EL PAÍS, 29/4/12
El hijo del primer edil del PSOE asesinado por la banda defiende, tras reunirse en la cárcel con un disidente de ETA, que se concedan beneficios penitenciarios tras una autocrítica sincera
Froilán Elespe fue el primer concejal socialista asesinado por ETA. Lo mataron con dos tiros el 20 de marzo de 2001 en un bar de Lasarte (Gipuzkoa). Diez años y medio después, su hijo Josu se reunió con un histórico de la organización, con delitos de sangre, ahora disidente de la banda. Ocurrió en una pequeña sala de la cárcel alavesa de Nanclares de Oca el 19 de noviembre de 2011.
Pregunta. ¿Por qué decidió ir a la reunión?
Respuesta. Por muchas razones. Una de ellas, la curiosidad. Quería saber qué lleva a alguien a ser terrorista.
P. ¿Acudió nervioso?
R. Había quedado en el aparcamiento de la cárcel con los mediadores sobre las 10 de la mañana. Me levanté muy temprano y fui a correr para relajarme. Estaba atacado perdido. Podía haber ido corriendo de Donosti, donde vivo, a Nanclares. Después, en el camino, puse en el coche música que me gustaba para no darle muchas vueltas al asunto. Al llegar, sí pensé ‘Puf, ¿qué hago aquí?’. Pero me relajé y entré.
P. ¿Cómo fue el encuentro?
R. Nos dimos la mano. La mediadora hizo una pequeña introducción y él empezó a hablar, a contar su historia: cómo había entrado en ETA, su detención…
P. ¿Y cómo había entrado?
R. Por nada en concreto. Su familia no tiene nada que ver con ETA, ni con su entorno, ni con la izquierda abertzale, pero él tenía simpatía por esa ideología y se dejó llevar por la corriente. Un día, un amigo que era miembro de la banda le pidió como favor que le confirmara dónde estaba una persona, un objetivo. Y lo hizo. Luego le hizo algunos favores más. Y ya está. La rueda estaba en marcha. Poco después estaba fuera de su casa, matando. La vida empezó a consistir en solo dos cosas: cometer acciones y esconderse.
P. ¿Le habló de sus asesinatos?
R. Me contó que cuando llegó al piso franco después de haber cometido su primer asesinato, puso las noticias y vio hablando en la tele al hermano de la persona a quien había matado. Dice que se le vino todo encima y pensó en su propio hermano. Pero su compañero de comando cambió de canal rápidamente y le dijo, ‘venga, vamos a jugar a las cartas’.
P. ¿Tuvo remordimientos después de los siguientes atentados?
R. Le pregunté si podía dormir el día anterior y el día después de matar, y me dijo que no, que daba muchas vueltas. Él ha asesinado, como autor material, a dos personas, y me contó que para poder matar ponía la mente en blanco. Luego lo hacía y se iba. Y cuando le venía algún tipo de remordimiento, se lo quitaba de encima.
P. ¿Cómo era su vida?
R. Recibía una orden, buscaba la mejor manera de ejecutarla, la llevaba a cabo, volvía y recibía una nueva orden. Era una vida de robot. Sin tiempo para pensar.
P. ¿Cuándo empezó a dudar?
R. Cuando empezaron a matar a políticos. Me dijo que ‘no lo veía’. Yo le pregunté: ‘¿Qué es lo que no veías?, ¿pensabas que estratégicamente no era rentable o que humanamente no era aceptable?’ Me respondió que ambas cosas. Ahora piensa de otro modo y rechaza todos los asesinatos, pero en ese momento justificaba los de policías y guardias civiles por el supuesto conflicto, porque eran fuerzas de ocupación…. Y ese discurso no valía con los políticos.
P. ¿Qué supuso la detención?
R. Cuando lo arrestaron, me contó que se sentó en la celda y lanzó un suspiro, porque al fin se había acabado la rueda. A partir de ahí empezó a darle más vueltas a si lo que había hecho estaba bien o mal. Ya tenía dudas antes de ser detenido, y, en prisión, poco a poco, llegó a la conclusión de que matar había sido un error. Pero fue un proceso de años.
P. ¿Cómo se desvinculó de ETA y del colectivo de presos?
R. En la soledad de la celda, en la cama… se piensa mucho. Cuando empezaron sus dudas, trató de hablar con algún otro preso que pudiera pensar de forma parecida. Pero con mucho cuidado, porque allí dentro nadie se fía de nadie. En cada cárcel hay un cabecilla que da las directrices: «Aquí todos juntos, y solo nos relacionamos entre nosotros». No se pueden salir de la línea. Cuando él lo hizo, tuvo algunos problemas, insultos y amenazas. Pero recibió mucho apoyo de su familia, sin relaciones dentro de ese mundo.
P. ¿Usted de qué le habló?
R. De mi experiencia personal; de cómo nos había afectado el asesinato de mi padre a mí, a mi hermano, a mi madre… No quería ser blando. Sabía que muchas cosas le iban a hacer daño, pero se las dije. Él estaba dispuesto a oírlo todo. Nunca se había enfrentado al daño que ha causado ETA. Me escuchó en un silencio sepulcral. Cuando acabé, hubo cinco minutos en los que nos quedamos callados los dos. De alguna forma le hice a él también responsable de la muerte de mi padre. Aunque no formara parte del comando, porque además él estaba ya en la cárcel. Le hice ver que si en ese momento hubiera sido libre y le hubieran dado la orden de matarlo, lo habría hecho. No respondió.
P. ¿Qué quería saber él?
R. Me preguntó mucho por la vida fuera de la cárcel. Desde que lo detuvieron, hace 16 años, no ha visto la calle. No tiene ni idea de cómo son las cosas ahora. Quería saber si le había dado el biberón a mi hija. Él no lo ha hecho nunca. Tenía un hijo, o estaba a punto de tenerlo, cuando entró en ETA. Le pregunté si fue consciente de que le iba a destrozar la vida a ese niño, de que emprendía un camino que solo conducía al cementerio o a la cárcel. Y reconoció que, en ese momento, era más fuerte la obligación que sentía como gudari que como padre. El grado de fanatismo es terrible.
P. ¿Él estaría dispuesto a hablar con sus víctimas directas?
R. Sí. Si alguna quisiera.
P. Y usted, ¿se habría reunido con el asesino de su padre?
R. Habría sido más difícil, pero por qué no. Aunque oír cómo han matado a tu padre tiene que ser tremendo, creo que al menos sería capaz de empezar la conversación. Más daño del que me hicieron no me pueden hacer.
P. El preso, ¿le pidió perdón?
R. Me dijo que lamentaba mucho lo que había pasado y que se alegraba de verme bien. Se fue nervioso, y creo que bastante afectado. Yo salí reconfortado. Una charla de este tipo con un miembro de ETA que reconoce directamente el daño que ha causado la organización, que admite que los asesinatos no han servido para nada, y que ofrece unas disculpas sinceras… me vale mucho más que un reconocimiento genérico del daño causado firmado por un grupo de presos que lo hacen porque hay que hacerlo. La persona a la que vi está dando los pasos que todos pedíamos. Y me parece bien que se le concedan, a él y a los demás presos en su situación, los beneficios que la ley recoge.
P. ¿Cree que es sincero?
R. Lo creo. Y me da cierta esperanza. Me preocupa mucho el relato; lo que se va a contar de ETA. Y el discurso de este preso es el correcto: reconocer el daño causado sin justificarlo.
P. Son muy pocos, 20 de 500, los que han seguido hasta ahora el camino de la autocrítica.
R. Me da igual que la persona con la que me reuní sea uno de muy pocos. Él se ha atrevido, y eso me vale. Además, estoy convencido de que hay otros que piensan lo mismo y no se atreven a hacerlo porque tienen miedo de ETA o porque es demasiado difícil enfrentarse a su propia conciencia.
EL PAÍS, 29/4/12