GORKA ANGULO-EL CORREO

  • El Gobierno vasco homenajea mañana a José María Piris, asesinado en Azkoitia hace 42 años cuando solo tenía 13, en un gesto que sacude conciencias

El museo del Memorial de las Víctimas del Terrorismo reúne casi 1.100 testimonios en diferentes formatos. En una de las seis grandes pantallas de su Banco de la Memoria aparece el testimonio, cedido por Gogora, de Carmen Carballo, una mujer con una herida incurable en el alma desde 1980. Con la tristeza esculpida en su cara, sus palabras son tan conmovedoras que es imposible no emocionarse escuchándola: «A él le quitaron la vida, pero a nosotros también. No hemos vuelto a ser nada». Carmen y su marido Antonio llevan así 42 años, que pudieron ser una vida, pero son una condena.

El 29 de marzo de 1980, la explosión de una bomba de ETA, desprendida de los bajos del coche de un guardia civil, mató a su hijo de 13 años cuando venía de jugar un partido de fútbol. Le reconocieron por sus zapatillas deportivas. Un amigo suyo, Fernando García López, pudo contarlo, pero la explosión le dejó lesiones y minusvalías de por vida, una madre que falleció por todo lo sufrido, y una sensación de injusticia y desamparo permanentes. Fue en 1980, el año más negro de todos los terrorismos en España, el año con más víctimas mortales de las diferentes fracciones de ETA. En Azkoitia, en apenas tres meses, los ‘milis’ y los autónomos dejaron cinco muertos y un herido, al que ‘Kubati’ (ahora en modo hombre de paz) y sus conmilitones asesinarían al tercer intento, el último día de 1984.

Antonio Piris, Carmen Carballo y sus tres hijos abandonaron a principios de los años 70 esa Extremadura que, en los años de piedra del franquismo, era una síntesis de la España de los Botejara de Alfredo Amestoy en TVE, de ‘Los santos inocentes’ de Miguel Delibes y del reportaje en la revista ‘Life’ del fotoperiodista W. Eugene Smith sobre Deleitosa (Cáceres). Los Piris Carballo, de San Vicente de Alcántara (Badajoz), acudieron al efecto llamada a 700 kilómetros, en Azkoitia, con un empleo digno para el cabeza de familia en Acerías y Forjas de Zubillaga, y una vivienda en Floreaga. La tierra prometida les dio un cuarto hijo nacido en ella y una oportunidad vital, idéntica a la de muchos paisanos, que suponía una vida dura con demasiados esfuerzos, sacrificios, horas extras, pero siempre con la esperanza de mejorar. El asesinato de su hijo desplomó aquellas expectativas vitales optimistas y, en apenas siete años, la sociedad vasca les ofreció su mejor y su peor versión: la de su opulencia económica y la de la miseria moral. La familia Piris Carballo volvió urgentemente a su pueblo para enterrar allí a José María, y tres meses después decidieron irse para no volver más a la villa del Urola. La única solidaridad, el único calor humano, fue el de su familia, a 700 kilómetros. Las respuestas al primer ataúd blanco de ETA en Azkoitia fueron un funeral y una manifestación tan masivos como silenciosos, convocados por una esquela donde decía que el niño asesinado por ETA «falleció en accidente». En los peores años del pistolerismo abertzale, la cobardía moral de la mayoría de la ciudadanía vasca se amparaba siempre en silencios, en encogimientos de hombros, en eufemismos como si la causa de la muerte fuera un infarto o un accidente de tráfico.

Azkoitia no ha sido nunca uno de esos laboratorios del odio que los hijos y sucesores de ETA han creado para varias generaciones en algunos municipios vascos y navarros. Pero, a pesar de la continua mayoría políticamente correcta que ha gobernado la localidad guipuzcoana desde 1979, excepto en un cuatrienio negro, no han faltado los episodios vergonzantes contra las víctimas del terrorismo (de ETA) del municipio, con esperpento incluido, como el de un asesino orgulloso de serlo (y con menos años de cárcel por la candidez de Instituciones Penitenciarias) abriendo un negocio junto al portal de la viuda de su víctima, un simpatizante de UCD que dieciocho años antes le había salvado de ser atropellado por un camión. El primer homenaje a las víctimas del terrorismo en Azkoitia se celebró en 2007, cuando cinco de las siete víctimas habían sido asesinadas en 1980. La única víctima homenajeada en el pueblo permanentemente ha sido Ramón Oñederra Vergara, ‘Kattu’, considerado por la Policía como miembro activo de ETA-m y asesinado por los GAL en Bayona, en 1983. Para que se me entienda: un terrorista de ETA asesinado por otros terroristas, en cuya memoria se celebra anualmente un torneo de ajedrez que lleva su nombre de guerra y en el que parece que sus participantes no tienen el más mínimo reparo moral. ¿A nadie se le ha ocurrido organizar un torneo de fútbol en memoria de José María Piris? De momento, el Gobierno vasco, encabezado por la consejera Beatriz Artolazabal, ha decidido recordarle con un gesto muy honroso que sirve para sacudir conciencias y memorias donde han estado apagadas o fuera de cobertura.