LIBRE MERCADO 27/03/17
ENTREVISTA GLORIA ÁLVAREZ
· Álvarez se dio a conocer en España tras un discurso contra el socialismo del siglo XXI.
Gloria Álvarez estudió Relaciones Internacionales y Ciencias Políticas en la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Posteriormente completó un master en Desarrollo Internacional en la Universidad de Sapienza, en Italia. Se dio a conocer en España tras un discurso contra el ‘socialismo del siglo XXI’. Desde entonces, ha impartido numerosas conferencias a ambos lados del Atlántico y ha publicado dos libros: ‘El engaño populista’, firmado al alimón con Axel Kaiser, y ‘Cómo hablar con un progre’. Ambos ensayos han sido editados por Deusto y el último de ellos acaba de salir a la luz.
Libre Mercado se ha reunido con Gloria Álvarez con motivo de su participación en el Free Market Road Show, un congreso de ideas liberales organizado por el Austrian Economics Center que, un año más, ha hecho parada en Madrid de la mano del Instituto Juan de Mariana.
-En su nuevo libro denuncia el origen burgués de muchos líderes de la izquierda. Aquí les llamamos pijiprogres.
En efecto. El primero de los pijiprogres es Karl Marx, cuyo padre era un burgués. Otro ejemplo notable: Fidel Castro, cuyo padre atesoró un patrimonio millonario. ¡Y cómo olvidar al Che Guevara! No dejaba de ser un argentino que venía de un entorno acomodado.
-¿Y por qué pasan de pijos a progres?
Creo que la sociedad burguesa nos genera un nivel de bienestar razonablemente elevado y que eso hace que nos preguntemos por qué hay pobreza o desigualdad. De ese caldo de cultivo nace un cierto sentimiento de culpa que explica que muchos pijos acaben siendo progres.
-¿Los progres han pasado del ‘prohibido prohibir’ al ‘prohibido no prohibir’?
Es el resultado de creer en un hombre nuevo, una idea de Marx que siguen cultivando porque siguen idealizando un mañana en el que la gente actúe según ellos desean. Cada vez que alguien rompe con ese ideal, el progre interviene para decirle cómo debería vivir su vida. Y de ese obsesión prohibicionista deriva el problema de la corrección política, que limita cada vez más lo que podemos decir. De repente, resulta que está mal llamar negro a un negro o llamar indio a un indio…
-En su libro habla del culto al líder en el que caen los progres.
Es peligroso que tengan una actitud tan sumisa ante sus líderes. Si el progre tuviese más curiosidad por resolver los problemas, se abriría a otras ideas, y eso les ayudaría a entender, por ejemplo, que el capitalismo ayuda a reducir la pobreza. Pero ellos no dan ese paso. Se quedan en la alabanza al líder mesiánico y nunca observan la realidad de manera crítica. Son incapaces de cuestionar sus creencias.
Piensa en el discurso ecologista. Gracias al mercado tenemos innovaciones que preservan el medio ambiente. Tenemos coches eléctricos, filtros para el agua no potable… Todo eso está ahí y ha surgido del capitalismo, pero los prejuicios hacen que el progre mire hacia otro lado y siga culpando al mercado de todo.
Incluso en el caso de Venezuela nos encontramos con la mismo actitud. Aunque la gente está en la ruina, comiendo basura, siguen negando que ese sistema socialista genera miseria.
-En el libro apunta que Trump ha revolucionado el panorama y está aterrorizando a los progres.
Lo curioso es que aterroriza a los progres hasta el punto de que los seguidores de Podemos acaban criticando sus medidas proteccionistas… ¡Ni que Pablo Iglesias fuese un defensor de la globalización!
-¿Por qué ganó Trump?
Hay distintos motivos: Obama dejó un legado de fracaso económico, los votantes no querían que los Clinton volviesen al poder…
-¿Cómo afronta el progre el reto de la lucha antiterrorista?
Por un lado, los progres dicen ser defensores del feminismo. Pero, por otro lado, no tienen problema a la hora de defender la discriminación hacia la mujer cuando se hace en nombre del islam. Es un contrasentido, una disonancia cognitiva que no parece preocuparles.
-Pero lo que debemos tener claro es que emigrar de un país a otro implica aceptar una serie de normas, costumbres, culturas…
¿Tiene sentido permitir que alguien llegue a nuestros países con ánimo de acabar con esas normas, costumbres y culturas? ¿Tenemos que abrirle las puertas de nuestros sistemas de libertad y democracia a quienes pretenden socavarla? En Estados Unidos, la inmigración ha sido intensa a lo largo de los siglos, pero ha funcionado porque quienes llegaban al país aceptaban una serie de elementos esenciales, empezando por la Constitución.
-Las feministas nos dicen que necesitamos más mujeres en política. Yo digo que depende, que no es lo mismo Thatcher que Kirchner.
Efectivamente. ¿Necesitamos más mujeres en política? No: lo que necesitamos son más mujeres libertarias en política. Como bien dices, Cristina Kirchner es mujer y fue desastrosa. Dilma Rousseff también mujer… y también fue desastrosa. Michelle Bachelet, otro ejemplo más: también mujer y también una dirigente desastrosa. Y ni hablar de lo que habría supuesto un gobierno de Estados Unidos presidido por Hillary Clinto. Por tanto, tenemos que romper con ese modelo de participación femenina en política basado en el socialismo.
-Impartes muchas conferencias en universidades donde no siempre es fácil promover ideas como las tuyas. ¿Cómo lo llevas?
He llegado a recibir amenazas de muerte. Al final, es la consecuencia directa de permitir que el Estado nos adoctrine. Hoy en día, las universidades se mueven en un campo de sectarismo en el que no se fomenta un clima de libertad intelectual, sino que se reprime toda opinión disidente.
-En España se habla mucho últimamente de las consecuencias disruptivas que puede tener la innovación. ¿Compra ese discurso pesimista o acepta un mayor progreso aunque suponga una mayor desigualdad?
Si admitimos que la innovación nos lleva a una mejor calidad de vida por la vía de servicios más sofisticados y más baratos, entonces tenemos que admitir la desigualdad, porque esa es la consecuencia que se deriva de los grandes cambios productivos. Y, si lo que pretendemos es evitar la innovación por la vía de imponer la igualdad, entonces tenemos que cerrarnos al mundo, y eso es lo que genera que, en pleno siglo XXI, La Habana esté igual o peor que hace cincuenta años.