Armando Zerolo-EL Español
 

Hay que tener un discurso propio ante los problemas europeos actuales, y esto se traduce en una pregunta. ¿Hay una respuesta liberal a los problemas que plantea la ultraderecha?

No se trata de saber si se pactará con Giorgia Meloni o con Marine Le Pen. Eso es secundario y distrae de la cuestión principal. Se puede pactar con cualquiera, en eso consiste la democracia. Pero no para cualquier cosa, es cuestión de justicia.

Lo que el elector puede temer, y con razón, es que se pueda pactar con quien sea sólo para conseguir el poder. Y eso es lo que no es aceptable, porque sería caer en lo mismo que se le reprocha a Pedro Sánchez cuando pacta con sus socios.

En Europa hay ahora al menos tres grandes temas que nos van a ocupar los próximos años: la inmigración, la seguridad y defensa, y el proteccionismo económico.

Y a estos tres problemas hay maneras muy diferentes de responder. Como los socialistas, como los nacionalistas o como los liberales. Y no son respuestas compatibles.

La inmigración es utilizada por el discurso nacionalista más radical para movilizar el voto del miedo. Se da por supuesta la tesis del gran reemplazo. La de que, si no se hace nada, Europa será musulmana en treinta años. Y eso, según el nacionalismo, implicará además una gran inseguridad, porque se asocia la criminalidad al extranjero.

¿Se puede decir algo contra esto? Por supuesto.

La Europa de los padres fundadores, la de SchumannAdenauer y Monet, se construyó sobre la idea de la integración precisamente para paliar la catástrofe que habían provocado los nacionalismos. Hace falta una derecha liberal que sea capaz de alzar, una vez más en la historia, la bandera contra el nacionalismo.

La seguridad y la defensa son políticas urgentes en un contexto internacional en el que el número de conflictos abiertos no había sido tan alto desde los años 90 del pasado siglo.

Si la inmigración genera problemas de seguridad, habrá que profundizar en las relaciones de colaboración entre las policías nacionales. Un nacionalismo que pretenda recuperar la soberanía nacional sólo aumentará la inseguridad. Habrá que señalar que las regiones con mayor inseguridad y arraigo islamista son aquellas con un nacionalismo más asentado, como Bélgica y Cataluña.

El liberalismo no debería tener ningún problema en afirmar que para defender las urnas hacen falta pistolas y que, por tanto, una de las cuestiones clave es la creación de una política común de defensa que racionalice el gasto militar de los Estados miembros y coordine las acciones militares. Vladímir Putin no es sólo una amenaza para Ucrania, también lo es para todos nosotros, pero no es casual que el nacionalismo del húngaro Viktor Orbán se oponga sistemáticamente a una respuesta coordinada.

Por eso el liberalismo debe explicar que lo que nos deja indefensos es el nacionalismo que tenemos dentro, y no sólo lo que viene de fuera.

En una economía global no es fácil competir con mercados no regulados. Las grandes empresas europeas reclaman cada vez más garantías y, al estilo de Donald Trump, se empieza a reclamar un proteccionismo arancelario.

¿Por qué, se pregunta demagógicamente, los productos de Marruecos tienen menos controles que los europeos, y no pasa nada?

Para atender esta demanda, el socialismo no temblará en nacionalizar las empresas estratégicas, ya lo estamos viendo con Telefónica, y el nacionalismo de derechas a alimentar las manifestaciones de los tractores. El liberalismo tendrá que responder a la doble amenaza de la nacionalización de la economía y la vulnerabilidad de sectores estratégicos, como el tecnológico, el energético y el alimentario.

Son problemas de nuestra época que resultan muy fáciles de explotar electoralmente por el victimismo nacionalista. Por eso la primera responsabilidad del liberalismo europeo es responder a los problemas que vienen de fuera haciendo frente a la opción nacionalista que nos corroe por dentro.