El presidente radiactivo

Ignacio Camacho-ABC

  • El colapso de la política española se debe a la atmósfera de discordia que Sánchez ha creado con sus alianzas tóxicas

El PP tiene razones para negar su voto a la reforma laboral -o a la reforma de la reforma laboral- que ha alumbrado el Gobierno y a la que sindicatos y empresarios, estos como mal menor, han dado su acuerdo. Una, que en ningún momento se ha dirigido nadie del Ejecutivo a la oposición para negociar el proyecto. Otra, que no ve motivos para cambiar una normativa que funciona bien y crea empleo, y cuya modificación responde a una promesa electoral del PSOE y Podemos. (Aquí los populares omiten que también es una condición de Bruselas para entregar los fondos de ayuda europeos). Y la tercera, que teniendo Sánchez socios estables deben ser ellos los que le saquen las castañas del fuego igual que le han aprobado los Presupuestos. Pero la realidad es que su negativa no responde a ninguno de esos argumentos sino al temor a que se le escapen votos por el flanco derecho y vayan a parar a un Vox en pleno ascenso. Ése es el fondo de la cuestión y lo demás son justificaciones o pretextos más o menos fundados para evitar reconocerlo.

Lo que subyace en este asunto es la inviabilidad del consenso en un escenario político que el sanchismo ha transformado en un enfrentamiento trincherizo. Toda la estrategia gubernamental está basada en alianzas con radicales y de ahí no puede surgir otra cosa que un conflicto continuo, una tensión que vacía los espacios de encuentro y alimenta los extremismos. Al establecer una mutualidad de intereses con fuerzas rupturistas, el presidente se ha convertido para el electorado liberal y conservador en un personaje radiactivo al que no es posible arrimarse sin riesgo de suicidio. Su reputación mentirosa y su empeño en sostenerse en el poder cavando zanjas de discordia ha elevado el grado de rechazo a su persona entre ciertos sectores hasta el rango de fobia y en esa atmósfera de crispación venenosa la simple hipótesis de un pacto institucional o de Estado se vuelve tóxica. El resultado es el colapso funcional de la vida pública española, sometida a la presión de una animosidad civil desoladora.

Sánchez ha abordado la contrarreforma laboral, por descaifenada que resulte, para complacer a Podemos, y Casado la repudia para impedir Vox le coma terreno. El bipartidismo está preso de sus escisiones más hiperventiladas, que son las que condicionan su rumbo y le marcan la bitácora, pero ese proceso no se puede analizar desde la equidistancia porque fue el líder socialista quien le dio alas al elegir el modelo Frankenstein para gobernar España. El crecimiento de una derecha drástica sólo se explica como el correlato natural, defensivo, de ese movimiento en la orilla contraria. Y ahora no ha lugar a lamentos por la ausencia de acercamiento; que la solucione el que quiso hacer un método de eso que Cernuda llamó cainismo sempiterno.