Rubén Amón-El Confidencial
El pacto irresponsable que están negociando PSOE y ERC, más que avanzar, está cerrado, aunque podría malograrlo en el último segundo la dinamita política de Carles Puigdemont
A Carles Puigdemont se le ha puesto ademán de dinamitero. Espera desde Waterloo no solo la piedad de la Justicia europea —-una sentencia favorable le permitiría regresar a España con la criptonita del aforamiento-— sino que el PSOE y ERC, convocados a la cama redonda por los alcahuetes del PSC, formalicen un acuerdo que el patriarca exiliado vengaría en las urnas.
Debe sentirse Puigdemont como el coronel Nicholson en el desenlace de ‘Un puente sobre el río Kwai‘. Se trata de volar el tren que habilita la investidura de Sánchez y de penalizar en los comicios las veleidades de Esquerra con ‘Madrid’, aunque no tiene la intención de inmolarse sobre el detonador, sino de conceder el papel de mártir a Quim Torra, la marioneta que le calienta la silla en la Generalitat y que espera las instrucciones del enroque con mansedumbre.
El mayor mérito del líder socialista consiste acaso en haber normalizado la anomalía. No solo con la amnesia, la hipnosis y la exquisitez del masaje mediático, sino con la transigencia que ofrece al chantaje de ERC. Más que el artífice de una negociación política, parece Sánchez el rehén de un secuestro en la Moncloa. Esquerra exige condiciones extremas para liberarlo. Las necesita para allanar la utopía de la independencia y para neutralizar la estrategia de Puigdemont, cuyo eventual regreso mesiánico precipitaría el despecho de unos comicios plebiscitarios.
ERC no puede presentarse en Cataluña como un partido subalterno del PSOE, pero al mismo tiempo le conviene la investidura de Sánchez. Tanto por las concesiones de emergencia en juego —la indulgencia penitenciaria, la mesa de partidos, el referéndum, la impunidad judicial— como porque el camarada Iglesias representa la vicepresidencia del Gobierno, reivindica el discurso de los presos políticos, defiende el derecho de autodeterminación y arbitra la contrapartida de un tripartito en Cataluña (ERC, PSC y los comunes). Necesita Fray Junqueras dramatizar el acuerdo, fingir un cierto enconamiento, exteriorizar, como sucedió este martes, un espacio de discrepancias y tiranteces, pero la abstención de Esquerra es la única solución verosímil a la investidura… y la amenaza más evidente de la legislatura. Ya malogró la anterior ERC renegando de los Presupuestos, de forma que Sánchez será ungido en situación de extrema precariedad y provisionalidad: el soborno de Esquerra se añade al Gobierno paralelo que Pablo Iglesias le va a organizar en la Moncloa.
El mejor analgésico que han encontrado los artífices de este pacto siniestro consiste en el bálsamo de la izquierda. Nada tiene de progresista un partido nacionalista, pero Sánchez e Iglesias subordinan el independentismo cavernario de Junqueras al mensaje de las políticas sociales y de la presión fiscal. Se trataría de abolir la reforma laboral de Rajoy. De perseguir a los ricos. Y de utilizar la reputación de la ‘izquierda’ como recurso digestivo de un acuerdo estomagante. Más se enfatiza el adjetivo progresista, menos se destaca la regresión independentista desde la que ERC pretende condicionar la política territorial, pero la reunión de este martes, como las que puedan producirse en el futuro, no gravita en torno a la justicia social. Lo hace respecto a la desigualdad territorial que fomenta ERC como trasunto del independentismo.
La amenaza a la Constitución es tan evidente que los representantes de Esquerra, como los de Bildu, ni siquiera han accedido a entrevistarse este martes con el Rey. No lo reconocen. Lo desprecian, aunque Sánchez necesita complacerlos sometiéndose al marco mental y conceptual del ‘conflicto’. El líder socialista no puede tocar la Constitución ni alterar el Estado de derecho. Lo que sí puede hacer es explorar todas las vías paraconstitucionales, recrearse en las promesas, someterse a un tratamiento humillante e insolidario. Y concederse un lenguaje ambiguo que satisfaga la propaganda de ERC en su flanco catalán. El neolenguaje y la semántica predispondrán la factura y la fractura que se avecinan.
El pacto está hecho. No porque sea del todo satisfactorio para ambas partes, sino porque les conviene más firmarlo que no hacerlo. Queda saber cómo y cuándo se ejecuta. Sánchez ha cerrado la opción constitucionalista sin ni siquiera atisbarla, pero la investidura irresponsable tiene que sobreponerse a la dinamita de Puigdemont. No debe estar muy aseada nuestra democracia cuando el Gobierno de la nación depende de un presidiario y de un desterrado. Y de un temerario.