TEODORO LEÓN GROSS-ABC

  • Sánchez no ha reconciliado a nadie, pero sí hay que reconocerle su estrategia certera

Contra la tesis extendida para explicar el éxito electoral de los socialistas en Cataluña, Sánchez no ha acabado con el ‘procés’. La espiral procesista de 2017 ya estaba liquidada desde la fuga de Puigdemont a Waterloo y de otros líderes huyendo de las condenas en el Supremo a los demás cabecillas. Todo se redujo a la proclamación delirante de la república catalana durante unos segundos fatales y ridículos; y después alguna explosión de furia en las calles. Sánchez lo que sí ha sabido es convertir los restos de todo aquello en un gran capital político. Ha regado al nacionalismo soberanista con los indultos, les ha reescrito a la carta el Código Penal, les ha diseñado una amnistía ‘ad hoc’ contra la doctrina de la Comisión de Venecia, les ha rebajado la deuda con la promesa de inversiones colosales y les ha otorgado la pompa de una escenificación bilateral. Y ahora, con Illa, se ha cobrado toda esa inversión de los últimos años allí.

Sánchez no ha reconciliado a Cataluña ni ha acabado con la pulsión soberanista de unos partidos cuyo discurso antiespañol mantiene su vigencia, después de sembrar un clima de rencor envenenado en la sociedad catalana y expulsar a cientos de empresas. De hecho, el sanchismo ha mirado para otro lado permitiéndoles que incumplan la ley, como el 25 por ciento de castellano. En la amnistía ha incluido hasta el terrorismo y la corrupción para un blanqueo total. En definitiva Sánchez no ha reconciliado a nadie, pero sí hay que reconocerle su estrategia certera para trasladar a una parte importante del electorado que les va a ir mucho mejor con él y sin alterar apenas el ‘statu quo’. Es lógico que allí cuaje la percepción de que Sánchez pasará por caja, con la chequera de los presupuestos del Estado, más allá de las cuestiones simbólicas. ¿Exactamente por qué habría que aplaudirle?

Sánchez ha vuelto a demostrar un gran dominio de los tiempos, que es un valor político de primera. Y ahora cuenta con que no se le descoserán las costuras a Frankenstein. Durante algunas semanas dejará a Puigdemont cocerse en sus fantasías de «hacerse un Sánchez» gobernando sin ganar, pero hay dos diferencias: la primera, muy obvia, es que Sánchez podía lograr una mayoría absoluta con su mercadeo; y la segunda, muy determinante, que Sánchez tenía mucho con lo que mercadear. En definitiva, él podía decirle a Puigdemont, al modo de Corleone, «voy a hacerte una oferta que no podrás rechazar»: la amnistía, el ‘lawfare’, el negociador en Suiza, fiscalidad… Puigdemont no tiene con qué negociar, pues sus siete votos están atados a la amnistía, y además no puede sumar. Sánchez ha ganado en las urnas y ahora, eso sí, necesita ganar el relato. Su narcisismo no soporta quedar como un maniobrero oportunista con un dominio hábil del tablero, sino como el presidente legendario que pacificó Cataluña y la reconcilió con España. Es una milonga del trece, pero su maquinaria ya trabaja en ello.