Miquel Giménez-Vozpópuli

  • Las eternas izquierdas no pueden evitar llevar en el ADN el odio al adversario

De Sánchez uno puede esperarse lo peor. Pero he de reconocer que su imitación de Quim Torra no la ví venir. Muchos recordarán cuando, en un mitin, a Torra, expresidente de la Generalitat, le gritaban los CDR y éste, con cara de comprensión –dos de sus hijos formaban parte– contestó que hacían muy bien apretando. “Apreteu, apreteu!”, gritaba. Pues bien, Sánchez, que ha importado para España el modelo catalán de malestar social, enfrentamiento, politización de las instituciones y radicalismo, alentaba este domingo a los salvajes que boicoteaban la Vuelta a España: “Admiro a un pueblo como el español que se moviliza por causas justas como la de Palestina” para, a renglón seguido, criticar a la oposición por no decir nada de ”la barbarie de Gaza”. Ayuso, en el coche del director de la Vuelta, intentando ver cómo se arreglaba el tumulto y Sánchez atizando la hoguera.

Violencia como instrumento político

Apoyar a Hamás es correcto, emplear la kale borroka es admirable y tildar a Israel de genocida es lo que exige el honor. Todo copiado de Bildu y los comunistas. Ninguna reflexión propia de un dirigente serio, ninguna ponderación, ninguna condena por el empleo de la violencia como instrumento político. Nada. Todos los que no comulguen con él son fachas. Ah, y en pleno delirio, el jefe del Gobierno ha añadido que “España brilla hoy como ejemplo y como orgullo; ejemplo ante una comunidad internacional donde se ve cómo nuestro país da un paso al frente en la defensa de los derechos humanos”. Claro, porque los rehenes que todavía están en poder de esos criminales integristas son marcianos; los muertos, torturados o violadas, de Venus; y los asesinados por ETA ni siquiera eran de este sistema solar. Terrible intoxicación, como ví en una terrible encuesta por televisión a propósito de vil asesinato de Charlie Kirk –igual que cuando intentaron matar a Trump el 13 de julio del 2024 en Pennsylvania– “está mal, pero al fin y al cabo era un facha”, “si no quería que le disparasen que se hubiera callado”, “esa gente sobra en el mundo” o “seguro que se lo han cargado los suyos para poder perseguir más a la izquierda”.

Las eternas izquierdas no pueden evitar llevar en el ADN el odio al adversario. Son esas izquierdas que celebraban en la sede del PSC con champán el asesinato de un guardia civil, las izquierdas que decían, cuando atentaban contra un político de derechas y no conseguían su macabro objetivo, “¡lástima, por qué poquito!”, en fin, las izquierdas que no han cambiado desde Paracuellos y las checas. Hemos llegado a un punto de inflexión muy, pero que muy peligroso. La derecha no asesina a nadie, gracias a Dios, pero la izquierda, sí, y celebra la muerte del influencer asesinado, y promueve el desorden, la batalla pública, la dialéctica de la barricada y el cóctel molotov. Pero cuidado. Son cosas que imitan al bumerang y entonces todo el mundo se preguntará cómo llegamos a tal punto. Eso tiene respuesta fácil: de entrada, no se le ha parado los pies a los violentos que este domingo dinamitaron la Vuelta y arrasaron el centro de Madrid. Estamos a tiempo. Detenciones, multas, juicios, cárcel. Porque llegará el día en que, queriendo o no, matarán a alguien. Por cierto, Marlaska dimisión. Excuso decir Sánchez.