Arcadi Espada-El Mundo
Sus consideraciones sobre la ética merecen, no obstante, más comentario. La ley prescribe, en efecto, el marco de la ética pública y común. Pero en cualquier comunidad, y en cualquier hombre, rigen constituciones particulares. De esas constituciones trazó su exposición razonada a su modo elegante y preciso el arquitecto José Antonio Coderch: «Un caballero es la persona que no hace ciertas cosas, aún cuando la ley, la iglesia y la mayoría las aprueben o las permitan». Los partidos políticos, como cualquier otro club social, definen sus éticas particulares. El PP, por ejemplo, ha establecido que sus cargos deberán dimitir si los procesan por corrupción. En Ciudadanos la exigencia opera –escandalosamente– a partir de la mera imputación. Éticas. Múltiples.
Hace unas semanas el congreso del PP eligió como líder a Pablo Casado. Los compromisarios, gente informada, conocían perfectamente su situación. Hicieron caso omiso de las sospechas e ignoraron que un político ha de abstenerse de amasar currículums, aunque la ley se lo permita. Es improbable que el Tribunal Supremo resuelva procesar a Casado: el supuesto cohecho impropio habría prescrito y la prevaricación tiene duras exigencias indiciarias. El futuro de Casado quedará así en manos de las caudalosas éticas privadas que cada tanto coinciden en las urnas. Y que, por fortuna para él, nunca han aspirado a cumplir la exigencia vertical del maestro y caballero Coderch.