Bildu es algo más serio para la democracia. Se le ha dejado pasar al juego sin tiempo para una reflexión, ni menos para una catarsis sobre la monstruosa violencia que hemos padecido, y padecemos, sin condena de lo pasado, como si aquí no hubiera pasado nada, para que, probablemente, siga pasando lo mismo en un futuro con su proyecto político fortalecido.
Las elecciones locales que acabamos de contemplar, que más que locales parecían unas primarias ante las elecciones generales de dentro de un año, se han visto alteradas por dos fenómenos que, en cierta manera, y con diferentes orígenes, contradicen y complican el sistema político actual. La primera alteración ha sido la inclusión de Bildu en la disputa electoral, tras una sentencia del Constitucional contraria a la del Supremo, y la segunda ha sido el movimiento de rechazo 15-M a nuestra democracia, harta una buena parte de nuestra sociedad de lo que padece. Protestan, dicen, por una democracia real, cuando evidentemente la suya en todo es ideal, pero, como síntoma, constituye este movimiento toda una llamada contra la paulatina conversión de nuestra democracia en partitocracia, su peor mal.
Harán mal nuestros jerarcas de la política si no reflexionan sobre los dos fenómenos. El 15-M, el más amplio y nuevo, posee todas las características de lo espontáneo con su más que probable incapacidad de conformar una corriente política. Pero manifiesta un enorme hartazgo, contenido hasta la fecha por todas las superestructuras políticas y sindicales, que ha aprovechado el momento electoral para salir a la calle. Probablemente sea un fenómeno ante la deserción electoral de muchas personas, especialmente jóvenes, de la izquierda. De alguna manera tenían que hacer saber por qué ya no tienen cauce de expresión política en sus partidos. Hay algo de terapia en todas esas concentraciones. Les han fallado sus partidos, como les falló a los jóvenes del 68 en Francia, pero aquellos lo dijeron claro. Es un hartazgo proveniente de la izquierda, y que fuera de cauce se expresa de forma acrática. Luego llegan las elecciones y su influencia es pequeña o contraproducente, porque arma a la derecha.
Otra cosa es lo de Bildu. Como toda fuerza que aparece con el mensaje del abandono de las armas es premiada por un electorado que respira ingenuamente tranquilo. Se les premia por rechazar el asesinato, y el resto que nada de eso ha hecho es castigado. Pero la gente es así; en Irlanda ha pasado lo mismo. Bildu es algo más serio para la democracia. Se le ha dejado pasar al juego sin tiempo para una reflexión, ni menos para una catarsis sobre la monstruosa violencia que hemos padecido, y padecemos, sin condena de lo pasado, como si aquí no hubiera pasado nada, para que, probablemente, siga pasando lo mismo en un futuro con su proyecto político fortalecido. Vuelve la izquierda abertzale a las urnas con toda la legalidad que otorga un Tribunal Constitucional, con mucha razón a sus espaldas, con apreciaciones positivas desde la izquierda, en medio de una crisis, y con una gran aureola de movimiento antisistema. Con todos estos favores acaba gobernando en muchos sitios. Menudo premio electoral que ha recibido. Este sí que es un fenómeno serio, porque con el procedimiento seguido no tiene corrección desde dentro de la democracia. Quizás algunos del PSOE hayan descubierto el domingo el final de la utopía.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 24/5/2011