender y asumir que estamos ante una crisis general de Oriente Medio y que no está sólo en cuestión el futuro de Israel. O se contiene a Irán o vayamos preparándonos para una crisis mayor.