Editorial, ABC, 13/10/12
La manifestación celebrada ayer en Barcelona, convocada por grupos cívicos no nacionalistas, fue una valiente demostración de que existe una Cataluña no identificada con el nacionalismo
LA campaña secesionista lanzada por el nacionalismo catalán estuvo presente en el ambiente del desfile conmemorativo del Día de la Hispanidad, presidido por Sus Majestades los Reyes. Al término de la parada militar, el Príncipe de Asturias aseguró ante un grupo de periodistas que «Cataluña no es un problema» y abogó por rebajar las tensiones de las últimas semanas. Don Felipe reflejó en sus palabras el ánimo conciliador que siempre ha inspirado la actitud de la Corona ante los problemas territoriales de España, con la unidad nacional como principio inderogable sobre el que se asienta la propia institución monárquica. Por encima de las polémicas y los enfrentamientos, la Corona preserva su condición arbitral y moderadora, según se la reconoce la Constitución de 1978.
El problema no es Cataluña, en efecto. El problema es la irracional negativa del nacionalismo catalán a todo llamamiento a la sensatez para frenar la frustrante deriva secesionista puesta en marcha por Convergencia i Unió. El problema es la deslealtad de los nacionalismos con el orden constitucional, que les ha permitido monopolizar las vidas políticas y sociales de Cataluña y País Vasco, para, treinta años después, no solo no dar por satisfechas las demandas de autogobierno planteadas durante la Transición, sino para transformarlas directamente en propuestas de ruptura de la integridad territorial de España.
La manifestación celebrada ayer en Barcelona, convocada por grupos cívicos no nacionalistas, fue una valiente demostración de que existe una Cataluña no identificada con el nacionalismo y que si se transformara en votos haría muy distinto el futuro político de esta comunidad autónoma. Artur Mas ha pedido una mayoría más que absoluta para el soberanismo en el próximo Parlamento catalán, porque da por hecho que en Cataluña no hay espacio político para un movimiento constitucionalista y autonomista y que en Cataluña solo es posible avanzar hacia la secesión. Desmentir a Artur Mas no es solo un reto del PP y de los demás partidos no nacionalistas. Es, ante todo, una obligación cívica de los ciudadanos catalanes que no suelen participar en las elecciones porque responden con indiferencia a un estado de cosas que creen inalterable. Este estado monolítico de nacionalismo dominante puede cambiar si los abstencionistas votan en las próximas elecciones autonómicas y demuestran que, por supuesto, el problema de España no es Cataluña, sino el nacionalismo dirigente y buena parte del socialismo filonacionalista que, por acción u omisión, actúa de comodín de las tácticas soberanistas.
Editorial, ABC, 13/10/12