Al Psoe se le ha hundido su ‘operación bolitas’ antes de llegar a la playa. No era Xan das Bolas (infaltable sereno del mejor cine español de los 50 y 60) el protagonista de este truño, sino un Santos Cerdán que anunciaba desde Ferraz una «catástrofe ecológica» descomunal en las costas gallegas, culpa del PP, la derechona y, probablemente, el generalísimo Fraga. Pretendían un remake del ‘Prestige‘ y les salió una castaña desnutrida. Los famosos ‘pellets’ apenas desbordaron el ridículo colador con el que Yolanda Díaz se presentó en la playa, luego de recibir tremendo papirotazo desde Podemos en su decreto laboral estrella. Tan ridícula fotografía sepultó cualquier esperanza de Marta Lois, en la arena con tacones, por alcanzar un escaño para Sumar. Otro naufragio.
Ahora Sánchez intenta esquivar el gran tortazo que ya le anuncian los sondeos en el primer test electoral de ‘la era amnistía’. No rozará siquiera los 14 diputados. El banderín de enganche de la izquierda en Galicia se llama Bloque, una formación plúmbea, densa y medieval. Un curioso engendro ideológico que atrasa un siglo, un mix entre Mao y la muñeira, con su estrellita roja de cinco puntas en su rudimentario logo, como de guerrilla con reuma. Un artefacto más caribeño que atlántico, que en la España plurinacional del camarada don Progreso (diría Fernández Flórez) ha cobrado nuevos bríos y se dispone a travestirse de un PNV con gaita. Los cofrades del Bloque se reclaman separatistas, sueñan con la patria celta, propugnan la expulsión del español de las aulas y anhelan un estatus nacional para su región. O sea, Galiza ceibe con grelos. Es el tercer intento de Ana Pontón de llegar a la Xunta, y nunca ha estado más cerca.
Lo más notable de los comicios del día 18 es que se trata de la primera consulta con las urnas desde que Sánchez se sumió en el infame laberinto de la ley de amnistía para atender al chantajista de Waterloo. Un empeño en el que sigue enredado, con jalones tan obscenos como asumir que hay un terrorismo beatífico o que es preciso desarmar la Ley de Enjuiciamiento Criminal para cortarle las alas al gremio de las togas y darle vuelo a la Fiscalía, que, como es sabido, depende de quien depende.
Es posible que en Moncloa consideren que las derechas retrógradas del lugar, donde gobiernan desde hace cuatro legislaturas, no están a la altura de una ley tan ‘valiente, reparadora y necesaria’
Tiene dicho Sánchez, desde hace apenas cinco meses (hace seis meses defendía lo contrario), que la amnistía es una iniciativa venturosa merced a la cual retornará la paz a la sociedad catalana, donde todo será reencuentro con la vejancona España, cordialidad, fraternidad, unidad y perdón. Lo de ‘unidad’ no lo repite mucho porque Puigdemont se enfada. Tan soez y vil es el espectáculo, que este asunto que acapara la agenda política nacional ha sido desalojado de la campaña socialista gallega. Es posible que en Moncloa consideren que las derechas retrógradas del lugar, donde gobiernan desde hace cuatro legislaturas, no están a la altura de una ley tan ‘valiente, reparadora y necesaria’.
Lo curioso es que no sólo lo silencia el aspirante del PSOE (allí PSdG), un José Ramón Gómez Besteiro, imagen de perdedor, sino que tampoco lo airea el resto de los combatientes de la izquierda, con lo que están renunciando al elemento más valioso que el socialismo ha situado en el tablero para diseñar una España empática, inclusiva y trasversal frente al innoble facherío, esa «conjunción de políticas mediáticas de la ultraderecha que sólo generan odio», como subrayó don Progreso en laSexta, en un esfuerzo más por apuntalar su amable muro del odio.
Dicen que es un tipo de fiar que, en cuanto se ha sacudido la sombra de su padrino y benefactor, ha crecido como político y hasta como affiche
Feijóo se juega mucho en este empeño. Se le exige como impepinable la victoria en su feudo, sólo faltaría, en tanto que la derrota supondría un estruendoso fracaso. El principio del fin, el hundimiento del feijoismo, calienta Ayuso que sales. Alfonso Rueda salió vivo del debate televisivo de este lunes. Todos contra él. Tres de sus rivales eran tan incisivos como el cubo de un orinal. Pontón se sabe la lección, es hábil dialéctica y está bien dotada para el populismo verborreico. Al postulante del PP le acompaña su enorme experiencia en la Administración, su incuestionable lealtad al líder y al partido y su imagen de experimentada seriedad. Dicen que es un tipo de fiar que, en cuanto se ha sacudido la sombra de su padrino y benefactor, ha crecido como político y hasta como affiche. Se fotografía en pantis de trotar por el monte, se trajea de probo funcionario y no logra ofender a nadie por más que se empeñe.
Su reto es superar ese 45 por ciento de los votos que dan la tranquilidad de una absoluta que, por momentos, se antoja algo esquiva. En la España de los diabólicos Sánchez y Puigdemont, el presidente de la Xunta vende el eslogan de una Galicia como ‘la isla de la estabilidad’. Que no de las tentaciones. La incógnita es averiguar si sus paisanos se convertirán, dentro de once días, en el primer electorado nacional que le propine un sonoro corte de mangas a la amnistía, o se inclinen por quienes aplauden y respaldan al forajido de Waterloo. .